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Este miércoles hace justo un año que la ciudad de Logroño se despertó con el corazón en un puño. Lo que en principio parecía un intento de suicidio acabó siendo uno de los sucesos más trágicos que recuerda esta región. La niña Carolina Corral, de 5 años, era hallada muerta en la habitación del hotel Los Bracos, la abuela aparecería ahogada en el Ebro un día después y Adriana Ugueto, la madre de la pequeña, de 36 años, acabaría en prisión por el asesinato de su hija.
Las primeras pesquisas fueron desentrañando una compleja madeja de amor, desamor, celos... que acabó con la más inocente pagando los platos rotos. Un caso en manos del titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Logroño que, a falta de recibir un informe sobre el estado de la madre, estaría, según ha podido saber este diario de fuentes de la investigación, a punto de concluir la fase de instrucción.
La muerte de la abuela de Carolina era una muerte anunciada. Ella y su hija Adriana lo habían dejado por escrito en siete cartas que fueron halladas en su domicilio en Haro. En una de las misivas dirigida a su hijo Ramón, Olga Febles justificaba su decisión de quitarse la vida. «Esto es muy difícil para mí, el dejarte me resulta insoportable pero no tengo otra salida. Te amo con todo mi corazón». Además, la abuela de Carolina habría sido víctima de una estafa. Se había enamorado de un hombre al que conoció por las redes sociales. Él le dijo que trabajaba en la ONU y que tenía a sus hijos enfermos, que necesitaba dinero. Ella le envió unos 100.000 euros.
La madre, que se encuentra en la cárcel de Logroño desde entonces seguiría, según las mismas fuentes, manteniendo que la pequeña, su hija, murió por causas naturales. Mientras, la Fiscalía bosqueja ya un escrito de acusación por presunto asesinato. Un delito, unos hechos y un relato sobre el que tendrá que decidir previsiblemente este año un jurado popular.
Pero ese será el final de un luctuoso suceso que escribió sus primeras líneas el 27 de enero del 2020, antes de que la pandemia nos encerrara en casa. Sobre las 9.30 horas de ese lunes los servicios de emergencias recibieron la llamada de un vecino de Bretón de los Herreros, en Logroño. Había una mujer en «actitud suicida» en una ventana del hotel Los Bracos, situado en la misma calle. Al llegar, los agentes se encontraron una escena dramática: la mujer, Adriana Ugueto, tenía cortes leves en los brazos, pero su pequeña, Carolina, yacía sobre la cama de la habitación, tapada con una manta. En la estancia no estaba Olga Febles, abuela de la menor y madre de Adriana. Las tres vivían en Haro y se habían registrado en el hotel un día antes. No obstante, la mayor lo había abandonado entre las 14 y las 16 horas de ese domingo.
No se supo nada más de Olga hasta el martes 28. Su cuerpo apareció flotando en el Ebro, junto al parque de la Ribera y en la misma zona se halló su bolso. En su interior, unas pastillas que cobrarían especial relevancia conforme avanzó la investigación. El informe de la autopsia practicada a la pequeña reveló que en su organismo había restos de Lormetazepam, principio activo del medicamento Noctamid, el mismo que llevaba la abuela en el bolso.
En un primer momento la madre ingresó en la unidad de Psiquiatría del hospital San Pedro, y ahí mismo fue detenida por la muerte de su hija. El 30 de enero fue trasladada por la mañana a la Jefatura Superior de Policía, y por la tarde fue puesta a disposición del juez. Esa misma tarde fue enviada a prisión incondicional donde continúa a día de hoy. En ambas declaraciones, la progenitora solo respondió a las preguntas de su abogado, Pierre Schwarz, quien a la salida de los juzgados aseguró: «Adriana no está en las mejores condiciones, pero está serena». Junto a los periodistas esperaba la hermana de Adriana, Daniela Ugueto, quien durante unos días cobró un inusitado papel protagonista en los medios de comunicación. Ella fue desgranando lo ocurrido los días previos a la mañana de aquel trágico 27 de enero y desmintió que su sobrina, como se había estado especulando hasta entonces, tuviera una grave enfermedad, lo que podría apuntalar la teoría de la madre, que su hija murió por causas naturales. Se trata, explicó, de una «neutropenia aguda, que destruye los glóbulos blancos, pero no estaba ni en tratamiento».
Contó también que el domingo, muy temprano, su hermano se había puesto en contacto con ella para preguntarle por Adriana y la abuela. Media hora más tarde acudió a casa de su madre y ahí no había nadie. Llamó insistentemente a sus teléfonos pero nunca obtuvo respuesta. Acudió a la casa cuartel de Haro, pero le dijeron que había que esperar 24 horas para denunciar una desaparición. A las 20 horas de ese día, Adriana debía entregar a Carolina a su padre, Javier Corral, quien tenía la custodia de la pequeña. Tampoco lo hizo.
Adriana, que junto a su familia habían llegado a España desde Venezuela hace 23 años, había conocido al jarrero Javier Corral años atrás. Ambos eran profesores, aunque ella no ejercía. La relación no fue demasiado larga ni llegó a formalizarse en matrimonio, pero en diciembre del 2014, fruto de la relación bastante tormentosa, nació Carolina Corral Ugueto. La pareja se rompió y aunque en un principio la custodia fue para la madre, el padre la solicitó y la obtuvo judicialmente en el 2018. La niña pasó a vivir con él y con su nueva pareja en la zona de El Mazo.
La relación se tensó aún más y el padre de la niña denunció hasta en cuatro ocasiones que la madre no se la entregaba.
En Haro, donde se decretaron tres días de luto, se sucedieron las muestras de solidaridad con la familia paterna de la menor. El mismo día 28, cientos de personas se concentraron en la plaza de la Paz de la localidad jarrera en recuerdo de Carolina. El 5 de febrero, la pequeña era enterrada en la más estricta intimidad y el 7, en un multitudinario funeral, recibía el último y más sentido adiós.
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