La calle San Juan prepara la celebración de su fiesta patronal. El próximo día 24 de junio, la vetusta rúa logroñesa honrará al santo que le da nombre a la vez que celebrará la llegada del verano con la noche más larga del año.
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Esta artería, vital en el latir gastronómico de la ciudad, ha sabido conjugar la modernidad impuesta por los nuevos tiempos con la tradición de unos bares que, pese a haber modernizado sus barras y sus locales (algunos han dado el salto a 'gastrobares' e incluso algún otro ya ha sido 'colonizado' por cocinas de otros lares), han sabido salvaguardar la esencia de lo que fue un Logroño no tan lejano. En algo más de 150 metros, en San Juan conviven templos de la gastronomía en miniatura con algunos vestigios casi testimoniales de un pasado comercial que se resiste a abandonar un emplazamiento con mucho arraigo; pero sobre todo, lo que le confiere un toque distintivo, es que la calle mantiene su carácter vecinal.
Todavía son varias decenas de logroñeses los que mantienen su residencia en una calle capaz de conjugar las horas de descanso con las de bullicio sin alterar la vida de una zona que mantiene, casi como ninguna otra en el corazón de Logroño, su carácter de barrio.
Esa singular idiosincrasia se refleja en una clientela más familiar. El ambiente sosegado invita a un disfrute más tranquilo, disfrutando de la compañía sin distinción de edades, y huyendo –habitualmente– de las aglomeraciones.
Los bares
César Álvarez
Marta Hermosilla Garrido
César Álvarez
César Álvarez
En un terreno aún sin conquistar por las despedidas de soltero u otras exaltaciones festivas demasiado irreverentes, y pese a que su nombre ya se contempla en guías turísticas y reseñas blogueras, la calle San Juan abre sus brazos para recoger cada día a los últimos 'chiquiteros' de la ciudad, una especie en claro peligro de extinción, pero que aún se dejan ver con cierta asiduidad por San Juan y su área de influencia (Ollerías, Marqués de Vallejo, la calle del Cristo...).
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No obstante, aunque las cuadrillas del chiquito diario desaparezcan, la San Juan perdurará. Hubo un tiempo, en la década de los 80, en la que los nuevos tiempos parecieron amenazar ese reducto de logroñesismo puro (y donde los 'foráneos' eran escasos), pero mantuvieron su latido templos como El Mere que despachaba la tortilla casi con tanta velocidad como lo hacía La Esquina (unos metros más allá y ahora bajo la renovada dirección de Sergio) durante los recreos del Sagasta, utilizados por los estudiantes para recuperar fuerzas. Ellos habituaron a los jóvenes a acudir a una calle, que no han dejado ya de visitar en la edad adulta.
Los bares
Marta Hermosilla Garrido
Marta Hermosilla Garrido
Marta Hermosilla Garrido
Marta Hermosilla Garrido
Otros, como La Cueva, pasaron a la historia, pero dejaron tras de sí un 'hueco' que pronto fue aprovechado por otros para renovar la oferta de la calle.
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Ahora, conviven locales de antaño con establecimientos modernos y de diseño; barras escuetas pero exquisitas, con ofertas deslumbrantes en amplitud y calidad; la cocina más tradicional con las propuestas que reinterpretan el pasado bajo una elaboración más delicada como es el caso de Tastavín o Umm, e incluso restaurantes más o menos informales para una comida o cena desenfadada.
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El vino de la casa –tan habitual en otros tiempos– ha dejado su soledad para buscar la compañía de decenas de referencias capaz de saciar la apetencias del bebedor más exquisito. Incluso algún osado propietario se atreve con exhibir en su local, caldos procedentes de otras denominaciones.
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La San Juan evoluciona, pero lo hace sin perder esa identidad vecinal y logroñesa que difícilmente se le podrá arrebatar.
Ahora, la calle San Juan se abre a Marqués de Vallejo y a Muro del Carmen, pero no hace tantos años que no era así. San Juan hasta 1856 sólo tenía entrada por Marqués de Vallejo porque un edificio le impedía su salida al Muro.
Según recoge el que fuera cronista oficial de la ciuad, Jerónimo Jiménez, en su libro 'Las calles de Logroño y su historia': «Varias corporaciones a partir de 1840, manifestaron sus deseos de proceder a la apertura de la calle, pero nunca se llevaba a feliz término, hasta que en el mes de abril de 1855 el Ayuntamiento tomó el acuerdo de dirigirse a la Junta de Sanidad en súplica de que estudiase detenidamente si la calle en cuestión tenía suficiente ventilación para la mejor salubridad de sus moradores. La Comisión estimó que estaba 'aireada', pero que 'respiraría' mejor si se abriese a Muro del Carmen».
Con el aval del informe, se decidió a expropiar y «el 2 de enero de 1856 se llegó a un acuerdo con el dueño y el Ayuntamiento aceptó y firmó la escritura, pero como la cantidad (17.000 reales) desbordaba las arcas municipales, fueron sacados a pública subasta tanto el derribo y los materiales como parte del terreno. Verificada la misma, un logroñés, Manuel María Urién, se hizo con la subasta pagando a Matías Sáenz la cantidad de 9.100 reales, y como este propietario había valorado su finca en 17.000 reales, el Ayuntamiento le abonó la diferencia, es decir, 7.900 reales, que fue la cantidad exacta que al Concejo logroñés le costó abrir San Juan a Muro del Carmen».
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