Capitanes y princesas
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O de sexismo total, aburridas cenas de gala y semifinales de karaoke con Ana haciendo de la JuradoA la italiana de labios morcillones se la ha tragado la tierra. O el mar, en este caso. Como hoy es día de navegación y no podemos abandonar el barco, he aprovechado para buscarla. No la veo por ningún sitio: ni en la piscina, ni ... en los espectáculos, ni siquiera en la cabina de belleza del spa rellenándose los morros, que sería su sitio natural. Preocupada me tiene.
Para colmo, esta noche es la semifinal de 'The Voice of the Sea' y Ana va a actuar. Tal y como nos dijo el filipino animador, «El premio es un trofeo ¡y el orgullo de tu país!». Vaya, qué responsabilidad. Me río yo de los nervios de Chanel en Eurovisión. Estoy por duplicar mi ración diaria de fruta para calmar la ansiedad, pero no: me quedo en mi camarote escribiendo, que estos artículos no se hacen solos aunque parezca lo contrario. Le doy a la tecla durante toda la tarde hasta que vuelvo a incorporarme al programa de las fiestas patronales de Nuestra Señora de los Cruceros Mediterráneos.
Por mucho que queramos, hay cosas que no cambian. Ocho niños vestidos de capitán salen al escenario. A continuación, desfilan las niñas con trajes de princesa. Quince crías, en total; para que luego digan que la monarquía está de capa caída. La mayor de todas parece la reina madre en lugar de una princesa, pero la ilusión de vestirte de tul y ponerte una tiara no tiene edad.
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Rosa Palo
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Como si fueran a asistir a la entronización de sus hijas, los padres lucen traje de chaqueta, los estilismos de las madres dejan a doña Letizia al nivel de una aprendiza y las abuelas han recuperado el vestido que se pusieron para la Primera Comunión de la pequeña. Una señora graba la escena con una cámara de vídeo. Me pregunto si ha vuelto el VHS y yo no me he enterado, aislada como estoy en esta burbuja cruceril, en esta versión marítima de 'El ángel exterminador'.
Los niños uniformados se colocan por orden de altura. El capitán del barco los saluda con marcialidad y les hace entrega de un certificado de comandante. A las niñas, ni agua. «¡Esto es sexista!», exclama una chica. Una aliada, al fin. Me dan ganas de besarla.
Tras el desfile, los padres de las criaturas suben al escenario. Los niños les dan una rosa de papel, suena la música y se ponen a bailar. Veo a los chiquillos agarrados a la cintura de sus padres y echo de menos los días en los que el heredero y yo dábamos vueltas por el salón hasta caer mareados en el sofá.
La gente va muy peripuesta: me cruzo con un señor con esmoquin al que confundo con un camarero y con una señora embutida en un vestido verde de encaje, lentejuelas y transparencias al más puro estilo Juncal Rivero presentando 'Noche de Fiesta'. Entonces se me ocurre consultar el tríptico de actividades: «Ropa sugerida para la velada: elegante». Válgame. Hoy es la cena de gala, y yo sin enterarme. Me veo reflejada en un cristal ataviada con un trapito de Sfera de 19,99 y siento una profunda compasión por mí misma.
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La cena resulta decepcionante: es exactamente igual a todas las anteriores, solo que los pasajeros se han endomingado. Pero hay una novedad: en la mesa de la italiana llorona están sus amigos, incluido el tipo silencioso y taciturno que se tocaba el anillo; de ella, en cambio, no hay ni rastro. ¿Dónde se ha metido esta mujer? Pongo lo antena para intentar enterarme de algo, pero hablan un italiano ininteligible. Entre esto y lo de la semifinal del karaoke, estoy nerviosa perdida. Pido otra copa de vino blanco para calmarme. Cualquier excusa es buena para pimplar.
Llegamos al lugar de los hechos. El presentador, una suerte de Jesús Vázquez italiano, da las buenas noches y anuncia al jurado: una cantante española y dos italianos miembros de la división de espectáculos del barco, entre ellos el director escénico. Sin más dilación, el presentador nombra a Ana. Actúa la primera. No nos ha dado tiempo ni a reaccionar pero, movidos por un resorte, empezamos a gritar '¡Viva España!', '¡Viva Cartagena! y cosas así. Hay que ver lo que tira la patria en estas ocasiones.
Comienzan a sonar los primeros compases de 'Como una ola'. En cuanto veo la cara de Ana, sé que algo no va bien: la música parece interpretada por el tío del organillo y la cabra, y el tono es demasiado bajo para ella. Pero la tipa, brava donde las haya, permanece en el escenario y defiende la canción a capa y micrófono. Rocío estaría orgullosa de su alumna aventajada.
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Tras la actuación, llega la valoración del jurado. La cantante española, dirigiéndose a Ana, le dice que está convencida de que no lo ha hecho tan bien como podría porque la música no estaba en su tono. «Nos hemos dado cuenta los tres al instante, así que cántanos otra de La Más Grande, por favor». Y entonces, a capela, Ana saca todo su poderío vocal, y se entrega, y se desgarra, y deja al jurado y al respetable traspuesto con su interpretación de «Se nos rompió el amor». Aplausos, vítores y alegría. ¡Y que viva Don Manuel Alejandro!
A continuación, actúan los otros participantes. Excepto tres que cantan como un perro al que le están pisando el rabo, la competencia es de altura: algunos son profesionales, como una cantante de ópera, un productor musical y un italiano que se rompe por Tiziano Ferro; otros llevan más horas de karaoke detrás que yo de calle: es el caso de un valenciano que canta 'My way', una alicantina que tira por Whitney Houston, una francesa con cierto arte y una chiquilla rubia que parece una joven 'madonna' de Rafael. Esta última es la mejor: tiene carisma, una voz encantadora y sugerente, sabe moverse en el escenario, transmite. Me arrepiento de no haberlos metido a todos en la habitación de la nieve.
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El jurado delibera y, poco después, el presentador comienza a llamar a los finalistas: el valenciano, la alicantina, el italiano, el productor, la soprano, la rubia, la francesa... y ¡Ana! El sector cartagenero se viene arriba.
Los clasificados, felices y un tanto alucinados, salen acompañados por los miembros del jurado mientras les comunican que, en la gran final, actuarán en el Colosseo acompañados por la banda del crucero, por lo que han de elegir una canción. El repertorio en español contiene temas de tan rabiosa actualidad como 'Bésame mucho' y 'La bamba'. Ana opta por 'Hoy tengo ganas de ti', de Miguel Gallardo, la única donde se puede lucir. Está nerviosa. «Nena, que yo nunca he cantado para tanta gente. ¡Y con una orquesta!».
Esa noche, Ana recibe los cuidados propios de una estrella de talla internacional: Paco se niega a darle cigarrillos para que proteja su garganta; Marga, transmutada en Rosa Benito, le dice que la va a peinar y a maquillar para la actuación, mi santo le trae un vino blanco, Carlos la besa una y mil veces y le dice que lo va a hacer fenomenal. Yo contemplo la escena con una jaqueca homérica. Estoy demasiado mayor para tantas emociones. Espero relajarme en Ibiza, porque en el barco es imposible.
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