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Andarín contumaz, la figura de Pablo Rubio (Logroño, 1958) es una presencia conocida por el corazón de Logroño, por donde va y viene con su cargamento de carpetas, a menudo cabizbajo, siempre ensimismado como corresponde al perfil político que le distingue: es el dirigente discreto ... al que recurrir cuando suenan las alarmas. Porque garantiza lo que incluso sus críticos, que los tiene, aceptan como atributo principal: fiabilidad. Un motor de gasoil, buen conocedor de la entrañas del partido, que se mueve con soltura por los recovecos de la Administración y que gestiona sus cometidos igual que camina. Paso a paso. Sin ruidos.
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De ahí también su gusto por otro tipo de caminatas, las que tienen como destino los rincones de La Rioja profunda, con especial predilección por la sierra camerana, donde le gusta perderse desde los remotos tiempos en que (hace un largo cuarto de siglo) se convirtió en el rostro social del Gobierno de José Ignacio Pérez. Era otra cartera, con otras competencias. Era también otra región, donde el espíritu autonomista todavía balbuceaba, pero donde el talante eficaz del nuevo consejero del Gobierno regional encajó con la misma naturalidad con que luego fue asumiendo otros encargos que resolvió con el mismo estilo silencioso. Diputado regional, por ejemplo. O incluso portavoz, durante un breve espacio de tiempo, el que medió entre la salida del anterior equipo encarnado en Francisco Martínez Aldama y la irrupción del nuevo PSOE, el de la bicefalia fallida entre su nueva jefa, Concha Andreu, y el consejero al que ahora releva, Francisco Ocón. Con quien tendrá que (cosas de la vida, cosas de la política) ponerse de acuerdo como prioridad central: será su interlocutor al otro lado de la mesa cuando haya que coordinar al Gobierno con el grupo parlamentario.
Sí, cosas de la vida. Y de la política. Porque entre Ocón y Rubio se puede entender la, por otro lado inexplicable, trayectoria reciente del PSOE, aquella decaída organización revitalizada por el consejero hoy despedido, triunfante sobre la facción donde su sustituto había puesto sus complacencias. Aunque puede descartarse que el nuevo consejero llegue a lomos del revanchismo. No es su estilo, macerado en los estrados donde ha defendido como abogado a la UGT, las tinieblas políticas de donde ahora le rescata Andreu. Las sombras de donde se puede pensar que regresa. Semejante conclusión sería un error. No puede volver porque Rubio siempre estaba ahí.
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