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Del 3 de agosto al 24 de agosto median 21 días. De lunes a lunes, tres lánguidas semanas de mustio verano, la estación consagrada en teoría a la no noticia. La ausencia de información propia de cada canícula que dejaba huérfana a las redacciones ... de su principal munición, relevada por esa subespecie de la fauna periodística llamada serpiente de verano. Que no fue tal hace un año, ese largo agosto del 2019 durante el cual se agitó el suspense sobre el color político del Gobierno de La Rioja. Tampoco el presente agosto ofrece esa misma fisonomía vacía propia de otros veranos. Desde aquel día 3, cuando la portada de Diario LA RIOJA amaneció con la noticia de que Concha Andreu se disponía a ejecutar una crisis sin precedentes en la escena política de la región, hasta que este lunes cristalizó lo que tantas veces negó. Su decisión de despedir a dos consejeros sin cuya contribución su éxito electoral, su condición de presidenta, no puede entenderse.
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Un largo agosto durante el cual Andreu ha sido bastante económica con la verdad, por emplear una expresión condescendiente que sirve para explicar sus oscilantes declaraciones. Primero, porque aquel primer lunes de agosto negó (aunque de aquella manera) ante los medios de comunicación una evidencia muy extendida, que nadie en su entorno desmentía entre confidencias y que sólo esperaba el gesto presidencial, en forma de decreto en el BOR dando cuenta del cese de sus consejeros Francisco Ocón y Ana Santos. Esta última (en la diana por la gestión de la crisis del coronavirus en las residencias de ancianos), siendo una baja sensible en al organigrama gubernamental, era sin embargo una pieza de menor valía política que Ocón. Despedir al secretario general del partido tenía algo de osadía. Un gesto muy intrépido que Andreu administró de manera perfeccionable. Con tan escasa sutileza que encalló sin conseguir su propósito. Ocón y Santos se concedieron una prórroga y dedicaron agosto a otear el horizonte y leer entre líneas las palabras de Andreu. Y sus gestos, donde no detectaron señales de cambio de planes. Lo del 3 de agosto sólo fue un aplazamiento.
Entre la decisión final y aquel primer amago, Andreu ha ido recorriendo un camino muy pródigo en ese material tan español. La chapuza, como se lamentan algunos de sus fans. Echó a Luis Cacho de Educación dando su brazo a torcer con una mueca de dolor que no ocultó ante la prensa: era su favorito, la baza que no quería sacrificar. Desmintió ese mismo día nuevos despidos a pesar de que ya tenía decidido prescindir también de José Luis Rubio, culpable de pasar por ahí. Y declinó ese mismo día, mientras atendía con enorme frialdad los pucheros de su consejero caído, presentar a su sustituto, aunque su identidad (Alex Dorado) era un secreto coreado por tantas voces como caben en un territorio tan magro como La Rioja. Un nombramiento, ocurrido al parecer para sorpresa del propio interesado , quien aseguró haberse enterado de la noticia después incluso de haberla adelantado este periódico, ese desconcertante 3 de agosto. Un nombramiento anunciado por cierto no por su propia jefa, sino por la portavoz del Gobierno.
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En menos de un mes, medio equipo fuera del Palacete. Un récord. Porque a la sangría de altos cargos debe sumarse el despido de los colaboradores de Ocón y Santos, que ayer hicieron lo mismo que hace tres semanas. Recoger sus cosas. Esperar el nuevo capítulo de esta crisis ejecutada en diferido durante un agosto más raro incluso que el del 2019. Cuando creímos haberlo visto todo. Cuando se pensaba que el flanco débil de Andreu era Raquel Romero.
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