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No resulta muy relevante de quién es la culpa. Sinceramente. Si Francisco Ocón ha estado pegándole patadas por debajo de la mesa a su jefa no es lo mollar aquí. Y tampoco si ésta lo que quiere es cargárselo para ocupar su silla en ... el partido el año que viene. Que ya se sabe que todo culo aposentado en un sillón aspira siempre a tener dos.
Que no es demasiado significativo, sigo. Porque lo importante en esta cuestión ya no es el qué, sino el cuándo. Y el 'en qué están pensando'.
Que una presidenta se cargue a la mitad de su gobierno (cuatro de nueve consejeros, ojo) en mitad de la peor crisis sanitaria, social y económica de la historia de La Rioja es una malísima señal. Es mala si lo que ocurre es que los cuatro eran tan paquetes en lo suyo que ponían en peligro aún más a los administrados. Porque en qué manos estábamos, claro.
Pero es peor si, como todo parece indicar, no era ése el asunto, sino que lo que se dirime es un choque de egos, de ambiciones y de personas en el que nada tiene que ver lo que cada uno haya hecho en el gobierno, sino quién es su padrino o quién no lo es.
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Es, en fin, el maldito orden de prioridades. La Rioja fracasó miserablemente a la hora de parar la primera ola de la pandemia: fuimos de los peores de Europa, y sólo pudimos detener el tren cuando ya nos había pasado por encima. Era casi inevitable. Nadie estaba preparado para algo así, vale.
Pero resulta que cuando el tren ha vuelto a ponerse en marcha nos ha sorprendido sesteando en mitad de la vía. No soy de los que piensan que todo es siempre culpa del Gobierno, sobre todo porque cada vez que veo la terraza de un bar se me cae el alma a los pies. Ahí están muchos de ustedes, tan juntitos, tan majos, tan sin mascarilla.
Pero sí que creo que en este caso, en estos meses, se debería haber hecho más de lo que se ha hecho.
Un ejemplo. El 27 de julio (hace un mes, oigan) la presidenta Concha Andreu dijo en rueda de prensa que su gobierno se planteaba cerrar el ocio nocturno a las doce de la noche. De aquello nunca más se supo hasta que, como se ha visto, era tarde. Un gobierno con el orden de prioridades correcto, y viendo en los días siguientes lo que estaba ocurriendo, hubiera corrido a tomar, al menos, esa medida. Pero para entonces la presidenta ya había cortado la cabeza de Ocón, de Santos y de Rubio. Aunque ellos tres no lo sabían, y aunque al final tuviera que ser más en diferido de lo que le hubiera gustado. Por el camino cayó Cacho, víctima de la guerra sucia y de su propia inexperiencia.
No era, sencillamente, el momento de todo esto. No puede ser que los responsables de dos de las áreas más sensibles de esta crisis (las residencias de la tercera edad y la educación) tengan que bajarse del caballo en plena batalla por culpa de una guerrilla interna de un partido. No puede ser que nadie en este sucio asunto haya dicho «oigan, señores, paremos. Ahora da igual quien gane o quien pierda. Ya lo decidiremos otro día».
No puede ser que, en fin, un gobierno equivoque así el orden de sus prioridades.
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