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Silvia Fauste adoptó a Pedro hace seis años. Y, como la de cualquier madre, su vida sufrió un vuelco. Pero la de Silvia fue una maternidad aún más compleja: su hijo aterrizó en su hogar con ocho años, en unas condiciones complicadas; «fue un proceso «muy duro» al principio, recuerda Silvia. A la casuística especial que acompaña a la maternidad por adopción internacional se sumaba la condición de monoparentalidad. Y todo ello, sola: «Soy hija única y mis padres ya habían fallecido cuando llegó Pedro», comenta esta alfareña. «Pero tengo muy buenos amigos que cuando me han hecho falta han estado», agrega Silvia, que menciona también los problemas de adaptación que vivió con Pedro: «He tenido la gran suerte de dar con una serie de profesionales que no han podido ser mejores».
«No tengo un mal sueldo, pero hubiera agradecido recursos para cubrir los tremendos gastos (psicólogos, pedagogos, especialistas...) por las circunstancias particulares de Pedro; ha habido momentos en los que me ha llegado justo». En su caso particular por ejemplo, echó de menos una reducción en las tasas de las instalaciones deportivas, que las han usado «muchísimo» porque Pedro ha encontrado «en el deporte una vía de desfogue y de ocio fabulosa».
Silvia recupera un momento especial, el de la llegada de Pedro a su vida, en el que no fue consciente de la desigualdad que su familia vivía: «Tuve el permiso de la baja maternal que me correspondía a mí sola y nada más; en ese momento no fui tan consciente, pero después dije, 'madre mía, me tendría que haber cogido un tiempo sin sueldo'».
También Silvia hace alusión a la fortuna en su vida al valorar su empleo como profesora para poder conciliar: «Tengo las vacaciones escolares como Pedro, con lo cual he tenido la gran suerte de poder estar más con mi hijo». Aun así, Silvia ha tenido que recurrir a la ayuda externa, con una persona que le ayudaba con Pedro para llevarlo al colegio en Alfaro (ella trabaja en Calahorra) o cuidarlo cuando no coincidían. «Me ha supuesto un coste importante, claro», reconoce.
El caso de Silvia suscita admiración entre quienes la conocen: «Me preguntan que cómo lo hago», plantea entre risas, pero enseguida se pone seria para indicar: «Por cierto, lo del desarrollo de la ley urge mucho, pero no es de recibo que las monoparentales con la acreditación tengan que ir renovándola cada poco». «Normal es que luego las familias no se molesten ni en pedirla», demanda.
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