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La muerte y los niños Guía y consejos para saber qué decirles ¿Cómo le cuento a mi hijo que ha muerto un ser querido?

Los psicólogos lo tienen claro: hay que ayudar a los niños a afrontar la muerte. Más allá de situaciones excepcionales como la pandemia, que enfrentó a muchos de ellos a la pérdida de sus seres queridos, la muerte está presente en el día a día de miles de padres e hijos. Psicólogos y expertos nos cuentan cómo abordar el más trágico de los temas con los más vulnerables.

Miércoles, 28 de Diciembre 2022

Tiempo de lectura: 9 min

Ahí está mi abuelito. Se ha convertido en una estrellita». María Luisa tiene cinco años y tartamudea mientras apunta al cielo. Cristina, su madre, mira con ternura a su hija. «Estaba muy apegada a mi padre. Verlo tan débil tras dos años de quimioterapia ya fue muy duro, así que se me ocurrió lo de la estrellita para que no sufriera aún más. Creo que ha funcionado. No parece triste cuando dice que lo ve en el cielo».

Cristina ignora, sin embargo, que la tristeza –como la ansiedad, la rabia y la culpa– se manifiesta en los niños de formas muy distintas, aunque, eso sí, es consciente de que su hija aún está de duelo. «Empezó a tartamudear al morir el abuelo, a hacerse pis en la cama y no quiere que salgamos de la habitación hasta estar completamente dormida», revela.

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Somatizaciones, regresiones, ansiedad por la separación; estas son solo algunas de las maneras en que un niño expresa su sufrimiento ante una muerte. O, mejor dicho, ante un buen número de sentimientos que no consigue identificar.

Hay que ser comprensivo con el duelo del niño, decirle «sé que estás triste»

Para los más pequeños, verbalizar con claridad su estado de ánimo resulta extremamente complicado. Se sienten en medio de una gran confusión y pueden exteriorizar su dolor de maneras muy diversas. «El niño necesita más tiempo que el adulto para superarlo. Quizá, incluso, dos años», explica la psicóloga y pediatra Montse Esquerda, coautora de El niño ante la muerte (Editorial Milenio).

En el intento por proteger a sus hijos del sufrimiento, los adultos evitan a menudo pronunciar la palabra ‘muerte’. La comunicación con los niños es fundamental. Buscan suavizar la noticia acudiendo a eufemismos e historias fantasiosas y en casa fingen, con la mejor de la intenciones, que no ha pasado nada. «Lo peor es sufrir en silencio. El dolor vivido es dolor compartido. No es dolor guardado. Cuando metes comida en un táper, con el tiempo se pudre; con el dolor ocurre igual. Guardamos demasiados táperes dentro de nosotros», señala Esquerda que aconseja a los padres no reprimir el llanto ante sus hijos porque, al expresar lo que sienten –aunque sin descontrolarse–, le dan permiso a ellos a hacer lo mismo. «Ocultar los sentimientos que la muerte provoca no es una forma de proteger a los niños –subraya–. Al contrario, los protegemos al mostrarles que la pérdida forma parte de la existencia y que esta continúa pese al dolor que nos inflige».

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¿Qué se les debe decir? Las palabras que usamos para comunicar un deceso a un niño son fundamentales. No hay que pasar por encima del problema, sino abordarlo de forma específica, dando respuestas concretas. Respete el ritmo del niño, manteniendo el contacto físico.

La reacción de los adultos a las manifestaciones de duelo de los niños son cruciales para que estos puedan entender lo que sienten. «Por ejemplo, ante rabietas y problemas de comportamiento, en vez de reñirlos con frases del tipo: ‘Te estás portando fatal últimamente’, es más conveniente un comprensivo: ‘Sé que estás triste’. Al identificar sus emociones, los ayudamos a lidiar con ellas», sugiere Montse Esquerda. «La rabieta no va dirigida a los padres –añade Anna Maria Agustí, psicopedagoga especialista en acompañamiento al sufrimiento y coautora de El niño ante la muerte–. La rabieta es una expresión de cómo le cuesta asumir la realidad».

La cuestión entonces es, ¿qué se les debe decir? Las palabras que usamos para comunicar un deceso a los niños son clave. No hay que pasar por encima del problema, sino abordarlo de forma específica. Dando, por ejemplo, respuestas concretas. Puede que no reaccione al momento o que sus reacciones sean incontrolables, pero no intente frenarlas. Respete el ritmo del niño, manteniendo el contacto físico, una forma de expresión tan importante o más que la estrictamente verbal.

Dele tiempo para hacer todas las preguntas que se le planteen. No utilice conceptos filosóficos. Las dudas de los niños son muy concretas y requieren respuestas concretas. Dé respuestas cortas y comprensibles.

Los niños, por otro lado, necesitan situar a la persona fallecida en alguna parte. Si se decide por utilizar el cielo, el menor de cinco años lo tomará como un lugar físico y real. A partir de los seis, ya puede hablar del cielo como un cambio de estado y no solo como un lugar físico. Con los mayores de once puede ir más allá, ya se puede plantear incluso «la nada».

Ocultar a los niños el dolor que provoca la muerte es un error. No ha de reprimirse el llanto

Conviene, además, dejar claro que el niño jamás volverá a ver físicamente ni a abrazar a la persona que murió. Enfatice que lo tendrá siempre en su corazón: el amor no muere. Otra indicación clave es evitar la culpa. Acostumbrado a vivir con la relación causa-efecto, el niño puede llegar a creer que si se hubiera portado mejor, quizá habría evitado la muerte. Tal vez se culpe, incluso, por el llanto del adulto. Hágale ver que la muerte forma parte de la vida y que las lágrimas son una expresión de dolor. También son importantes los cambios, evitarlos, más bien. Durante un año, al menos, no haga cambios de colegio ni de casa y mantenga los horarios y rutinas de los niños.

En cuanto al momento de compartir la noticia, lo más adecuado es hacerlo en cuanto se produce el fallecimiento de ese ser querido, sean cuales sean las circunstancias. Que el niño se entere lo antes posible es lo mejor. También que lo sepa por boca de sus padres, siempre que sea posible. Si el padre o la madre está muy afectado, conviene que alguien cercano lo acompañe o, en último caso, lo sustituya. El adulto que dé la noticia debe estar emocionalmente muy apegado al niño y dejar claro que no está solo, que no ha sido abandonado.

Respecto al lugar, elija un sitio donde el pequeño se encuentre cómodo, sin ruidos ni interferencias. Siéntese con él, mantenga el contacto físico y mírele a los ojos, dando tiempo para que empiece a asimilar la noticia, sin atropellamientos ni exceso de información. Es decir, vaya poco a poco y sin necesidad de entrar de demasiados detalles. Empezar, por ejemplo, con algo del tipo: «Tengo que contarte una cosa que me resulta muy difícil... Ha ocurrido algo muy triste». Explíquese paso a paso, pero sin ser demasiado explícito, lo suficiente como para que lo entienda. No mienta ni utilice eufemismos y hable de manera delicada, cuidando el tono, asegurándose de que él le escucha y lo entiende.

Incapaz de asimilar todo el alcance de la tragedia, el niño tiende a desconectarse, dando la falsa impresión de que no lo pasa tan mal. Luego puede estallar en llantos

En caso de enfermedad, por ejemplo, es bueno empezar contando que «estaba muy enfermo...», y explicarle «que se puso aún peor, su corazón dejó de latir, él dejó de respirar... y se murió». En caso de muertes repentinas, como un accidente, hay que intentar ser fiel a lo que realmente ocurrió aunque puede guardarse parte de la verdad –no hace fata ser escabroso–, pero sin mentir.

Hay que ser también cuidado con la desconexión ya que los niños pueden estar profundamente afectados, pero ser capaces de jugar y reír. El niño vive el presente y, como es incapaz de asimilar todo el alcance de la tragedia, tiende a desconectarse, dando la impresión de que no lo está pasando mal. Luego, sin embargo, puede estallar en un llanto desesperado. Que se abstraigan no quiere decir que se distraigan.

Por otra parte, hay expresiones de las que conviene huir. Cosas como: «No debes tener miedo», «la muerte es como un sueño», «la muerte es un largo viaje», «Dios lo ha llamado», «está descansando», «se ha ido», «nos ha dejado»... Es importante, además, potenciar la cohesión familiar, algo normal en el duelo, pero sin presionar al menor a asumir el rol de la persona ausente. «Ahora tú eres el hombre de la casa», es una expresión arquetípica a desterrar.

Huye de expresiones como: «La muerte es como un sueño», «la muerte es un largo viaje», «está descansando», «ahora tú eres el hombre de la casa»...

Valorar su esfuerzo también ayuda. Cuando un niño muestra apatía, desgana, o se niega a salir de la cama para ir al colegio, por ejemplo, «hay que decirle claramente –añade la psicopedagoga Anna Maria Agustí,– que sabemos el esfuerzo que está haciendo, y reconocer que a ti [padre o madre] también te está costando». Los abrazos, besos y caricias son una manera de recompensarlo, además de reforzar el amor hacia el niño, esencial para que este se sienta seguro.

Asimismo, en el colegio también es necesario el apoyo del maestro favoreciendo situaciones en las que el niño exprese sus sentimientos –jamás hay que presionarlo para que hable de lo que no quiere–, dejando que se desahogue, y apaciguando sus temores y angustias. «La clave no es olvidarlo, es superarlo –insiste Agustí–. No se entra en el dolor para removerlo, sino para que uno pueda salir curado». La especialista recalca, además, que los problemas en el rendimiento escolar son una de las manifestaciones previsibles del duelo. «No hay que reducir la exigencia, pero es que el niño no está para eso», enfatiza la psicopedagoga.

Las autoras de El niño ante la muerte subrayan, además, que para abordar el tema de la muerte no hace falta esperar a que al niño le toque de cerca. Dicen que esto no evitará su sufrimiento más adelante, pero sí que dispondrá, al menos, de una estructura mental donde ubicar la experiencia, lo cual lo ayudará mucho. Películas como Bambi, Up o El rey león pueden ayudarnos a introducir al niño en el complejo concepto de la muerte. «Por muy terrible que sea una realidad –concluyen Esquerda y Agustí–, aquello que se ven obligados a imaginar es aún peor».


Si se les explica bien a los niños, un funeral o una ceremonia de incineración no dejan malos recuerdos. «No acudir traumatiza más», afirma la psicóloga y pediatra Montse Esquerda, coautora del libro El niño ante la muerte. Estas son las claves para ayudar a un niño a despedirse de un ser querido.


1 | Pregúntele si quiere ver al familiar fallecido. Lo normal será que lo desee. De no ser así, no está de más animarlo a que lo haga. Contemplar los restos de la persona amada lo ayudará a aceptar la realidad de su pérdida.

2 | Es crucial explicarle todos los pasos del ritual: cómo y dónde estará el fallecido, si lo rodearán flores y velas, con quiénes se encontrará en el funeral...

3 | Invítelo a llevar algún objeto personal: una carta, un dibujo, para dejar en el féretro junto a la persona amada.

4 | Explíquele que va allí a despedirse y que después de hacerlo se cerrará con llave la caja y ya no volverá a ver jamás a la persona que ha muerto.

5 | Si se opta por la incineración, explíquele todo el proceso, dejando claro que lo que hay en el féretro es un cuerpo sin vida, un mero envoltorio.

6 | El niño debe saber que recibirá toda la atención que necesita, que podrá preguntar y decir lo que quiera y que no tendrá que controlar lo que siente.

7 | Si el pequeño no asiste al funeral, se puede celebrar un rito familiar íntimo de despedida, para hablar de la persona fallecida y recordar momentos bonitos.

8 | Involúcrelo en el proceso de organizar las pertenencias de la persona fallecida para que sean donadas. Los adultos suelen evitarlo en la creencia de que así pensará más todavía en la muerte de su familiar. No es así. Al participar de este proceso, se va despidiendo poco a poco de sus cosas. Eso lo ayuda.

9 | Pregúntele si quiere quedarse con alguna pertenencia de su familiar. Si dice que no, guarde algo para más adelante; puede cambiar de idea o, de mayor, podría gustarle conservar alguno de sus objetos.


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