Un enclave geoestratégico
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Un enclave geoestratégico
Miércoles, 29 de Enero 2025, 13:53h
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Hace 34 años, Transnistria declaró su independencia unilateral de Moldavia. A pesar de tener ejecutivo, moneda, pasaporte y fuerzas armadas propias, no ha sido reconocida por ningún país del mundo, así que sus 520.000 habitantes viven en una burbuja. Al separarse en septiembre de 1990, recién caído el Muro de Berlín, el Gobierno de Transnistria decidió mantener los símbolos soviéticos y siguen celebrando, como en la foto superior, todas las victorias rusas en conflictos históricos.
El 60 por ciento de los transnistrios habla ruso o son de origen ruso, como Albina (en la foto, en su casa); el resto, moldavo. Sobreviven gracias al apoyo económico de Rusia. El Kremlin nunca ha reconocido Transnistria como Estado, pero quiere mantener la 'república' bajo su control, así que proporciona ayudas a sus habitantes, como el suministro de gas, que era, hasta hace un mes, casi gratuito. Recientemente, sin embargo, Transnistria ha estado al borde del colapso por el corte del gas ruso: la empresa Gazprom detuvo el suministro el 1 de enero, amparada en una deuda de 709 millones de dólares de Moldavia. El Kremlin culpó así a la propia Moldavia por el corte, que ha dejado a los 520.000 transnistrios sin calefacción ni agua caliente (el resto del país se abastece ahora de Rumanía). Moscú ha culpado también a Ucrania, que impide el paso de gas ruso por su territorio para abastecer a Transnistria. Por su parte, Moldavia acusa a Rusia de orquestar con todo esto una crisis humanitaria en la zona mayormente rusoparlante para desestabilizar el país antes de sus próximas elecciones de julio. Finalmente, el gobierno moldavo no ha tenido más remedio que prestar gas a Transnistria para detener la emergencia.
Alumnos de la escuela de cadetes del Ministerio del Interior. Transnistria es una estrecha y sinuosa franja entre Moldavia y Ucrania. Para Putin es un territorio estratégico, similar a Crimea, donde desde 2014 se enfrentan rusos y ucranianos. De ahí que la OTAN alertase ya hace años de la posible expansión del conflicto, teniendo en cuenta la «magnitud» de las tropas rusas en la frontera de Transnistria con Ucrania. En la autoproclamada república, sus líderes lo tienen claro: prorrusos desde la declaración de la independencia en 1990, han pedido reiteradas veces a Moscú que les brinde «protección» ante la «asfixia económica» a la que los somete el gobierno moldavo, que –alegan desde Transnistria— ha iniciado una «guerra económica» en su contra, bloqueando importaciones vitales con el objetivo de convertir la región en un «gueto».
Vadim Krasnoselsky (a la derecha, hablando) es el actual presidente de Transnistria. Tras separarse de Moldavia, el Gobierno –aunque inspirado en el modelo comunista– privatizó toda la industria de la región. La mayoría de las empresas pasó a manos de oligarcas rusos y ucranianos. Aun tratándose de un estado no reconocido, Transnistria actúa como tal. A raíz, por ejemplo, de la reciente crisis energética, Krasnoselsky se dirigió al secretario general de la ONU, António Guterres, para solicitarle ayuda tras el cese del suministro de gas ruso por territorio ucraniano.
El Parlamento de Transnistria con la estatua de Lenin al frente. Aunque este sea el máximo órgano de decisión, la vida política y económica de la región —casi en un 60 por ciento— la controla el holding Sheriff, un conglomerado creado por dos exmiembros de los servicios secretos moldavos en tiempos de la URSS. Le pertenecen supermercados, bancos, refinerías, telefonía y, claro, un equipo de fútbol: el Sheriff Tiraspol, que en 2021 ha llegado a jugar en fases finales de Champions League, tras clasificarse como ganador de la Liga de Moldavia y pasar las primeras rondas. Aquel año, el equipo fundado por el oligarca Viktor Gushán llegó a enfrentarse y a ganarle incluso al mismísimo Real Madrid en el Santiago Bernabéu (1-2). El equipo de Gushán ha ganado la Liga de Moldavia 21 veces desde 2001. Su secreto: un presupuesto muy por encima del de sus rivales moldavos.
Antes de la separación, Transnistria era la parte más próspera de la República Soviética de Moldavia. Aquí se concentraba la industria eléctrica de todo el país. De ahí que a muchos la región les parezca una especie de museo al aire libre de la extinta URSS. Ahora, sin embargo la falta de legalidad internacional y de regulaciones homologadas desanima a los inversores extranjeros y los mercados, como el de la imagen, tienen problemas de abastecimiento. En el caos de la descomposición de la Unión Soviética en los años noventa, la declaración de independencia de Transnistria no acaparó titulares. Sin embargo, en 1992 tuvo lugar una guerra civil que dejó 1500 muertos. La guerra terminó tras el alto el fuego negociado entre moldavos, transnistrios, rusos y ucranianos.
La cocina de un orfelinato para niños de entre 6 y 17 años de Tiráspol. Muchos padres que deciden emigrar y no tienen familiares que puedan hacerse cargo de sus hijos los dejan en estos centros. Según un estudio de la Organización Internacional de Migración, en 2015 cerca del 15 por ciento de la población activa dejó la región. Antes de que sus partidos de Champions con el Real Madrid la pusieran para muchos en el mapa, Transnistria se había hecho ya un nombre a través de la literatura, con la publicación en 2012 de Educación siberiana, de Nicolai Lilin (luego rodada como película), que cuenta la experiencia del autor entre los urcas, una insólita comunidad de bandidos siberianos, deportados por Stalin a esta franja cuando era un territorio inhóspito.