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Abel Verano y José Carlos Rojo
Domingo, 11 de febrero 2024, 07:58
Una de las incógnitas que sobrevolaba en el caso del asesinato de Silvia López Gayubas en Castro Urdiales es el móvil del crimen. Qué fue lo que desencadenó la brutal agresión por parte de uno de sus dos hijos adoptados, de 15 años, que ... estará internado durante al menos seis meses. Pues bien, según ha podido saber El Diario Montañés, el mayor de los dos hermanos confesó ante la fiscal de menores el crimen y ofreció todo tipo de detalles sobre cómo sucedieron los hechos.
Pero antes de eso, para poner en contexto una acción injustificable a todas luces, el chaval relató que tanto él como su hermano sufrían «violencia física y psicológica» de sus padres. Que les «maltrataban» desde hacía varios años. Este testimonio lo realizaron los dos hermanos en el Hospital Valdecilla de Santander, en la madrugada del jueves, horas después de que la Guardia Civil les localizara tras perpetrar el crimen, y lo ratificó el mayor, posteriormente, ante la fiscal de menores. «Las agresiones físicas eran continuas y consistían en bofetadas y en golpes con una zapatilla en los antebrazos, que nos dejaban moretones».
Hace cosa de dos años, el hijo mayor de Silvia, la víctima, dice que le contó a su tutor del colegio el calvario que estaba padeciendo, y el profesor llamó a los padres para comentarles lo que refería el menor. La llamada no sentó bien a los padres y eso provocó que el chaval dejase de confiar en los adultos. A partir de ahí, solo se «desahogaba» con su hermano y uno de sus amigos más cercanos.
Una vez que hizo estas referencias a como era, supuestamente, el trato que recibía de sus padres, comenzó a detallar el relato de los hechos del día de autos, que arrancó minutos antes de las cuatro de la tarde del pasado miércoles cuando se encontraba con su hermano y su madre en casa (su padre se encontraba trabajando) y esta recibió una notificación a través de Alexia (Plataforma Educativa) de una «mala calificación» de su hijo mayor. «Empezó a decirme 'eres un inútil, una mierda, no vales para nada...' y me pegó una bofetada», afirmó.
Tras este altercado, el hijo mayor de Silvia se llevó a su hermano -que cuenta con 13 años- a su clase particular de Inglés, a la que llegó con retraso, sobre las cuatro y cuarto, y volvió a casa. A las cinco fue a recoger a su hermano del aula de Inglés y ambos regresaron a su hogar. Su madre estaba «muy enfadada». «Nada más entrar empezó a insultarme y me cogió del cuello y me empotró contra el mueble de la cocina. En ese momento, mi hermano se volvió loco y fue hacia mi madre, la enganchó por los brazos y la echó para atrás, lo que provocó que ambos cayeran al suelo, a mis pies. Entonces cogí un cuchillo que había en la encimera y se lo clavé en el cuello (en su primera declaración dijo que en la cabeza) y le di otras cuatro o cinco puñaladas».
El menor de 15 años que ingresó el pasado jueves, a las siete y media de la tarde, en el Centro Socio-Educativo Juvenil de Parayas, ha solicitado una autorización para poder ver a su hermano, de 13 años (ininputable), que se encuentra en un centro de protección de menores. Entonces, su representante legal se ha puesto en contacto con los responsables del Instituto Cántabro de Servicios Sociales (Icass) para ver si puede solicitar al juez la posibilidad de que pudieran tener visitas o, al menos, llamadas entre ellos. Por su parte, el hermano menor preguntó a los agentes si «podía ir a misa el domingo» en el transcurso desde que fueron localizados por la Guardia Civil hasta que fueron trasladados a la Comandancia.
Con esta confesión y el hecho de que la víctima presentara heridas por la nuca se entiende que la Fiscalía impute al joven un delito de asesinato, que se produce cuando el autor causa la muerte de otra persona de manera deliberada e intencionada mediando uno o más de los elementos constitutivos del delito.
El chaval detalla que empezó a apuñalar a la madre «a lo loco» y paró cuando empezó a ver que salía sangre: «Me asusté y paré». Cuando le preguntaron, durante su declaración, si tenía intención de dañar a su madre cuando cogió el cuchillo, el chaval respondió que «no quería hacer daño» a la madre y que solo pretendía «que parara esa situación». Y cuando les plantean por qué en ese momento no llamaron al 112, apuntó que «estábamos asustado y no sabíamos qué hacer».
A partir de ahí, fue todo improvisado. Al ver que la madre sangraba, cogieron unas bolsas de basura y «le cubrimos la cabeza y le amarramos las muñecas y los pies». Después le quitaron la ropa a la madre y también se desprendieron de la suya al estar ensangrentada para luego arrojarla a un contenedor.
Pero antes de eso, lo que hicieron fue limpiar los restos de sangre que quedaron sobre el suelo de la cocina. Después, decidieron bajar «a rastras» el cuerpo de la madre por las escaleras que conectan la vivienda con el garaje, lo que explicaría que el cadáver presentaba golpes, ya que ninguno de los menores apuntó que golpearan a Silvia.
Una vez en el garaje metieron a su madre en el coche «como pudimos» y trataron de arrancar el vehículo, «pero como no sabemos conducir, lo empotramos con la pared». ¿A dónde ibais con el cuerpo?, le preguntó la fiscal. «No lo sé», se limitó a contestar.
Todo esto ocurrió sobre las cinco y media de la tarde y en esa situación los dos hermanos decidieron marcharse y coger unas mochilas en las que introdujeron algo de dinero, ropa, unos libros y el teléfono de la madre. «Nos fuimos al pueblo y estuvimos viendo escaparates. Compramos unos ganchitos (un aperitivo crujiente de maíz) y tomamos un Cola Cao».
Desde ahí se desplazaron hasta la zona de Cotolino, por el paseo marítimo, donde su abuela empezó a llamar a su hija (la madre de los implicados), pero los dos hermanos no respondieron en un primer momento, hasta que decidieron cogerlo y le contaron que les habían secuestrado y que llamase a la Policía.
A partir de ahí, el relato de hechos es el que ya ha descrito este periódico días atrás. Agentes de la Benemérita se presentaron en la calle Monte Cerredo, donde reside esta familia, y se encontraron los restos de sangre y el cadáver de Silvia. Eran las ocho y media de la tarde. Entonces pusieron en marcha el conocido como operativo jaula, dirigido a acordonar buena parte de la localidad para inspeccionar cada vehículo que saliera en busca de los menores, que supuestamente habían sido secuestrados.
La primera hipótesis apuntaba a un posible crimen de violencia machista, por el modus operandi y porque en ese momento a los hijos se les daba por desaparecidos, pero no tardó en ser descartada porque el marido de la víctima se encontraba trabajando en una empresa metalúrgica con sede en el País Vasco. A partir de ahí, el dispositivo continuó centrado en la búsqueda de los menores. Los agentes controlaban los coches, abrían los maleteros y miraban en los asientos traseros. Incluso se inspeccionaron los contenedores de basura, pues había varias conjeturas: los niños podían estar vivos o no. Se movilizó incluso una ambulancia de la DYA ante el temor de que pudieran aparecer malheridos.
Transcurridas cinco horas, y sin resultados de la búsqueda, los uniformados localizaron a los jóvenes en los acantilados del parque Cotolino. Al ver a los agentes se escondieron, pero ya habían sido identificados. Atraparon a uno de ellos, al mayor. El otro tuvo tiempo de salir corriendo hacia una zona boscosa que hay en el mismo espacio natural, donde lo detuvieron pocos minutos después. En ningún momento confesaron la autoría de los hechos a la Guardia Civil.
Los chavales fueron trasladados sobre las dos y media de la madrugada a Valdecilla, al presentar lesiones tanto por haber estado por el monte como por la pelea con la madre.
Es en el hospital donde los dos hermanos confiesan lo ocurrido a los sanitarios que les atendieron. El mayor fue examinado por un psiquiatra que no detectó una enfermad psiquiátrica aguda en él. Y desde allí son trasladados a la Comandancia del instituto armado en Campogiro. De forma paralela, los agentes telefonearon al padre para contarle lo sucedido. El jueves, por la mañana, la fiscal envió a un centro de protección al menor de 13 años y por la tarde la jueza acordó el internamiento del hermano, de 15 años, a instancias de la fiscal.
A Alicia le comen los nervios. Cada vez que recuerda lo sucedido el pasado miércoles se le revuelve el estómago. «Entraron por la puerta a las ocho menos diez de la tarde, después de hacer lo que hicieron, y pidieron un capuchino, un Cola Cao y dos palmeras», recuerda la responsable de la pastelería-cafetería Asuetto, en pleno centro de Castro Urdiales. «Noté al mayor algo ido, como pensando en sus cosas, pero como era adolescente no me llamó más la atención». Le contó todo lo sucedido a la Guardia Civil;pero ya está cansada de revivir los hechos. «No me gusta ser el centro de atención porque ya es bastante complicado lo que viví como para que al final tenga que exponerme aún más», lamenta. No sabe, tampoco, qué pudo motivar a los dos hermanos a entrar en su establecimiento. «No lo sé, supongo que estaban perdidos y simplemente les entró hambre. ¿Qué más van a pensar dos niños así después de lo que había pasado?».
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