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El Día de la Constitución que conmemora hoy su 45º aniversario se ha convertido, también, en día de dardos en el patio del Congreso entre Yolanda Díaz y Ione Belarra tras la ruptura, la víspera de una jornada que siempre concentra toda la atención política ... y periodística, de Podemos con el grupo parlamentario de Sumar del que formaba parte desde las elecciones generales del 23 de julio. Ni una se ha referido a la otra explícitamente ni viceversa. Pero el cruce de mensajes, permeados por advertencias tácitas, da la medida de la profundidad de un divorcio que, en realidad, se atisbaba desde antes de que ambas sellaran un forzoso matrimonio de convivencia impelido por el adelanto de la cita con las urnas resuelto por el presidente Sánchez. Donde Díaz vio la ocasión de apuntalar su liderazgo al frente de la plataforma de 16 partidos que buscaba reorganizar el espacio a la izquierda del PSOE, Belarra y los suyos lo interiorizaron como una imposición. Esta luminosa pero gélida mañana de otoño en el Congreso, cuando lo que se juega es la supervivencia de la legislatura, la vicepresidente segunda ha advertido a Podemos de que «las personas progresistas no comprenderían que se pueda poner en jaque políticas públicas importantes y buenas por intereses de parte», mientras la secretaria general de los morados daba por «pasada la página» de su imposible confluencia con Sumar y comenzaba ya a marcar perfil por libre.
Las últimas horas han sido intensas para el Gobierno, pese a que internamente tanto el PSOE como Sumar consideraban que era cuestión de tiempo que Podemos abandonara las filas de la plataforma magenta. Ayer por la tarde, tras materializarse la separación por las bravas, Belarra llamó al ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, para transmitirle que su grupo no pondrá en riesgo la legislatura, un mensaje de calma que fue transmitido también por la secretaria de Organización y diputada de los morados, Litith Verstrynge, al secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, Rafael Simancas. Sánchez solo charló con Díaz. En las conversaciones informales mantenidas en la recepción por la celebración constitucional, la vicepresidenta y titular de Hacienda, María Jesús Montero, ha confirmado que se sentará con Podemos a negociar los Presupuestos para 2024 como un actor añadido a todos los demás -Junts, ERC, Bildu, PNV, BNG y Coalición Canaria- que avalaron la reelección del presidente. El temor de los socialistas no pasa tanto por que los morados impidan leyes relevantes, como por una posible dispersión del voto en el ciclo electoral que incluirá antes de mitad del año las autonómicas gallegas y vascas y las europeas y «el ruido», sobre el ya existente, que generará para hacer oír sus reivindicaciones. Por de pronto, Sumar ha bloqueado ya que Belarra presida la comisión de Derechos Sociales del Congreso.
«¿Qué más da ya negociar con uno más?», resumía el sentir del momento un diputado del PSOE. El debate sobre el proyecto de Presupuestos para el próximo ejercicio constituirá la primera piedra de toque de hasta dónde está dispuesto a llegar Podemos con la presión de Belarra y sus otro cuatro diputados, erigidos ahora en la formación más potente del Grupo Mixto, para hacer valer sus exigencias de que el Gobierno cumpla con una agenda social escorada a la izquierda; una inclinación que chirría, de saque, con los planteamientos de otros dos socios esenciales del Ejecutivo, el PNV y Junts, en cuestiones como el desarrollo de la ley de vivienda, a cuyos derechos, sintomáticamente, se han referido Díaz y Belarra para coincidir en la necesidad de cumplir y hacer cumplir los mandatos constitucionales. En lo que ha tenido las trazas de una declaración de intenciones, Díaz ha comparecido ante la prensa minutos después de que lo hiciera Belarra flanqueada por los otros cuatro ministros de Sumar en el gabinete de Sánchez -Ernest Urtasun (Cultura), Sira Rego (Juventud e Infancia), Pablo Bustinduy (Derechos Sociales) y Mónica García (Sanidad)-y con un mensaje de «serenidad y tranquilidad» para quienes votaron a Sumar el 23-J y el resto del espectro electoral progresista.
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Díaz ha evitado acusar a Podemos de transfuguismo y dirigirle invectiva alguna pese a que la quiebra, política y personal, entre las direcciones de una y otra formación era un secreto más que a voces, a gritos, desde que la vicepresidenta optó por soltar cualquier amarra que pudiera condicionarla con quien la ungió -Pablo Iglesias- para que pilotara la refundación de las izquierdas a la izquierda del PSOE comandadas desde el 15-M por Podemos. La líder de Sumar ha efectuado un análisis del resultado electoral que ha obviado que el PP y Vox consiguieron más escaños que las dos fuerzas del Gobierno de coalición y según el cual la ciudadanía, de la que ha dicho que actuó de forma «muy inteligente», «se volcó para parar a la derecha y la extrema derecha», pero también para lanzar «el mandato» de seguir avanzando en los derechos sociales aún «frágiles» para no pocos españoles. Y ha sumado a esta palanca otra no menor -que las derechas están sometiendo al Ejecutivo recién constituido a «un asedio» a través de una estrategia «destructiva»- para confiar en que «nadie en el hemiciclo» se va a «equivocar de adversario» tumbando iniciativas que configuran «la política útil» que ella preconiza.
Díaz ha reclamado «altura de miras» en este «contexto muy difícil», pero más allá de la esperanza en que Podemos no se atreva a boicotear la acción del Consejo de Ministros en el que se sentó la pasada legislatura, ha rematado su intervención con dos avisos tangibles a sus ya exaliados. Uno, su acelerado pase al Grupo Mixto para hace valer el peso de sus cinco diputados, a los que Sumar había privado, entre otras cosas, de portavocías, contribuye a «la desafección» de la ciudadanía hacia la política de la que la vicepresidenta siempre alerta. Y dos, «las personas progresistas no comprenderían» que se pusiera en riesgo una legislatura que ha nacido envenenada por los pactos de Sánchez con el conjunto del soberanismo; traducido, ni los votantes de Podemos compartirían que se le hiciera el juego a las derechas, el desafío implícito con el que Sumar y los socialistas tratarán de embridar las reivindicaciones de un Podemos que se ha situado como tan decisivo para la supervivencia de este cuatrienio como cualquiera del resto de socios.
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Para entonces, Belarra ya había dado muestra ante el mismo enjambre de cámaras y micrófonos que existe un punto de alivio en los suyos; que el regreso a la barricada política al margen de las servidumbres del Gobierno les libera de los meses forzados a transigir con los designios de Díaz y, por extensión, de Sánchez. Belarra, en su estreno como rostro más visible del nuevo Grupo Mixto en el Congreso, ha dado por «pasada la página de un momento extraordinariamente difícil» para los morados, en alusión a la turbulenta y fallida convivencia dentro de Sumar, y ha incidido en que los suyos emprenden una nueva etapa con «fuerzas renovadas»; o lo que es lo mismo, con ganas de marcar perfil propio y por libre ante la acción gubernamental del PSOE y de Sumar.
Belarra, que ha sorteado la pregunta sobre por qué la decisión de irse del escuadrón parlamentario de Sumar no ha sido consultado a las bases, ha respondido a si lo suyo es transfuguismo -el calificativo con el que el propio Podemos ha señalado las fugas de otros diputados en el pasado- aseverando que son los únicos que garantizan el cumplimiento de la agenda social; los únicos, ha citado, que «dicen lo que no dice nadie» y cuya voz se escucha «alta y clara», por ejemplo, contra «el genocidio» del Gobierno de Natanyahu contra el pueblo palestino. La exministra de Derechos Sociales y secretaria general de Podemos se ha esforzado en presentar la decisión de romper como un paso doloroso pero inevitable para continuar siendo «una herramienta útil» para la sociedad. Cuestionada sobre cómo se conformarán ahora las candidaturas ante las elecciones en Galicia y Euskadi, Belarra ha sostenido que cada «dirección autonómica» tiene «autonomía» para decidir qué plancha considera más apropiada. Pero se antoja ya muy cuesta arriba que Sumar y Podemos puedan compartir banderas electoral en medio de semejante clima de desconfianza y competencia.
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