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Perito en resurrecciones, Conrado Escobar protagoniza estos días un nuevo capítulo en una carrera política muy pródiga en meandros, que le han llevado a desembarcar en todos los puertos donde un dirigente riojano puede acabar atracando: así en el Ayuntamiento de Logroño como en ... el Gobierno regional, pasando por distintos puestos en Madrid, así en el Congreso como en el Senado. Un perfil que concita por lo tanto un cierto número de detractores, aunque no tan elevado como el formado por uienes le tienen en alta estima y le prometen apoyo eterno. Una cifra de incondicionales que suma este sábado nuevas aportaciones: las de quienes temen por su futuro político y se pasan ahora al bando (en teoría) ganador. Ganador al menos en el pulso interno. Si llega o no a ser también alcalde de Logroño, lo dirán las urnas de mayo. Pero de momento ya ha atrapado el sueño por el cual se postuló en los últimos meses: dirigir la Alcaldía del Ayuntamiento de la ciudad en que nació en 1964,
Quién lo iba a decir aquella mañana de diciembre, día de los Inocentes (nada menos) del 2018, cuando su jefe tuvo que llamarle por teléfono y pedirle que se sumara al acto donde Pablo Casado iba a proclamar al propio José Ignacio Ceniceros como candidato al Gobierno regional y a Cuca Gamarra, para infortunio de Escobar, número uno por Logroño. A Escobar se le había prometido por activa y por pasiva, así en Génova como en Duquesa de la Victoria, que él sería quien ocupase ese puesto. Una promesa muy sólida desde que apoyó a Casado en las primarias y llenó de votos para su candidato las urnas del PP de La Rioja, una movilización semejante a la que protagonizó con ocasión de otras elecciones internas: las que llevaron a Ceniceros a derrotar a Gamarra en el congreso de Riojaforum. En ninguno de los dos casos Escobar recogió en primera instancia la recompensa que, como él pensaba pero no verbalizaba, merecían sus desvelos. Ceniceros situó en su equipo más cercano a otro grupo de colaboradores y Casado acabó haciendo campaña en favor de Gamarra, a quien había llevado a su gabinete en la sombra tras relevar a Rajoy.
Así que Escobar penó en silencio sus desdichas. Pero no tardó demasiado tiempo en ponerse de pie de nuevo: le ayudaron los genes que en su particular ADN político han forjado una biografía muy rica en caídas y reinvenciones. Aunque ninguna tan rocambolesca como la firmada este sábado, luego de unas horas frenéticas en los fogones del PP. El martes, el ahora candidato por Logroño lucía una sonrisa dentrífica mientras acompañaba a Casado por las calles que conducen al Círculo: la cara, como espejo del alma, no mentía. Venían de almorzar en Cenicero con la cúpula de su partido en La Rioja, una cita donde Escobar, en atención a su carencia de cargos en el PP regional, desentonaba. Pero tenía sentido su presencia porque los movimientos tectónicos en las entrañas de Génova discurrían de una manera natural (ahora sí) en favor de sus aspiraciones.
Dos días después, se desencadenó la operación a escala, esas piruetas que llevaron a Gamarra a regresar de un apresurado viaje a Madrid confirmando lo que algunos de sus fieles ya se olían desde el miércoles: que se marchaba de aspirante al Congreso. Y que el sustituto natural era Escobar. Quien le acompañó el viernes en su comparecencia ante la prensa para corroborar su candidatura a la carrera de San Jerónimo, uno más en el coro de dirigentes populares que callaron entonces lo que todos sabían: que este sábado se escibiría otro capítulo en el manual de resistencia que lleva la firma no de Pedro Sánchez sino de Conrado Escobar. El náufrago que se convirtió en Robinson y ya conoce qué quiere ser de mayor. Alcalde de Logroño. De momento, ya es candidato.
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