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uando, según su propia confesión, Pascual de Gayangos metió los códices de San Millán en sacos y los mandó llevar en carromato a Nájera ni reparó en las Glosas. El códice 60 era un libraco de visible antigüedad, escrito en latín y con algunas anotaciones al margen, que no parecía especialmente prometedor: un conjunto embarullado de homilías y sermones, con un tratado sobre el martirio de los santos Cosme y Damián. Las Glosas viajaban de relleno y solo muchos años después, ya depositadas en la Real Academia de la Historia, Manuel Gómez Moreno y Ramón Menéndez Pidal descubrirían que en aquellas anotaciones urgentes y un tanto desmañadas latía el pulso de un nuevo idioma.
Al erudito Pascual de Gayangos le llamaría mucho más la atención otro códice, cuyo contenido seguramente reconoció a primera vista: una copia manuscrita del 'Comentario sobre el Libro del Apocalipsis', de Beato de Liébana. Al igual que las Glosas y que otros 68 libros, este Beato acabaría su viaje en 1851 en los anaqueles de la Real Academia de la Historia, previo paso por la Dirección General de Fincas. El texto, escrito en latín por el monje lebaniego en el siglo VIII, está realzado por decenas de ilustraciones de gran valor. Hay figuras de tradición mozárabe, más planas y probablemente más antiguas, y otras románicas, quizá añadidas al texto en un momento posterior, a finales del siglo XII o comienzos del XIII.
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Pío García
En el año 1992, la Unesco decidió ampliar la lista de bienes declarados Patrimonio de la Humanidad, en la que San Millán figura desde 1997, con la creación de un elenco paralelo de documentos que custodian «la memoria del mundo». En 2015, los expertos que integran la comisión encargada de actualizar la relación, anunciaron la incorporación de catorce manuscritos del Beato, compuestos en torno al milenio, que se guardan en diferentes instituciones de España y Portugal. Tres de aquellos códices proceden de San Millán: el de la Real Academia de la Historia, el de la Biblioteca Nacional y el del monasterio de El Escorial. «Figuran –dice la Unesco– entre las obras más bellas y originales producidas por la Civilización Occidental y Medieval». «Estas series de Beatos –asegura el informe– representan una singular transición entre el mundo antiguo y el medieval. Todas las bibliotecas europeas de cierta importancia en aquel tiempo buscaban tener una de estas copias. Todas ellas son únicos e irremplazables testimonios de la civilización occidental y suponen una de las primeras expresiones del arte iconográfico europeo».
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Ahora sabemos que Gayangos cogió el Beato Emilianense y lo trasladó en 1851 a la Real Academia de Historia. Los otros dos Beatos copiados en Suso han acabado también en Madrid, pero siguieron caminos diferentes. El ejemplar del monasterio de El Escorial, con 52 miniaturas atribuidas al escriba Florentius, acabó –no se sabe cómo– en la biblioteca personal de la familia Beteta, en Soria. Jorge Beteta lo entregó como presente al rey Felipe II, probablemente en el año 1577, quien a su vez lo depositó en la biblioteca de El Escorial. «Es un manuscrito relevante, además, por ser el manuscrito miniado más antiguo producido en el contexto cultural prerrománico», señala el registro del Ministro de Cultura.
El tercer Beato que salió del scriptorium emilianense está mucho más deteriorado: de las 60 ilustraciones originales, de estilo mozárabe, más de la mitad fueron arrancadas. Solo se conservan 27. Este manuscrito medieval salió del monasterio de San Millán en el siglo XIX, durante uno de los procesos desamortizadores. Terminó en manos del bibliófilo Serafín Estébanez Calderón, «coleccionista compulsivo de libros», según Javier García Turza, que había sido jefe político de la provincia de Logroño entre 1835 y 1837. Pudo comprarlo o cogerlo sin mayores miramientos. A su muerte, Estébanez Calderón donó su biblioteca al Ministerio de Fomento. En 1886 fue depositado para su custodia definitiva en la Biblioteca Nacional.
Las piezas salidas del scriptorium de San Millán de la Cogolla demuestran la gran potencia cultural del monasterio en la Alta Edad Media, con copistas e iluminadores del máximo nivel. No solo estos tres Beatos ofrecen ejemplos brillantes en el arte de la miniatura. En el lote de códices que acompañaron a las Glosas en su inopinado viaje a la Real Academia de la Historia, hay otras muchas piezas que dejan al espectador contemporáneo con la boca abierta.
En su estudio sobre la materia, 'La miniatura en el monasterio de San Millán de la Cogolla', Soledad de Silva y Verástegui llama la atención sobre una 'Moralia' de San Gregorio Magno (códice número uno), obra datada a principios del siglo XIII con una «rica ilustración» sobre todo en sus complejísimas y fascinantes iniciales. Pero también resultan asombrosos un 'Liber Commicum', un Antifonario, una Biblia, un Psalterio... Piezas singularísimas que, según apunta García Turza, Pascual de Gayangos encontró en San Millán en una estancia tapiada y se llevó a la Real Academia de la Historia «por cauces ilegales», sin dar parte al gobernador civil y al obispo.
Además de las Glosas, a la Real Academia de la Historia llegaron en 1851 dos glosarios, catalogados como los códices número 31 y 46. Son dos diccionarios enciclopédicos, escritos en latín, pero por cuyos resquicios asoma a veces el nuevo idioma. Así como en torno a las Glosas hay una vieja disputa en torno a su antigüedad real, el escriba del códice 46 tuvo la cortesía de apuntar la fecha de conclusión: lo acabó el 13 de junio del año 964. La investigación de los hermanos Claudio y Javier García Turza reveló la importancia de este glosario, con más de 20.000 entradas, que suponía un compendio del saber altomedieval. Las iniciales están adornadas con mimo y filigrana. En cuanto al códice 31, para los García Turza, que también lo investigaron, se trata del «diccionario enciclopédico latino más rico, más amplio y más pródigo en explicaciones» de cuantos se conocen. Aunque está incompleto, se conserva en buen estado de las letras A a la S. La mayor parte está escrito por un mismo copista en letra visigótica y debió de ser elaborado en la segunda mitad del siglo X, aunque no se puede concretar más su fecha. Además de estos códices, entre los manuscritos que custodia la RAH hay otras piezas de relevancia. Figura, por ejemplo, una copia de las célebres 'Etimologías' de San Isidoro de Sevilla –en realidad una agregación de tres libros distintos–, que también fue realizada en el año 946 y lleva incluso el sello del amanuense: un monje llamado Jimeno, que asegura haber hecho esa tarea en honor a San Millán.
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