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asta ahora se pensaba que los más de sesenta códices emilianenses que custodia la Real Academia de la Historia, entre ellos el que alberga las Glosas, habían salido de manera legal del monasterio en 1821, durante el trienio liberal, bajo el reinado de Fernando VII y en cumplimiento de las primeras políticas desamortizadoras. Primero fueron depositadas en Burgos y treinta años más tarde ingresaron en la RAH. Sin embargo, una reciente investigación del profesor titular de Historia Medieval en la UR Javier García Turza, ha desafiado esta versión con un relevante apoyo documental.
Las pesquisas de García Turza sobre el riquísimo archivo emilianense han durado varios años y han acabado conformando un libro, 'El monasterio de San Millán de la Cogolla: historia y escritura', editado por la Fundación San Millán. Entre las conclusiones de ese trabajo figura el análisis de una carta a la que hasta ahora no se le había prestado la suficiente atención. Estaba dirigida al entonces director de la RAH, Luis López Ballesteros, por Pascual de Gayangos, erudito y académico que había sido comisionado por la institución para buscar documentos por monasterios y conventos del norte de España.
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El propio Gayangos explica en esta carta, fechada en Briviesca en enero de 1851, que estos códices estaban aún en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en una estancia tapiada, junto a la biblioteca. De su valor y antigüedad, por lo tanto, ya existía constancia, aunque no se supiese aún que contenían las primeras frases en protocastellano. Había otros muchos manuscritos bellamente iluminados.
Gayangos asegura que no iba a informar de su hallazgo al gobernador civil de la provincia de Logroño, como debería haber hecho. Tampoco lo comunicó al obispo de la diócesis de Calahorra, autoridad eclesiástica a la que pertenecía el monasterio. Consciente de su valor, cargó los códices en un carro, y los llevó primero a Nájera y luego a Madrid. Llegaron a la Dirección General de Fincas y acabaron, en una fecha indeterminada de ese mismo año, en el archivo de la Real Academia de la Historia.
«Si el hallazgo hubiera sido de menor importancia –llega a escribir Gayangos–, hubiera dispuesto que se mandasen a Logroño, para que desde allí se trasladasen a Madrid, pero recelando que el gobernador les echaría mano, me he tomado la libertad (y estoy pronto a aceptar toda la responsabilidad del hecho) de salvar a todo riesgo esta interesante colección de códices, la más antigua y mejor de España».
La directora de la RAH, Carmen Iglesias, en un reciente discurso en la Real Academia Española, había insistido en que los códices emilianenses llegaron a Madrid «con todas las garantías jurídicas». El medievalista y autor del estudio, García Turza, desmonta esta tesis: «Gayangos, movido por el objetivo de llevarse los códices a Madrid, actuó de manera clandestina. De forma secreta y oculta porque elude no solo al representante de la ley, sino también al propietario del monasterio, que es el obispo. Y además lo hace de forma arbitraria, saltándose a la torera cualquier disposición legal».
La versión tradicional de la salida «legal» de las Glosas se fundamenta en una carta, fechada en 1821, en la que se desgranaban los diferentes códices que habían sido trasladados a Burgos tras la desamortización del trienio liberal. Los nuevos hallazgos y la extraña factura del documento cuestionan este relato hasta hoy dominante.
Fragmento del inventario, ahora
impugnado, fechado en 1821
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«...á primeros de Marzo de 1821 y
fueron conducidos á Burgos»
El texto «...á primeros de Marzo de
1821 y fueron conducidos á Burgos»
está escrito con letra de menor
tamaño que el resto, con la tinta más
oscura y sin respetar la distancia entre
línea y línea del resto del documento.
García Turza sospecha que alguien
añadió esa frase con posterioridad
para ocultar la verdadera ubicación
de los códices.
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Márgenes
La estructura del documento deja
márgenes a la izquierda para relatar
un inventario muy detallado de
los códices.
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Folios
El documento lleva los folios
numerados del 139 al 148, lo que
parece indicar que formaba parte de
un ejemplar más amplio, tal vez un
catálogo general de los bienes
del monasterio.
Documento del inventario sin recortar
Fragmento del inventario, ahora
impugnado, fechado en 1821
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«...á primeros de Marzo de 1821 y fueron
conducidos á Burgos»
El texto «...á primeros de Marzo de 1821 y fueron conducidos á Burgos» está escrito con letra de menor tamaño que el resto, con la tinta más oscura y sin respetar la distancia entre línea y línea del resto del documento.
García Turza sospecha que alguien añadió esa frase con posterioridad para ocultar la verdadera ubicación de los códices.
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Márgenes
La estructura del documento deja márgenes a la
izquierda para relatar un inventario muy
detallado de los códices.
3
Folios
El documento lleva los folios numerados del
139 al 148, lo que parece indicar que formaba
parte de un ejemplar más amplio, tal vez un
catálogo general de los bienes del monasterio.
Documento del inventario sin recortar
Fragmento del inventario, ahora
impugnado, fechado en 1821
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«...á primeros de Marzo de 1821 y fueron
conducidos á Burgos»
El texto «...á primeros de Marzo de 1821 y fueron conducidos á Burgos» está escrito con letra de menor tamaño que el resto, con la tinta más oscura y sin respetar la distancia entre línea y línea del resto del documento. García Turza sospecha que alguien añadió esa frase con posterioridad para ocultar la
verdadera ubicación de los códices.
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Márgenes
La estructura del documento deja márgenes a la izquierda para
relatar un inventario muy detallado de los códices.
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Folios
El documento lleva los folios numerados del 139 al 148, lo que parece indicar que formaba parte de un ejemplar más amplio, tal vez un catálogo general de los bienes del monasterio.
Documento del inventario sin recortar
Según relata el 'Inventario de códices antiquísimos que estaban depositados en el archivo del monasterio Real de San Millán de la Cogolla', esos códices «salieron en enero de 1821 y fueron conducidos a Burgos». Para el autor del estudio, Javier García Turza, este documento se trata de «una falsedad perfectamente orquestada». El añadido de la fecha es posterior, así como la dirección de envío, pero el redactor no calculó bien el espacio disponible y se vio obligado a trazar una línea de separación. «Por ello pensamos que se quería resaltar sobremanera la noticia que en ese momento importaba dar a conocer: el lugar hacia donde se llevaron los códices y la fecha de envío», advierte el historiador riojano.
Los códices, por lo tanto y según esta nueva tesis, no fueron nunca a Burgos. Hay dos pruebas. En primer lugar, un inventario de 1836 en el que se refiere la existencia, aún en San Millán, de esos «libros viejos» que supuestamente, según el relato hasta ahora vigente, ya habían desaparecido del monasterio. Y en segundo término, la carta definitiva del académico Gayangos, que en enero de 1851 visitó Yuso, descubrió los manuscritos y los remitió a Madrid sin respetar los procedimientos legales y sin dar cuenta de su hallazgo ni al gobernador civil de la provincia, con el que había mantenido un encuentro previo poco amigable, ni al obispo de Calahorra, cuya diócesis era la legítima propietaria «del monasterio y de todo lo que contiene».
Según indica García Turza, la carta de Gayangos ayuda a reparar «un total vacío documental y bibliográfico» porque revela, por primera vez, que los 64 códices habían permanecido «escondidos en una sala tapiada, un recinto próximo a la biblioteca que había estado clausurado durante ocho años».
Queda en el aire quién utilizó «la argucia» del inventario falso. «Cabe pensar que algún interesado utilizó la relación de manuscritos supuestamente fechada en 1821 para confundir a los responsables políticos», aventura García Turza. ¿Pero quiénes y con qué intención? Hay tres sospechosos principales: los monjes benedictinos para proteger su propiedad; alguien cercano al jefe político de la provincia de Logroño entre 1835 y 1837, Serafín Estébanez Calderón, o incluso él mismo.
«No hay respuestas para resolver esta disyuntiva», señala el medievalista riojano, aunque recuerda que Estébanez Calderón –escritor, historiador y arabista– era un «coleccionista compulsivo de libros» que durante su estancia en La Rioja se quedó al menos con cinco códices procedentes del monasterio, entre ellos un Beato que hoy se guarda en la Biblioteca Nacional.
La directora de la RAH, Carmen Iglesias, esgrime como garantía de propiedad el Concordato de 1851, cuyo artículo 42 estipulaba que quienes «durante las pasadas circunstancias hubiesen comprado en las provincias de España bienes eclesiásticos, al tenor de las disposiciones civiles a la sazón vigentes, y estén en posesión de ellas (...) disfrutarán segura y pacíficamente la posesión de dichos bienes y sus emolumentos y productos». Entiende, por lo tanto, la Real Academia de la Historia que este Concordato les garantiza la propiedad de los códices emilianenses. La discusión jurídica e histórica promete ser apasionante, aunque el artículo 42 resulta en este caso de dudosa aplicación ya que, según refiere el propio Gayangos en su carta, aquí no hubo compra alguna ni se respetaron «las disposiciones civiles a la sazón vigentes».
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