CARMEN NEVOT
Domingo, 10 de mayo 2020, 08:50
Siete de la mañana. Apenas quedan dos horas para acabar la guardia, la primera desde que el coronavirus secuestró nuestras vidas. Suena el teléfono del centro coordinador de urgencias del 061. El aviso es de un 'precipitado', así lo llaman en su jerga. Un hombre ... se acaba de tirar por la ventana por el «miedo absoluto» a tener el COVID-19. No tenía síntomas, pero el pánico se había adueñado de él. «Lo único que decía era que tenía mucho miedo porque había estado en contacto estrecho con un positivo». Una experiencia que, afortunadamente no acabó en tragedia, pero que Miren Romero, médico del 061, muy probablemente no olvidará jamás.
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Aquel día llegó a su casa a la una de la tarde –su guardia de 24 horas se convirtió en 28– y tenía esa sensación, la misma que se ha repetido muchas veces después, de que llegaba sucia y que por mucho que se frotara con fuerza no conseguía librarse de ella. «Tienes miedo, pero no por uno mismo, sino por los tuyos, porque somos humanos y nosotros lo hemos elegido pero nuestra familia no», explica.
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Aquel fue uno de los primeros episodios, quizá el más gráfico del efecto pánico que ha provocado el COVID-19, pero no el único. A lo largo de la pandemia, especialmente al principio, Miren Romero ha sido testigo del miedo que ha provocado una enfermedad que, aunque se ha cebado con los más mayores, ha jugado a confundir, a llevarse por delante, contra todo pronóstico, a jóvenes sanos como robles.
Muchas personas han tenido temor a consultar sus síntomas, a pedir asistencia y cuando lo han hecho «habían esperado demasiado tiempo y ya tenían problemas serios. El resultado en algún caso no fue bueno», explica. Pero no solo tenían ese temor los contagiados por el Sars-CoV-2. Otros, viendo las urgencias y el hospital saturado, tenían temor a acudir a los centros sanitarios con cualquier otra dolencia y aguantaban en sus casas hasta que no podían más. A Miren le ocurrió con un paciente. Tuvo que acudir con la UVI móvil a casa de un hombre que poco después falleció. Su mujer y sus hijos estaban delante. Fue un trago difícil de digerir. Los EPI de ahora –los primeros consistían en guantes y mascarilla quirúrgica– han abierto una brecha entre el médico y el paciente. «Vas vestida como un astronauta y en aquel aviso –confiesa– acabé quitándomelo todo porque es como si no fueras humano, como si ya no fueras el médico que eras antes y es muy triste».
«Estamos dentro de un mono, con unas gafas de presión y una mascarilla fuerte que no permite que nadie te conozca y si alguien se está muriendo ahora le das la mano con muchas capas y es muy duro y estresante», lamenta.
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También ha ocurrido todo lo contrario. «Había gente que sabía que si decía que le dolía la garganta no le hacían la prueba y se planteaba si le podía pasar lo mismo que al que habían visto en la tele. Entonces exageraban y decían que les costaba respirar». El problema, explica, es que la disnea del COVID-19 no es como la de la EPOC porque «puedes tener fatiga, mejorar y luego volver a empeorar», explica, y había que mandar a los médicos para que lo comprobaran con el 'pulsi', el termómetro y el fonendo.
«Por miedo –incide– lo han exagerado todo muchísimo y ha habido auténticas crisis de ansiedad por el coronavirus».
Como humanos que son, también en los facultativos había ese temor, sobre todo al principio cuando acudían con los EPI que marcaba el protocolo inicial. Unos guantes y una mascarilla quirúrgica. En una de esas atenciones, un médico del 061 se contagió y tras él, cinco más de una plantilla de 24, 22 en activo. Afortunadamente, en ningún caso ha sido letal, pero tres sí necesitaron hospitalización. Ahora, cualquiera puede ser COVID-19, no hay distinción, así que «siempre vamos preparados con el mono, las gafas y la mascarilla», explica.
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En las UVI móviles –hay tres repartidas entre Logroño, Haro y Calahorra– se ha atendido a los pacientes que se complicaban en casa y que estaban esperando a la ambulancia, pero la carga fundamental del COVID-19, precisa Miren Romero, la han sufrido en el centro coordinador.
En pocos días, explica Basilio Teja, coordinador del 061, empezaron a recibirse muchas llamadas porque la gente empezaba a enfermar y acudía a los hospitales. El crecimiento fue exponencial. De hecho, hubo que reforzar los puestos de regulación sanitaria, de noche se ha mantenido en un médico, pero de día se aumentó de dos a tres el número de facultativos, además de una enfermera que coordina el tránsito de ambulancias a los hospitales. «Como han estado saturados –precisa–, todo ese flujo había que regularlo de alguna manera para que no hubiera acúmulo de ambulancias».
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Si antes de la crisis sanitaria se atendían entre 160 y 180 llamadas al día, en marzo se registró una media de 320, con picos en los que se superaron las 400 e incluso en una ocasión se alcanzaron las 500 en una sola jornada. «Ahora ha bajado –explica– pero nos mantenemos en las 260 todavía, muy por encima de la media habitual».
En marzo y abril el COVID-19 monopolizó prácticamente todas las llamadas, pero ahora se empieza a notar esa vuelta a la normalidad de patologías y demandas. «En nuestro caso –asegura Teja–, a diferencia de lo que sucede en el SOS, donde el número global de llamadas disminuye, las intervenciones están en un nivel menor, pero por encima de la actividad normal». Reflejo de que la situación de pandemia y confinamiento continúa.
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Desde el otro lado de la línea, el facultativo del 061 que atiende puede dar un consejo sanitario en el momento, recomendar que acuda el médico de cabecera al día siguiente o a Urgencias o a un centro de salud. También puede enviar un médico al domicilio o mandar una ambulancia, bien básica o de Soporte Vital Avanzado, en función de la necesidad. Un trabajo ímprobo del que ofrecen una idea las cifras que se manejan. Sólo el año pasado se completaron en torno a 15.000 atenciones médicas en toda La Rioja, se movilizaron unas 28.000 ambulancias y unas 2.800 UVI móviles.
Como novedad dentro del 061, según anuncia Basilio Teja, está previsto implantar en breve un servicio de consejo sanitario, de forma que todas aquellas cuestiones que se puedan resolver de manera más sencilla, sin que medien movilizaciones de médicos o ambulancias, puedan ser atendidas por personal de enfermería en coordinación con los médicos y Atención Primaria. Las funciones serán las de «información, resolución de dudas y educación de la gente en materia sanitaria, de forma que nos pueda servir para dar una mejor prestación», explica.
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Ainara Sánchez es una de las médicos que está al otro lado del teléfono del 061. Acabó la especialidad hace dos años y se dedicaba a trabajar en la nutrición 'on line', pero a raíz de la crisis epidémica «me presenté voluntariamente para trabajar y poder ayudar pese a que estoy desvinculada del sistema desde hace dos años».
Los primeros días del coronavirus «todo el mundo estaba asustado. Hubo una carga asistencial muy grande, pero conforme ha pasado el tiempo ya nos hemos encontrado con otro tipo de patologías que hasta hace poco no se atrevían a acudir al hospital». La percepción, explica, es que sigue habiendo miedo, pero es menor.
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Elena Anguiano también es médico, y al igual que Ainara ha detectado que ese miedo inicial a acudir al centro sanitario se ha ido perdiendo poco a poco. Resultado de ello es que se ha reducido el número de llamadas y las de 'COVID' se alternan con las de cuestiones habituales. «Las urgentes y no tan urgentes; ahora hay consultas de todo tipo y hemos vuelto a la demanda asistencial de siempre», detalla.
En ese relativo regreso a la nueva normalidad, también se han colado en el 061 las llamadas de todo pelaje. Algunas de ellas insustanciales, de gente joven que ha sufrido lesiones en casa por las apuestas que se hacen a través de las redes sociales. Afortunadamente, con el confinamiento no se ha producido la típica llamada de persona joven que «para seguir de fiesta y como su amigo se había cogido una borrachera nos pedían que les mandáramos una ambulancia para que lo lleváramos a casa», recuerda Miren Romero.
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No son las únicas. La casuística es muy variopinta. En otra ocasión, un hombre al que habían operado hace quince días preguntó si podía mantener relaciones sexuales; y una madre contactó con el 061 para saber qué podía hacer porque su hijo había tocado un pajarito que estaba sucio.
Llamadas, algunas de ellas, señal de que falta conciencia de cuándo es necesario acudir a los servicios de urgencias. «Es preciso saber que a urgencias tenemos que ir cuando debemos ir y si es un dolor banal no pasa nada por pedir cita en el centro de salud y si te ven en tres días, tampoco pasa nada». Y es que «los recursos son los que son».
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Los 24 médicos en activo del 061 reclaman cambios urgentes en el centro de coordinación sanitaria. En un comunicado firmado por todos los facultativos que trabajan en dicho servicio, exigen «una dirección sanitaria y una modernización de la gestión del centro de coordinación de urgencias y emergencias», que juzgan como «imprescindible para la correcta atención sanitaria de la población». En la nota, que cuenta con el respaldo del sindicato médico CESM, aseguran que «la pandemia de COVID-19 está cambiando todo el modelo social y esto afecta de forma muy directa a los servicios sanitarios y de forma contundente a los servicios de emergencias». «Uno de los elementos clave en la asistencia sanitaria actual son los centros de coordinación de urgencias y emergencias», prosiguen, y añaden que «el CECOP SOS Rioja 112 no es un centro de coordinación sanitaria, no cumple los requisitos estandarizados para este tipo de centros y carece de una dirección sanitaria». Señalan que «solo desde el desconocimiento se pueden entender las estadísticas sanitarias que se ofrecen desde el SOS Rioja o por ejemplo la intervención manifestando la vuelta a la normalidad que declaró recientemente el director General de Justicia e Interior». Por eso, reclaman «una dirección sanitaria y una modernización de la gestión».
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