Tras la derrota del nazismo en la II Guerra Mundial, el Viejo Continente aceleró su reconstrucción con el acuerdo que creó la Unión Europea. El nuevo edificio se levantó sobre estos principios: libertad, democracia, fomento de la paz, igualdad y Estado de Derecho. La ciudadanía, ... vacunada de la tentación fascista después de Adolf Hitler, convirtió en residual a la extrema derecha. Sólo unos pocos nostálgicos la mantenían latente. Resurgió con el nuevo siglo y desde entonces cada vez tiene más peso institucional.
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En junio, en las últimas elecciones europeas, sumó el 22% de los votos. Casi uno de cada cuatro. Logró ser la primera fuerza política en cinco países: Francia, Italia, Austria, Hungría y Bélgica. Y alcanzó la segunda plaza en Alemania, lo que rescató viejos fantasmas. Además, gobierna en coalición en Países Bajos, Croacia y Eslovaquia. Este domingo, Francia vota en la segunda vuelta de las legislativas y el partido ultra Agrupación Nacional acaricia el poder. Europa contiene la respiración ante el resultado electoral en el país que es su segundo motor económico.
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A unos meses de los comicios en Estados Unidos que pueden devolver las llaves de la Casa Blanca a Donald Trump, uno de los espejos en los que se miran muchos líderes conservadores radicales, la Unión Europea teme el triunfo de Marine Le Pen y Jordan Bardella en Francia. Siempre se han declarado euroescépticos y no han ocultado su afinidad con Vladímir Putin, el presidente ruso que ordenó en 2022 invadir Ucrania.
De nuevo, hay una guerra en Europa. Hasta ahora, el apoyo de la UE a Kiev sólo ha tenido que sortear los obstáculos de Hungría, donde manda Viktor Orbán. Si Francia cambiara de postura, el seísmo interno entre los Veintisiete sería tremendo. Bardella ha anunciado que reducirá la aportación gala a la UE entre dos mil y tres mil millones de euros. «Primero Francia», asevera. El Gobierno de Kiev está convencido también de que ordenará que el arsenal enviado por París no se utilice en territorio ruso.
Según 'Popu-List', un proyecto de 'The Guardian' que investiga el populismo en el continente, en 2004 el voto en Europa a la derecha radical era del 6%. No ha dejado de crecer, sobre todo tras la crisis migratoria. El reparto de escaños en el Parlamento europeo sirve de baremo: en 2014, los ultras ocupaban el 16,6% de los asientos; en 2019 llegaron al 18,4%, y ahora al 22%. La ola de la extrema derecha comenzó cuando en Austria, en 2000, el conservador Wolfgang Shüssel le abrió la puerta al radical Partido de la Libertad para entrar en un gobierno de coalición. Uno de sus fundadores había sido miembro de las SS nazis. Entonces saltaron las alarmas de la UE, que reaccionó con un bloqueo diplomático que se prolongó durante 223 días.
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Ochenta millones de electores votaron a la ultraderecha en las pasadas elecciones de la UE.
Patriotas por Europa. Tras la suma del neerlandés Partido de la Libertad, al bloque fundado por Orbán solo le queda un país para tener grupo en la Eurocámara.
Gobiernos. La extrema derecha es la primera fuerza en cinco países, la segunda en Alemania y gobierna en coalición en otros tres.
Veinticuatro años después, la extrema derecha es una fuerza creciente en casi todo el continente. Sólo en países como Irlanda, Islandia y Luxemburgo su presencia es casi inexistente. Los resultados de las europeas de junio muestran su progresión. El volante de esa ideología lo maneja Giorgia Meloni. La primera ministra italiana, fortalecida en esos comicios continentales, ganó con el 28,8% de los sufragios. La ciudadanía respaldó su gestión. Es la huella que quieren pisar este domingo Le Pen y Bardella. Su modelo.
El otro motor europeo ha visto medrar a Alternativa para Alemania (AfD). Nació en 2012 como un partido antieuropeo, agarró la bandera contra la inmigración tras la llegada de más de un millón de refugiados en 2015 y es ya la segunda fuerza política del país pese a sus muchos guiños al nazismo. Aunque funciona el cordón sanitario de las otras formaciones germanas, está presente en todos los parlamentos regionales.
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Hay más, mucho más. El Partido Liberal de Austria, ultranacionalista y xenófobo, se impuso en las europeas con el 25,7%. En Bélgica, los radicales de Vlaams Belang batieron a los liberales. Orbán volvió a arrasar en Hungría con el 44,3%. Se ha autoproclamado como el gran defensor de la cultura europea y del cristianismo. Y en su primer viaje como presidente rotatorio de la UE ha visitado Kiev para pedirle a Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, que acepte un alto el fuego y negocie con el invasor ruso. La UE lleva tiempo mirando de reojo a Orbán, que ha ajustado el sistema político húngaro a su gusto. Algo similar sucede en Polonia, donde gobierna el PiS, el partido ultraconservador Ley y Justicia. Bruselas ha puesto la lupa sobre la presión del Ejecutivo polaco hacia los jueces.
También en Letonia un partido radical de derecha se ha hecho hueco en el Gobierno. Y esta corriente ha tocado poder en Suecia, Finlandia y Dinamarca, aunque ahora está allí a la baja. En Portugal, con Chega; en España, con Vox y Se acabó la fiesta, y en Grecia, con Solución Griega, el tsunami ultra sube de nivel.
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Con Meloni al mando de Italia, con los ultras como segunda fuerza en Alemania y con Le Pen a las puertas del Elíseo, la Unión Europea nota la presión cada vez mayor de la extrema derecha antieuropeísta y antiinmigración. De heho, el neerlandés Partido por la Libertad, sorprendente triunfador de las elecciones legislativas de noviembre en su país, ha anunciado su incorporación a Patriotas por Europa, el nuevo bloque abanderado por Viktor Orbán.
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«Somos patriotas, amamos a nuestra nación. Fuerte y soberana. Resistimos contra la inmigración ilegal. Defendemos la paz y la libertad. Protegemos nuestra herencia judeo cristiana y a nuestras familias», subrayó Geert Wilders para justificar el ingreso de la coalición radical de Países Bajos. A Patriotas por Europa, que ya acoge así a movimientos de seis países, como el español Vox, solo le hace falta uno más para tener su propio grupo en la Eurocámara.
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Los principios fundacionales de la UE poco tienen que ver con los tres rasgos comunes de los partidos ultra. Uno: consideran que los extranjeros o de origen inmigrante son una amenaza para el Estado. Bardella, por ejemplo, ya ha dicho que no concederá la nacionalidad a los hijos de los emigrantes. Dos: apuestan por la ley y el orden, por castigar el crimen a partir de una concepción autoritaria del ejercicio del poder. Y tres: se sienten representantes del pueblo frente a una «élite corrupta», como recoge el catedrático y politólogo neerlandés Cas Mudde.
Él ha visto cómo en Países Bajos se reproducía este fenómeno con Geert Wilders, que encabeza un Ejecutivo de coalición con conservadores y liberales. En su país, como en otros, la crisis económica, el flujo migratorio, el terrorismo, la violencia callejera, el descontento de las clases medias, la pérdida del poder adquisitivo y la sensación de abandono por parte del Estado han creado el caldo de cultivo ideal para esta eclosión.
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Las redes sociales a las que es tan aficionado Bardella han sido la levadura perfecta para que la extrema derecha sea la más votada en las elecciones europeas en cinco países. Uno de ellos fue Francia. Este domingo, apenas unas semanas después, los galos vuelven a votar en las legislativas mientras la Unión Europea traga saliva.
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