«Una de las posiciones de nuestra compañía quedó expuesta al fuego ruso y el mando tomó la decisión de evacuarla porque había muertos y heridos. Me tocó liderar la evacuación y en un primer viaje sacamos a dos heridos. Todo fue bien y los ... llevamos al punto de evacuación. Luego fue la segunda entrada... entonces caímos bajo el fuego enemigo y tres de nosotros caímos heridos». Gennady tiene grabado cada segundo del ataque sufrido en la batalla de Marienka, en el Donbás. Cumplía su primer año en el ejército cuando perdió la pierna en esa operación de rescate y desde entonces su vida discurre entre el hospital militar de Kiev y el centro protésico Bez Obmezhen (que se puede traducir como 'sin límites'), donde trabajan para darle la mejor prótesis posible.
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La guerra entre Ucrania y Rusia se libra en una línea de más de mil kilómetros de trincheras. La ofensiva ucraniana del verano terminó en fracaso, con miles de muertos, sin haber recuperado terreno al enemigo y con un número muy alto de amputados entre los soldados que avanzaron hacia las líneas enemigas debido a los campos de minas. En palabras del exministro de Defensa, Oleksii Reznikov, Ucrania se ha convertido en uno de los países más minados del planeta. Hoy las víctimas son los militares, en el futuro lo serán todos aquellos que regresen a estas tierras convertidas ahora en campo de batalla. Las armas callarán algún día, pero las minas seguirán allí como amenaza oculta y permanente.
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Volodímir Zelenski elevó a 31.000 los soldados muertos, pero las cifras sobre heridos son secreto de estado. Diferentes fuentes médicas vinculadas a los centros de rehabilitación de soldados repartidos en el país elevan a más de 20.000 el número de amputados, cifra que no se conocía en Europa desde la II Guerra Mundial. Estos hombres sufren además estrés post traumático y por ello reciben apoyo psicológico.
«En este centro recibíamos a un paciente nuevo por semana antes de la guerra, la mayoría por accidentes de tráfico o diabetes, ahora nos llegan más de veinte por día y la mayoría son soldados. El Gobierno cubre todos los gastos y contamos con material de primera calidad que importamos de otros países», explica Andriy Ovcharenko, exmilitar que está al frente de un centro que ha abierto sucursales en diez ciudades de Ucrania para intentar llegar al máximo número posible de afectados. Según Ovcharenko, «el 50% de los soldados regresan al frente, pueden seguir luchando con la prótesis». La necesidad de este tipo de centros ha hecho que más de cien compañías privadas operen hoy en este sector en el país.
Aquí trabajan veinticinco profesionales y varios de ellos son antiguos soldados también amputados como Denis Barchuk. Su caso es especial porque resultó herido el primer día de la invasión tras el ataque ruso contra la base aérea en la que servía. Fue el único superviviente. «Trato de dar ejemplo y ánimo a la gente para que no se rinda, darles esperanza. Que no tengamos piernas no significa que vayamos a rendirnos, ni mucho menos», comenta Barchuk.
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En Bez Obmezhen se prepara cada prótesis al detalle y el proceso va desde uno a seis meses, dependiendo del herido. Tras la toma de medidas para la prótesis definitiva, Gennady acude al gimnasio de rehabilitación donde realiza ejercicios subiendo y bajando escalones y caminando entre conos, siempre ayudado con muletas.
Muchos de estos militares volverán al frente cuando reciban el alta médica. No es el caso de Evgenii, de 31 años, que resultó herido en Bajmut, cerca de Vesele. «Ya he terminado el proceso de curación y ahora arrancan la rehabilitación y la prótesis. No tengo planes de futuro. Es la segunda herida que sufro en esta guerra. Tras recuperarme de la primera regresé a luchar y el primer día me volvieron a herir y he perdido la pierna. Estoy muy bajo de moral, sin fuerzas para combatir».
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Cada caso es diferente. Dan realiza ejercicios en una espaldera y fuerza al máximo, hasta que una de las supervisoras le tiene que decir que rebaje el ritmo. Combatiente de la temida Tercera Brigada de Asalto, considerada una de las unidades de élite, los rusos le alcanzaron también cerca de Bajmut. Tras la fuerte explosión vio con sus ojos su pierna arrancada de cuajo y fue consciente de la gravedad de la herida. Se puso un torniquete, pidió socorro y sus compañeros le salvaron la vida.
«En cuanto me adapte a mi nueva pierna pediré reincorporarme lo antes posible para estar de nuevo con mi grupo. No tenemos opción, el único camino posible es combatir al enemigo hasta la victoria», asegura este hombre de 51 años nacido en Odesa a quien el tiempo se le pasa con lentitud durante la rehabilitación. Hasta que le llegue el día de volver a empuñar el arma y meterse en la trinchera, su batalla diaria se libra en este gimnasio de Kiev.
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