Dos años, medio millón de bajas
Dos años de guerra en Ucrania ·
Nadie pensó el 24 de febrero de 2022 que la invasión rusa de Ucrania desembocara en un tour de force tan violento y devastador al que aún no se ve un finalSecciones
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Dos años de guerra en Ucrania ·
Nadie pensó el 24 de febrero de 2022 que la invasión rusa de Ucrania desembocara en un tour de force tan violento y devastador al que aún no se ve un finalPutin laminó a sus jefes de Inteligencia militar cuando descubrió que Ucrania ofrecía más resistencia de la esperada. Volodímir Zelenski alardeó de que expulsaría a los rusos con la misma rapidez con la que habían entrado en su país. E incluso Occidente confió en que ... la nueva amenaza del este podría neutralizarse razonablemente pronto con la suficiente ayuda militar. Todas las previsiones se han ahogado en sangre y la impresión resultante es que nada ha mejorado. De que medio millón de bajas humanas después y más de 300.000 millones de euros invertidos en arsenales, en asesinar, las preguntas siguen siendo las mismas que el 24 de febrero de 2022. «¿Hasta cuándo durará esta guerra? Se entiende que es para mucho tiempo y no sabes cuánto tiempo vivirás. Por lo tanto, tratas de hacer lo mejor que puedes cada día».
¿Y cómo se conserva la voluntad de no claudicar? «Te salva el sentido del humor y mantenerte ocupado el cien por cien del tiempo. Así eres incapaz de distraerte en pensamientos negativos ni un solo minuto». Margarita Omelyanenko pertenece al tercer batallón de la Guardia Nacional. Dejó de escribir su tesis universitaria y se alistó en el ejército para combatir en la primera etapa de la guerra ruso-ucraniana, la que se desarrolló silenciosamente -pero con 13.000 muertos- en el Donbás entre 2014 y 2022, cuando al mundo se le helaron las venas. Entonces ni la OTAN, ni Estados Unidos ni la UE se dieron mayormente por asustados. Oleksiy Danilov, jefe de Seguridad Nacional de Ucrania, opina ahora que si Occidente se hubiera volcado con su país en aquel largo enfrentamiento, probablemente ahora no habría miles de cadáveres diseminados por los campos y una nación arruinada entre cascotes. Serhiy Kuzyk, militar retirado en Kiev por las secuelas de una mina, asegura que esa fase en la que los soldados de uno y otro bando se miraban prácticamente de frente fueron «diferentes», un conflicto regional «no lo suficientemente grande» como para activar una respuesta masiva occidental ni poner en riesgo los intereses cerealeros de Europa y Estados Unidos, por citar un ejemplo. «Pero allí ya estaba el germén de lo que vino después»,
Sin embargo, todo eso es geopolítica internacional. Margarita Omelyanenko se mueve en el barro. Está acostumbrada al frío, la humedad y al nauseabundo olor de la trinchera. A la compañía de su fusil. «El pánico solo aparece cuando no te ves seguro, no sientes apoyo y otros están entrando en pánico cerca de ti. Por eso, incluso cuando tengo miedo, no lo demuestro». La militar forma parte de un grupo de estrategas y observa con inquietud y sorpresa que los rusos ahora excavan túneles para sorprender a los resistentes por la retaguardia. Omelyanenko cree que tendrá que pedir georradares a Occidente.
Como ella, el coronel Serhii Sidorin se alistó en 2014 y marchó a luchar en Donetsk, donde arribó en una zona prorrusa «con la sensación de entrar en otro mundo. Sufrimos actitudes negativas de la población local. Para nosotros. era muy extraño que la bandera nacional causara rechazo o que hubiera una gran cantidad de canales rusos». Hoy está en otro caldero del infierno. Bajmut. En esos 640 kilómetros de frente que Moscú trata de nuevo de romper, enardecido por la reciente conquista de Avdiivka -precisamente gracias a la técnica de los túneles- y Pobeda, el asedio a Robotyne y el avance hacia Ugledar. Los analistas creen que con Adviivka y Ugledar, el Kremlin podría recuperar la parte del Donbás que está en manos de Ucrania. Esta lectura es importante: hay quienes creen que el presidente Vladímir Putin consideraría el control total de la región en un triunfo suficiente para avenirse a una negociación.
A Sidorin le enviaron a Severodonetsk poco después de que los rusos cruzasen la frontera hace ahora dos años. El 28 de febrero la ciudad comenzó a ser bombardeada. Los ucranianos resistieron allí hasta el 24 de junio. «En aquel momento, pocas personas en Ucrania podrían haber pensado que terminaría produciéndose una guerra con Rusia. Ni siquiera hubo tiempo para asumirlo. Desde el primer día de la invasión hubo una gran conmoción hasta que empèzaron a llegar las órdenes de combate. Nos tocó Severodonetsk y entendimos que probablemente la mayoría de los soldados de nuestra unidad morirían, tal vez incluso todos», dice.
Este veterano comanda un grupo táctico del Cuarto Batallón. Admite su sorpresa por cómo la guerra se cronifica. Nunca lo pensó. Tuvo la esperanza de que todo acabaría bien y pronto cuando Rusia fracasó en su cerco con tanques a Kiev. «Entonces nos convencimos de que no es tan fácil derrotarnos. Es cierto que estábamos muy preocupados por la defensa de Kiev. Lo principal fue que resistió», se enorgullece Sidorin. Otro veterano, el capitan Voitsekhovsky, atribuye esa resistencia a que Ucrania disponía de 400.000 ciudadanos con experiencia militar en el Donbás. «Fue decisivo. Estábamos motivados y teníamos experiencia en combate. Solo hubo que coger las armas».
La sensación actual se caracteriza por la incertidumbre. Kiev pudo contrarrestar el empuje ruso durante el primer año con una ingente importación de armas. Incluso recuperó terreno invadido. El pasado año fue el de la desmoralización. Las fuerzas armadas anunciaron una contraofensiva primaveral que expulsaría a los invasores. Y la guerra se estancó. Ucrania topó con una densa red de trincheras, fortificaciones y zonas minadas que, sorprendentemente, ni su Inteligencia ni la estadounidense ni la británica supieron calcular. La desazón se ha extendido por Europa -algunos gobernantes apuestan más por negociar el fin de la guerra que alimentarla con nuevas armas,- mientras EE UU libra en el Congreso una batalla entre republicanos y demócratas que bloquea las partidas económicas.
El único hilo que permite a Ucrania seguir en la lucha es esta movilización internacional. Desde que falla, Rusia avanza. Aprovecha el desgaste de los defensores y el déficit de armas. Moscú puede producir hasta diez veces más proyectiles al año que la exrepública. «Necesitamos armas, armas y más armas -exclamaOleksiy Danilov-. Perdí a mi sobrino en esta guerra. A mi ahijado le arrancaron parte de la pierna. Muchas personas han perdido a sus hijos, padres, esposas o maridos. Y Occidente cierra los ojos. Después de todo, no te están matando», se queja con amargura.
El problema no son solo las armas. A Zelenski le hacen falta 500.000 soldados para dar un descanso a quienes llevan dos años en la brega y no los tiene. La tensiones son patentes. La mayoría de tropas supera los 40 años, y muchos los 50. Los mandos les envían al frente sin preparación por la imposibilidad de qu soporten la dureza de los entrenamientos. Hay algo de lucha de clases en todo esto. Proceden del campo y las regiones industriales mientras los jóvenes urbanos se mantienen al margen; unos se fueron al extranjero cuando pudieron y otros eludieron su alistamiento con métodos corruptos. Corre el rumor de que el Gobierno quiere preservar además a los jóvenes mejor cualificados para impulsar la posterior reconstrucción del país. Y eso enerva allí donde silban las balas. «Cuando un combatiente, que arriesga su vida y su salud todos los días, se va a una ciudad civil y ve que la gente se ha olvidado de la guerra, lo desmotiva», reprocha Sidorin.
Andreas Gallozza, nacido en la región francesa de Borgoña, tenía 22 años cuando murió peleando en Svatov. En la Legión Internacional le llamaban 'Frenchie'. Este fin de semana ha conmovido a Ucrania tras conocerse el contenido de una carta que dejó en el móvil para que su madre la leyera en caso de fallecer. «Mama: para mí, la guerra ha terminado, pero no me arrepiento de nada, he visto suficiente heroísmo y miedo. Pasé mis últimas horas mirando todas las fotos contigo. Sólo un milagro podría salvarme. Sabía que esta misión podría ser demasiado peligrosa, pero soy testarudo. Espero que encontréis la fuerza para perdonarme. Nunca olvides a los soldados que murieron por una causa justa».
La misiva ha removido el alma de un país entero. Esconde el sordo drama de cientos de miles de familias que han enterrado a sus allegados. Ni Kiev ni Moscú facilitan cifras fiables, pero un informe estadounidense calcula que los enfrentamientos han provocado medio millón de bajas; 300.000 en el bando ruso y 190.000 en el ucraniamno. Los muertos ascenderían a 190.000; de ellos, 70.000 ucranianos. Y a esa cifra hay que añadir los desaparecidos: más de 30.000, descompuestos en la tierra, enterrados en fosas anónimas o depositados sin identidad en las morgues.
El tercer año de guerra será decisivo para aclarar su rumbo: si definitivamente Ucrania es capaz de recuperar el Donbás, puede expulsar a los invasores del territorio conquistado desde 2014, incluida Crimea, o tanto Zelenski como Putin se avienen a una negociación. A Europa, la guerra ya le está forzando a armarse ante la eventualidad de futuras amenazas y a EE UU le obliga a repensar sus estrategias. No sirve lo aprendido en Irak y Afganistan. Rusia o China son más sofisticados y en los nuevos escenarios prevalecen las armas de precisión, los drones y el control digital. El Pentágono ha reunido a una veintena de oficiales que han estudiado el «nuevo carácter» bélico de la crisis ucraniana. La conclusión es que hasta la «adicción a los móviles es amenazante». Los selfies o una llamada son susceptibles de localizarse y las pantallas son tan delatoras «como antaño la brasa del tabaco. El móvil es el nuevo cigarrillo de la trinchera».
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