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Cuarenta segundos. Ése es el tiempo que tarda un misil ruso en cubrir la distancia de apenas treinta kilómetros que separa la frontera de Járkov. Esta ciudad del este de Ucrania es una de las más castigadas desde el inicio de la guerra y el sistema de alarma no resulta efectivo porque hay veces en las que empieza a sonar cuando el proyectil está a punto de impactar o una vez ha explotado.
Los niños de Járkov llevan dos largos años sin pisar sus colegios, a los que suman el curso vivido a distancia debido a la pandemia. El subsuelo de la ciudad es sinónimo de seguridad y el metro, que no ha dejado nunca de funcionar, se ha convertido en refugio y escuela improvisada para los alumnos de Primaria. 2.200 niños estudian ahora en sesenta aulas que se han preparado en cinco de las treinta estaciones y pronto dispondrán también de la primera escuela subterránea de todo el país.
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A las nueve de cada mañana se produce una rara mezcla en la parada de Universytet, situada en plena plaza Maidán, «la novena más grande del mundo», como les gusta subrayar a los lugareños. Decenas de niños llegan de la mano de padres y madres, a quienes les toca cargar con las mochilas, y coinciden en la estación junto a los que vienen a trabajar. Antes de poner rumbo al subsuelo, les despide el imponente edificio de la gobernación, una mole reventada por Rusia la primera semana de guerra que recuerda a todos que están en el punto de mira de su vecino.
Entran de manera ordenada, en silencio y se reparten por grados, cada uno con dos profesores que acuden a darles la bienvenida. Los pequeños estudian en turnos de dos horas, tres días a la semana, el resto de la formación la realizan online. «Es un sistema efectivo y lo mejor que podemos hacer por ellos en estas circunstancias. Los niños tienen oportunidad de estudiar y de conversar y jugar con sus amigos, de socializarse, algo fundamental a su edad. Lo más importante que los niños no sientan ansiedad y este rato les ayuda», opina Svetlana Shilo, profesora con más de veinticinco años de experiencia que está feliz con la vuelta presencial a las aulas. En su clase hoy toca Gramática y los alumnos aprenden a diferenciar el sujeto, verbo y predicado.
Mientras avanzan las lecciones, las paredes retumban cada vez que un tren llega a la estación, pero nadie se altera. Ésta es una experiencia piloto que han puesto en marcha desde el ayuntamiento porque «nadie sabe hasta cuándo durará esta guerra y había que hacer algo. Este metro fue refugio para 160.000 vecinos al comienzo de la guerra y hemos aprovechado algunas de sus galerías en las estaciones principales para que sean también un colegio», explica Olga Demenko, responsable municipal de Educación, que durante cuarenta años también fue profesora.
En las últimas veinticuatro horas el enemigo ha lanzado contra la ciudad nueve drones y tres misiles. Las alertas llegan a los teléfonos móviles de los profesores, donde también se reciben las malas noticias desde el frente del Donbás, donde Rusia ha capturado dos nuevas localidades en los últimos tres días. Si la alerta se produce en el momento del intercambio de grupos, se espera a que se cancele para dejar a los niños salir.
«A primera vista los pequeños parece que no perciben el dolor que les rodea, pero en realidad son conscientes de todo y no sabemos qué efecto tendrá en ellos el día de mañana. Estamos trabajando con equipos de apoyo psicológico para intentar ayudarles al máximo y también lo hacemos con sus compañeros que dejaron el país y se conectan a las clases online desde sus países de acogida», afirma Demenko.
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Miguel Pérez
La experiencia de estos meses en el metro es positiva y el alcalde y hombre fuerte de Járkov, Igor Terejov, ha decidido apostar por construir una escuela subterránea. En unas semanas está prevista la inauguración de un colegio bajo tierra con capacidad para 450 alumnos en cada turno. «Es el primero en Ucrania y vamos a compartir la experiencia con otras ciudades situadas cerca del frente porque es fundamental recuperar la educación presencial y seguir con la vida pese a los ataques de Rusia, los niños tienen que recibir educación presencial», defiende Tejerov, un ídolo entre la población local.
El acto de presentación de esta primera escuela subterránea del país se organiza, por supuesto, bajo tierra, en el aparcamiento de un conocido centro comercial. Este centro se encuentra en «un lugar secreto» que se compartirá a su debido tiempo con los padres y esperan poder construir alguna más de cara al próximo curso.
Durante la mañana han sonado varias alarmas, pero los muros del metro parecen impenetrables. La amenaza rusa se llama S-300, el misil antiaéreo que ha reconvertido en proyectil de ataque contra núcleos urbanos. Una amenaza que los profesores tratan de mitigar con aulas decoradas con mil colores, juegos de mesa y de manualidades. Mitigar no es olvidar, ya que a diario se recuerda a los pequeños temas clave para la supervivencia como la amenaza de las minas que sembraron los rusos en la periferia de una ciudad que estuvieron a punto de tomar y que ahora castigan a diario.
Ucrania recibió solamente un 30% del millón de proyectiles de artillería que la Unión Europea prometió enviarle para ayudar a sus tropas a luchar contra la invasión rusa, afirmó este lunes el presidente, Volodímir Zelenski. Tras dos años de guerra, Kiev se enfrenta a un desgaste y las luchas internas de sus aliados han mermado sus pertrechos.
La UE se comprometió el año pasado a enviar a Ucrania un millón de proyectiles de artillería antes de finales de marzo de 2024, pero en enero reconoció que solamente podrá entregar la mitad. Ucrania se retiró la semana pasada de la localidad de Avdiivka, una posición del frente oriental que defendió de una feroz ofensiva de los rusos que duró cuatro meses y este lunes anunció su marcha de Lastochkine.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
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