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Nuevo estudio
Martes, 11 de Febrero 2025, 12:47h
Tiempo de lectura: 5 min
La cuestión sobre si el alcoholismo es hereditario o ambiental ha suscitado innumerables debates y no pocas investigaciones científicas. Y aunque no hay ningún estudio concluyente que vincule al cien por cien la adicción al alcohol con la genética, una nueva investigación realizado por quince científicos estadounidenses del Instituto Lieber de Baltimore concluye que tener un familiar directo –como un padre o un hermano– con alcoholismo aumenta entre tres y cuatro veces las propias probabilidades sufrir también esa adicción. En concreto, el alcoholismo es heredado en el 50 por ciento de los casos.
En el estudio publicado por la revista Nature obtuvieron muestras postmortem del cerebro de 122 individuos fallecidos: 61 con trastornos por consumo de alcohol y el resto sin esta adicción. En concreto, se analizaron las regiones implicadas directamente en las adicciones a sustancias tóxicas —el núcleo accumbens y la corteza prefrontal dorsolateral—, en las que observaron que un cerebro con determinados genes podía ser mucho más susceptible a los efectos adictivos del alcohol.
¿Cómo? Principalmente mediante la influencia que esos rasgos genéticos —muchos heredados— en el desarrollo del trastorno. Los científicos explican que, si existe una alteración en cómo una persona metaboliza el alcohol, beber puede causarle rechazo y una sintomatología como náuseas o dolores de cabeza, por lo que el consumo asiduo de alcohol se vuelve menos probable. En el caso contrario, encontramos a las personas a las que el consumo de alcohol no les afecta de la misma manera, hasta el punto de no percibir casi los efectos de la sustancia. En estos casos, la probabilidad de desarrollar un trastorno en el consumo del alcohol será mayor.
Marc Shuckit, profesor de psiquiatría de la Universidad de California en San Diego, confirma en la revista The New York Times que tener una alta tolerancia al alcohol podría vincularse al modo en que el cuerpo metaboliza esta sustancia, aunque, a la vez, señala que el entorno en el que una persona se cría puede influir también decisivamente en el desarrollo de una adicción: si durante toda su infancia, se ha normalizado el exceso del alcohol con la costumbre familiar, es mucho más probable que se refuercen estos patrones de dependencia. Fernando Vegue, psicólogo clínico especializado en el análisis y la modificación de la conducta, cuenta: «Recuerdo el caso de un paciente que creció en un hogar donde el consumo era casi obligatorio en las celebraciones y una vía habitual para gestionar tensiones familiares. Aunque tenía una predisposición genética (su padre era alcohólico), lo que realmente consolidó el hábito fue ese entorno permisivo».
La edad, desde luego, es otro factor influyente. Es más, el 16 por ciento de las personas que prueban el alcohol en edades tempranas –antes de los 12 años– desarrollan una dependencia a bebida frente al 1 por ciento de las personas que retrasan su primera ingesta a los 19 años. «Cuanto más se posponga la primera bebida de una persona, más se reducirá en gran medida el riesgo de que desarrolle alcoholismo», afirma Kathleen Brady, profesora de psiquiatría y ciencias del comportamiento en la Universidad Médica de Carolina del Sur. Por otra parte, el psicólogo Fernando Vegue explica que adelantar el inicio del consumo de alcohol puede reforzar circuitos de recompensa que priorizan el placer inmediato y convertirse en una 'muleta' para enfrentarse a ciertas situaciones sociales de tensión.
Por eso mismo, también los traumas infantiles pueden potenciar el desarrollo de problemas con el alcohol, ya que esos traumas aumentan la respuesta del cerebro al estrés. Los expertos señalan que ese estrés puede derivar así en un problema asociativo en el que, como decíamos hace un momento, se emplee el alcohol como 'muleta' para sobrellevar la situación de estrés y ansiedad. «La exposición temprana a situaciones de estrés extremo, como abuso o negligencia, puede sobreactivar el sistema de respuesta al estrés. Esto provoca alteraciones en la amígdala –relacionada con el miedo y la ansiedad–, el hipocampo –procesamiento de recuerdos– y la corteza prefrontal –regulación emocional–», explica Fernando Vegue. Y añade: «Las personas que han pasado por estas experiencias suelen ser más vulnerables a buscar alivio rápido a través del alcohol, porque activa el sistema de recompensa y puede 'silenciar' temporalmente emociones incómodas».
Un buen ejercicio para valorarlo es reflexionar sobre cómo afecta el alcohol a las áreas importantes de tu vida. «Una vez un paciente —cuenta Vegue— me dijo: 'No bebo todos los días, pero cuando empiezo, no sé parar. Y al día siguiente siempre siento que he perdido el control'. Este tipo de patrón es un indicador de que el alcohol puede estar ocupando un espacio demasiado grande en tu vida».
La clave está en cuestionar las creencias que nos llevan a pensar que, ante determinadas situaciones, beber una copa o una caña nos sentará bien y construir nuestras propias normas. Según los expertos existen cuatro pasos claves para cambiar esta conducta tóxica: el primero es identificar el patrón. «Antes de beber, observa qué está pasando en tu cuerpo y tu mente. ¿Estás sintiendo estrés, soledad, ansiedad? Nombrar tus emociones ya reduce su intensidad», puntualiza Vegue. En segundo lugar, es vital practicar la pausa consciente cuando sientas el impulso de beber, ya que en la gran mayoría de ocasiones la urgencia disminuye si no le proporcionas una respuesta inmediata.
Es importante, además, que explores actividades alternativas. «Encuentra formas de regularte emocionalmente que no impliquen alcohol, como practicar ejercicio, meditar, escuchar música o hablar con alguien de confianza», ejemplifica el psicólogo. Y por último, acepta el malestar. No siempre se puede evitar sentir el estrés o la ansiedad, pero se puede aprender a convivir con ellos sin reaccionar impulsivamente. Y sin ni una sola copa de alcohol.