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Oliver Sacks: la tortuosa vida del neurólogo que revolucionó la salud mental y nos despertó

Salen a la luz sus cartas

Oliver Sacks: la tortuosa vida del neurólogo que revolucionó la salud mental y nos despertó

Todo en él fue excesivo: su talento, productividad, implicación... pero también su adicción a las drogas y al riesgo. Conectó como nadie con los pacientes de trastornos mentales y nos descubrió a todos la complejidad del cerebro. Una recopilación de las cartas del neurólogo más famoso del mundo, al que inmortalizó Robin Williams en la película 'Despertares', recupera su historia.

Viernes, 31 de Enero 2025, 11:40h

Tiempo de lectura: 7 min

Oliver Sacks usó hasta el final de sus días un lingote de tungsteno, uno de los metales más pesados, como pisapapeles. «Porque, si dudas de la realidad, siempre puedes tirarlo encima de tu pie, y el tungsteno nunca miente». La anécdota es ilustrativa del personaje: un hombre con sentido del humor y consciente, por su experiencia de más de medio siglo con pacientes neurológicos, de que el cerebro es muy hábil en el arte del engaño.

Autor del libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, una colección de extravagantes trastornos neuropáticos contados con profunda humanidad del que se han vendido millones de ejemplares, Sacks hizo que su obra girase, sobre todo, acerca de la necesidad de considerar al enfermo como sujeto individual y no como caso tipo, siguiendo la máxima de William Osler: «No preguntes qué enfermedad tiene la persona, sino qué persona tiene la enfermedad».

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La huida. Sacks era un apasionado de las motos, que condujo en busca de una libertad que le costó mucho encontrar. Su vida personal, como homosexual 'en el armario', fue tan compleja como su carrera médica, durante años infravalorada.

Gracias a Sacks aprendimos conceptos como la 'propiocepción' (el sentido que nos permite percibir y coordinar las distintas partes del cuerpo); que existen las alucinaciones olfativas y auditivas; el síndrome de Tourette (tics y compulsión a decir maldiciones u obscenidades); y que todos estos fenómenos pueden constituir ventanas desde las que asomarse a la complejidad de los circuitos cerebrales. De hecho, él mismo padecía un trastorno cognitivo llamado 'prosopagnosia', o ceguera de rostros, que se caracteriza por la incapacidad para reconocer caras familiares y, a veces, incluso la propia.

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Al límite. En Los Ángeles, Sacks se convirtió en un levantador de pesas de alto nivel. Se entusiasmó con el culturismo en la llamada 'Muscle beach', donde, además de hacer músculo, ligaba. Con un chico que conoció allí sufrió una de sus grandes decepciones amorosas. No fue así en lo deportivo. Durante bastante tiempo ostentó el récord de California en sentadillas, tras realizar una con 270 kilos sobre los hombros (en la foto).

Es probable que Sacks sea el neurólogo más famoso del mundo, pero gran parte de su vida fue un hombre angustiado. Uno de sus hermanos era esquizofrénico y aquello no solo invadía de sufrimiento el hogar familiar, sino que lo hacía dudar de su propia cordura. Además, era homosexual en una Inglaterra y en un entorno que nunca lo habría aceptado (de hecho, no lo hizo público hasta cumplidos los 70 años). Y Sacks era también un hombre ansioso por ser profesionalmente reconocido que nunca fue apreciado por sus pares académicos.

De todo ello ha dejado registro en sus dos libros de memorias y ahora, tras morir en 2015 de un mieloma, en una recopilación de sus cartas. Escritor compulsivo, dejó en su apartamento de Nueva York cajas y cajas de cuadernos y correspondencia inédita, de la que ahora se publica una cuidada selección titulada Letters (Knopf), todavía sin traducción al español, donde aparecen misivas a sus colegas, parientes, respuestas a los fans, intercambios con famosos como Susan Sontag, Deepak Chopra o Jane Goodall, y largas reflexiones científicas que muestran su pensamiento efervescente.

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La empatía. Sacks sacó de la catatonia a pacientes de encefalitis letárgica aislados durante años. Les aplicó L-DOPA (una dopamina que se recetaba para el párkinson). Tras la euforia inicial se produjo un efecto yoyó y los pacientes volvieron a entrar en la parálisis. Entre otras razones, según Sacks, porque no soportaron los anacronismos de un mundo en el que ya no les quedaba nadie y del que no entendían nada.

Sacks, que se define a sí mismo en estas cartas como «médico filosófico», nació en una familia de judíos en el Londres de 1933. Su madre era ginecóloga y cirujana (una de las primeras); su padre, sus tíos y sus hermanos eran todos médicos. En su primera autobiografía, El tío Tungsteno, cuenta que para aprender anatomía, a los 14 años, diseccionó el cadáver de una niña de su misma edad: «Todos se horrorizan ante esta anécdota, pero en los años cuarenta, en una familia de médicos, no parecía algo tan excéntrico», dijo.

Aunque sus intereses tempranos fueron la química, la astronomía, la biología y la geología, nunca hubo dudas de que lo suyo sería la medicina, pero se las arregló para que su camino fuese torcido e inesperado. Cuando tenía 12 años, un perspicaz maestro escribió: «Sacks llegará lejos, si no va demasiado lejos».

Sexo, drogas y alcohol

Discreto homosexual, Sacks no soportaba el clima homófobo del Londres de los años cincuenta (Alan Turing fue condenado a castración química en esos años). Para acostarse por primera vez con un hombre, tuvo que viajar a Ámsterdam y acabó borracho e inconsciente. En 1961, con 28 años, emigró a la más tolerante California para hacer su residencia de neurología en la UCLA, y con la esperanza no solo de poder practicar sexo con libertad, sino de encontrar el amor. Pero no lo halló. Después de un par de desengaños «me pasé a las drogas» –contó en sus memorias, En movimiento–, sobre todo a las anfetaminas y, en menor medida, a los opiáceos y los ácidos.

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El 'efecto cine'. Su libro Despertares fue adaptado al cine en 1990 por Penny Marshall, con Robin Williams interpretando a Sacks y Robert de Niro como uno de sus pacientes. Fue un éxito mundial que le valió a De Niro una nominación a los Oscar y al neurólogo una fama extraordinaria.

Pasó los años sesenta colocado. Al principio por experimentación (probó de todo para llevar al límite a su cuerpo y se atiborró de anfetaminas porque lograba una productividad asombrosa). Lógicamente cayó en la adicción, pero sin dejar de rendir. En Los Ángeles practicó una especie de doble vida: trabajando responsablemente en un hospital, pero haciendo viajes en moto de más de 24 horas sin dormir, al mismo tiempo que lograba récords como culturista. Un físico extraordinario le permitió sobrevivir tanto a los excesos deportivos como a los químicos.

El desamor lo lleva a las drogas. En los sesenta consume anfetaminas de forma compulsiva. Un día deja todo de repente: las pastillas, el sexo y el culturismo

En 1965 se trasladó a Nueva York, donde continuó su adicción a las anfetaminas, hasta que un día decidió dejarlo todo –las drogas, el sexo y el culturismo– con la misma radicalidad con la que lo había hecho todo y con la ayuda de un psicoanalista que lo acompañó hasta el final de su vida. «En 1966 mis amigos no creían que fuese a llegar a los 35, y yo tampoco», escribe. Las drogas las dejó tras sufrir alucinaciones aterradoras y ser testigo de un desquiciado brote psicótico de los asistentes a una fiesta (a la que él, por fortuna, llegó tarde) que habían tomado fenciclidina, 'polvo de ángel'. El sexo lo dejó en 1973 tras «una dulce aventura» con un joven universitario al que conoció el día de su 40 cumpleaños. No volvió a tener relaciones sexuales durante 35 años.

Popular pero no reconocido

En Nueva York, al dejar las drogas (que sustituyó por la natación en aguas abiertas y turbulentas), abandonó su empleo en un laboratorio en el que trabajaba con gusanos, en el que cometió algunos desastres bochornosos (procesar datos no era lo suyo), y comenzó a visitar pacientes en una clínica de cefaleas del Bronx. Allí se dio cuenta del poco caso que se les hacía a las historias de los pacientes, a los que empezó a escuchar con verdadera atención. Su primer libro, Migraña, de 1970, es fruto de aquella escucha. En una de sus cartas le cuenta dolido a un colega que «un neurólogo muy eminente me ha dicho: 'Su libro es fascinante, pero, por supuesto, irrelevante'». Y esa fue la tónica en la comunidad científica con respecto a su trabajo.

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Al final, el amor. Sacks con el escritor Billy Hayes, su pareja durante los últimos años.

El siguiente, Despertares, de 1973, es el libro con el que Sacks dejó de ser 'irrelevante'. Adaptado al cine en 1990, en él se cuenta la historia de un grupo de pacientes catatónicos que había sobrevivido a una epidemia de encefalitis letárgica entre 1917 y 1928. Abandonados durante décadas a una pasividad sin esperanza en el hospital Beth Abraham, en 1969 Sacks les recetó una nueva droga llamada L-DOPA que les produjo efectos extraordinarios y los llevó a 'despertar' momentáneamente.

Los numerosos libros posteriores de Sacks lo hicieron popular, pero la comunidad científica siguió teniendo una actitud desdeñosa hacia su obra al considerar que sus libros eran divulgativos y un «espectáculo de fenómenos neurológicos».

Tras una existencia proclive a la desmesura, la última etapa de su vida fue especialmente feliz y equilibrada para Sacks. En 2008 conoció al escritor Billy Hayes, quien se convirtió en su pareja hasta el final. Para cuando encontró el amor, ya hacía tres años que se trataba de un cáncer. En la carta que mandó a The New York Times cuando supo que le quedaban apenas meses de vida escribió: «Ahora no tengo tiempo para nada que sea superfluo. Voy a dejar de ver el informativo todas las noches. No es indiferencia, es distanciamiento. Los meses que me quedan tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud».

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