Claudio González "Los chinos no aspiran a exportar su estilo de vida, sino a imponer sus reglas. Un vasallaje."
Domingo, 19 de Septiembre 2021
Tiempo de lectura: 12 min
Claudio F. González (Madrid, 57 años) es economista e ingeniero. En El gran sueño de China (Tecnos) analiza la transformación de este país, que pasa de ser una economía de gran tamaño, pero aún emergente, a una superpotencia global. Y lo hace desde su experiencia en China, donde fue director para Asia de la Universidad Politécnica de Madrid entre 2014 y 2020 y co-director del campus sino-hispánico de la Universidad de Tongji, en Shanghái, una de las más prestigiosas de China.
XLSemanal. ¿Por qué la actual China, presidida por Xi Jinping, ha desatado en este momento una especie de purga, más propia de los tiempos de Mao Tse-Tung, contra sus propias (y exitosas) grandes compañías tecnológicas?
Claudio González. China quiere demostrar que su modelo de sociedad es el mejor del mundo. Y por eso ha impulsado todas las aplicaciones digitales relacionadas con la sanidad, la educación y la seguridad. Y ha beneficiado a aquellas compañías más convenientes para la estrategia general. Cuando los intereses privados se empiezan a separar del interés general, el gobierno interviene.
XL. Pues está interviniendo a lo grande. Que le pregunten a Jack Ma, el dueño de Alibaba...
C.G. Es un caso paradigmático. Los intereses de Alibaba coincidían con los del gobierno. Igual que hay una España vaciada, hay una China vaciada. Lo que hace Alibaba es conectar al consumidor con el productor, de tal modo que tienes pueblos donde la gente puede montar negocios y que la gente viva y trabaje allí.
XL. Ese es un objetivo de cualquier gobierno de cualquier país.
C.G. En efecto. A Alibaba le viene fenomenal. Gracias a la tecnología conoce los perfiles de los consumidores. Y el gobierno, encantado. Pero entonces Jack Ma se atreve a ir más lejos. Como sabe de qué clientes se puede fiar, les da un crédito al consumo para que sigan comprando. Un algoritmo decide en diez segundos a quién se lo concede. Y así aumenta el negocio. Pero, entonces, el gobierno da un respingo. Porque Alibaba es muy grande y todos esos créditos introducen un riesgo sistémico si ocurre algo inesperado, como una pandemia o una confrontación con Estados Unidos, y mucha gente no puede devolver los préstamos.
«China alardea de ser una meritocracia, con igualdad de oportunidades. El gobierno cree que esa es su gran ventaja sobre Occidente. Por eso no permiten que la educación se privatice»
XL. Ya veo. El gobierno deja que las compañías crezcan mientras contribuyan a la prosperidad general.
C.G. Eso es. El caso de DiDi (rival de Uber) es algo diferente. El gobierno le dice que no salga a la Bolsa de Nueva York, que en esta fase de su gran plan no quiere accionistas extranjeros, porque eso impacta en el modelo de ciberseguridad. Pero DiDi no hace caso.
XL. Y es castigado.
C.G. Sí. Y así negocio tras negocio: ocio, videojuegos, redes sociales... ByteDance, propietaria de TikTok, nació como un agregador de contenidos con un algoritmo ciego. ¿Te gustan los gatos saltando? Pues te pongo más gatos. ¿Cosas escabrosas? Ahí lo llevas. Cuanto más miras, más quieres... Hasta que alguien en el gobierno dijo: esto es una droga para la juventud. Y cerraron el servicio hasta que la empresa rectificó el algoritmo y el CEO salió pidiendo disculpas.
XL. Pero el gobierno también ha golpeado a las plataformas educativas.
C.G. Es que la educación es el sector fundamental, el que nos ayuda a entender la gran estrategia. En China, por la presión enorme de la selectividad (el acceso a la universidad), hay un montón de empresas con unas valoraciones monstruosas cuyo negocio es darle a los chavales una formación después del horario lectivo. El caso más notable es VipKID, que enseña inglés y tiene 70.000 profesores en Estados Unidos dando clases a los chavales chinos. Pero China tiene un problema demográfico. La población está estancada.
XL. Pero la política del 'hijo único' se derogó hace años.
C.G. Ya, pero la gente sigue sin tener más hijos, sobre todo, porque no puede dedicar más recursos a educarlos. La educación es el gasto fundamental de una familia típica, y supone un quinto de los ingresos. Muchas veces el padre o, sobre todo, la madre, se toman un año sabático para ayudar a su hijo ante la selectividad.
XL. Continúe...
C.G. Si de algo alardea China es de que hay igualdad de oportunidades para todos. Siempre está con la cantinela de que los que más se esfuerzan llegarán más lejos y que el examen de selectividad es igual para todos. La retórica oficial alardea de las ventajas de la meritocracia china, donde cualquiera puede progresar si demuestra su valía, frente a la democracia occidental, donde cualquiera, incluso un ignorante, puede ser elegido. Pero oiga, los que tienen dinero pueden permitirse el lujo de que sus hijos reciban clases de refuerzo.
«China tiene grandes problemas estructurales, pero el mayor es sutil: es la parte humana. Su nivel de egoísmo es muy superior al nuestro. Si te caes en la calle, pasan de largo...»
XL. Y entonces se les cae el modelo...
C.G. Sí. Y el gobierno decide acabar con eso y devolver la educación al ámbito público. No pueden consentir que la educación se convierta en un club. Porque tarde o temprano la sociedad lo va a percibir y va a perder las ganas de contribuir.
XL. Deben haberlo pensado mucho porque la purga está costando miles de millones.
C.G. Hay mucha sagacidad en las decisiones que toman los gobernantes chinos. Serán lo que sean, pero están muy preparados. Los nuestros son amateurs.
XL. The Economist dice que China es un gran laboratorio social sobre el futuro.
C.G. Estoy de acuerdo. Tenemos que entender China. Hay muchos mensajes relevantes que nos permitirán tomar decisiones. En asuntos relacionados con servicios públicos y aplicaciones masivas van adelantados.
XL. Pero algunas de esas ideas son inquietantes, como llenar las calles con millones de cámaras de reconocimiento facial.
C.G. Por supuesto, se trata de evaluar lo que hacen, no de copiarlo. Pero piense en los jubilados. Tienen derecho a transporte gratuito. Hay cámaras en el metro y los torniquetes se abren automáticamente cuando pasa el jubilado, sin necesidad de enseñar una tarjeta de transporte. En la seguridad pasa lo mismo. Un policía me contaba que su trabajo ahora es comodísimo porque solo tiene que mirar vídeos. Es una tecnología invasiva de la privacidad, pero como es muy cómoda va permeando hasta llegar a las sociedades de muchos países. Seguramente, la aplicación de banca que tiene usted en su móvil ya incorpora el reconocimiento facial.
«Los chinos no aspiran a exportar su estilo de vida, a que los imiten, sino a imponer sus reglas. Es un concepto más bien de vasallaje»
XL. Lo de establecer un sistema de rating que puntúa a los ciudadanos desde AAA a 'bono basura' es como para echarse a temblar...
C.G. La confianza es uno de los problemas más difíciles de resolver de los países autoritarios, que mantienen enormes aparatos de seguridad no tanto para asegurar la fidelidad al régimen, sino para obtener información relevante. Y es que la gente solo se fía de su familia y de su círculo de amigos. A China se le ocurre entonces un sistema que resuelve de un plumazo los dos problemas: recopila toda la información disponible sobre cada ciudadano y, con esos datos, otorga una calificación de forma automática. ¿Pero quién vigila al vigilante? La tecnología no tiene vida propia. Podemos decidir qué hacemos con ella. Aquí le podemos pedir responsabilidad al gobernante.
XL. Cuenta en su libro que las grandes corporaciones funcionan cada vez más como países autoritarios. Y, viceversa, China aspira a funcionar como una gran corporación.
C.G. Es que es un modelo que se vende muy bien. Hay una cadena de mando, controlas la comunicación... Si tú trabajas para una gran empresa y no te gustan sus condiciones, ya sabes dónde está la puerta. Y también hay países que funcionan como empresas. Singapur es el caso donde se ve mejor. Esto es lo que quiere ser China a largo plazo: una gran empresa de empleados eficientes, disciplinados y contentos con su suerte.
XL. Y, dígame, ¿cuál es el plan de China para dominar el mundo?
C.G. Pues es muy simple: una sociedad cohesionada, todos igualitos; seguridad física y económica; un liderazgo fuerte.... Y todo eso engrasado por sus ventajas comerciales. El mayor hándicap es la parte financiera.
«Cuando visité la mejor universidad de Corea del Sur, me pedían estudiantes españoles para intercambio: están bien formados y, sobre todo, son alegres. Allí los estudiantes se les suicidan en los campus»
XL. ¿Pero está China preparada para asumir ese liderazgo?
C.G. No, ni está preparada ni está dispuesta a asumirlo. Para conseguir una sociedad cohesionada necesitas una cultura común. Los chinos la tienen, pero no es fácilmente exportable. Los americanos tienen películas y rock. No es fácil meterse en el estilo de vida chino. Por eso allí no aspiran a que los imiten, sino a imponer sus reglas. Es un concepto más bien de vasallaje: reconoce que soy el mejor y tú sigue haciendo las cosas a tu modo, pero si quieres trabajar conmigo, estas son mis condiciones. Por eso hablan con los talibanes... No me alborotéis a los uigures y haremos negocio.
XL. Vaya, nuestro Maquiavelo era un ingenuo...
C.G. Es un equilibrio muy complicado entre desarrollo y control. Deng Xiao Ping dijo que todos los chinos serían millonarios, solo que unos antes que otros. Y lo ha recordado hace poco Xi Jinping. Pero la desigualdad empieza a percibirse lo suficiente como para que se lance esa purga contra las tecnológicas.
XL. ¿Han encontrado los chinos la panacea en esa confluencia entre tecno-socialismo y capitalismo de Estado?
C.G. No. China tiene problemas estructurales muy importantes. El más grande, sin embargo, es sutil. Un sistema como el chino, que intenta optimizar tanto y que busca que todo el mundo sea igualito a los demás y se comporte muy bien, choca con las personas. La gente soporta tanta presión y hay tantos candidatos para cada puesto que cada cual mira para lo suyo.
XL. Los jóvenes deben notarlo especialmente...
C.G. Sí. Y se está produciendo una reacción de una parte de la gente joven, que es dejarse ir. Hay una palabra china que la define y que aquí traduciríamos como 'tumbarse a la bartola'. Haré lo mínimo para sobrevivir, pero no quiero competir más. Eso es un problema. Si como gobernante ves que viene un mundo duro, no te puedes permitir a unos nihilistas en tus filas. Pasa en otras sociedades asiáticas. Cuando visité la mejor universidad de Corea del Sur, me pedían estudiantes españoles para intercambio porque decían que tienen buena formación y, sobre todo, que se les ve alegres. Allí los estudiantes se les suicidan en los campus. Aquí, si a un universitario le va mal, deja la carrera, se deprime, prueba otra cosa...
«El calentamiento global empieza a preocuparles: pagan una alta factura en vidas humanas por la contaminación. Y les preocupa que Occidente imponga tasas por contaminar los productos que exportan. Quieren alcanzar las cero emisiones en 2060»
XL. La narrativa oficial elogia al individuo que está dispuesto a sacrificarse en beneficio de la colectividad.
C.G. No es real. Te preocupas de los tuyos. Es algo consustancial a los países autoritarios, porque no sabes con quién estás hablando. Pero sí que hay una conciencia colectiva de que su sociedad es más segura y que la democracia es un caos. Pero su nivel de egoísmo es muy superior al nuestro. No se cede el asiento a un anciano en el metro. Si te caes en la calle, pasan de largo...
XL. ¿Y la gente educada de verdad piensa que ha sido humillada por Occidente, o es una idea que le conviene al gobierno proyectar?
C.G. Sí que está en el inconsciente colectivo. Les han enseñado desde pequeños que los extranjeros vinieron a China a invadirla y aprovecharse de ella. Atacar a China para defender a los traficantes de opio, como hizo Inglaterra, no es la mejor tarjeta de visita para una potencia occidental. Y si algo se le reconoce a Mao es que expulsó a los extranjeros, a todos: occidentales, japoneses, rusos... El siglo de humillación empieza en 1849, con el final de la primera guerra del opio, y termina en 1949 con Mao. Es una cicatriz reciente.
XL. Más reciente es la matanza de Tiananmén, cuando los estudiantes salieron a protestar en 1989 y fueron masacrados.
C.G. Lo de Tiananmén no figura en los libros de historia chinos, aunque muchos lo conocen por haber salido fuera del país. Hoy la mayoría piensa que la decisión del gobierno fue la correcta, evitó el caos, e incluso un colapso como el de la Unión Soviética, y permitió seguir con el crecimiento. Murieron unos miles y fue horrible, pero mire, aquí viven 1400 millones y el país funciona. Eso es lo que te dicen.
XL. ¿Pero no aspiran a tener más libertad?
C.G. Una chica me dijo que quería estudiar diseño de moda y le apetecía ir a París, pero que pensaba que era un lugar muy peligroso. Y me preguntó: usted qué prefiere, ¿libertad o seguridad? Los europeos aspiramos a tener las dos cosas, pero lo que ven los chinos en sus telediarios es inseguridad y un tipo con cuernos que asalta el Capitolio. Lo que pasa es que los chinos que vienen a España ven que te pueden robar el móvil, pero tampoco es para tanto... Y, caray, el cielo es azul. O por lo menos no hay tanta contaminación.
«Las probabilidades de una guerra con EE.UU. son pequeñas, pero crecen... El motivo principal es Taiwán, que, además, da a China salida al Pacífico»
XL. Ochocientos millones de chinos han salido de la pobreza y han entrado en la clase media: comen carne, se compran un coche, se van de vacaciones. Eso tiene un coste medioambiental enorme. Sostienen los expertos que si China no se pone las pilas, cualquier acuerdo contra el cambio climático es papel mojado.
C.G. El calentamiento global empieza a preocuparles. Y son conscientes de que pagan una factura en vidas humanas por la contaminación. Pero sobre todo les preocupa que los países occidentales impongan tasas por contaminar a los productos que exportan. Tienen una meta: alcanzar las cero emisiones en 2060, pero siguen invirtiendo en centrales térmicas en países de su órbita, lo que traslada el problema. Y China es uno de los países más afectados por el cambio climático: tormentas de polvo en el norte, sequías nunca vistas en el sur, tifones cada vez peores, inundaciones... Ciudades costeras como Shanghái peligran por la subida del nivel del mar.
XL. El historiador Antony Beevor me contaba hace unos meses que la cúpula militar de Estados Unidos da por hecho que habrá una guerra con China.
C.G. Las probabilidades son pequeñas, pero todos los días crecen un poco. El motivo principal es Taiwán. Para los chinos se trata de una provincia rebelde que se independizó durante una guerra civil que aún no ha terminado. Taiwán, además, les da salida al Pacífico. ¿Qué impide una guerra? Que el mundo está mucho más conectado de lo que parece, en términos comerciales, financieros... China, además, tiene una enorme dependencia alimentaria del exterior. No puede abastecer a su población porque no hay suficiente tierra cultivable en buen estado.
XL. Y Taiwán es el mayor productor mundial de microchips, que hoy escasean...
C.G. Hay más ejemplos. El 5G no lo puedes instalar por tu cuenta. Requiere estándares que hacen necesaria la colaboración de Europa y Estados Unidos. En fin, los primeros países que visitó el presidente Biden cuando llegó a la Casa Blanca fueron Japón y Corea, que son sillas de primera fila en el ring del combate que se puede montar. Y no olvidemos que el gobernante chino que consiga la reunificación pasará a la historia. Y Xi es un estudioso de la historia. La mentalidad china piensa en largo plazo.
XL. ¿Cómo de largo?
C.G. Larguísimo. Xi, que ha recuperado el pensamiento de Confucio, estima que las épocas de éxito de un país duran siglos. Se trata de gestionar esos ciclos, porque las tendencias que los soportan están ahí. Los gobernantes no pueden modularlas, pero sí aprovecharlas.
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