«Nunca me planteé abandonar» He Jiankui, creador de los primeros bebés modificados genéticamente El doctor que jugó a ser Dios vuelve al ataque tras su paso por la cárcel
Protagonizó el mayor escándalo científico del siglo al crear los primeros bebés modificados genéticamente saltándose todos los protocolos. Ahora, He Jiankui, ya libre tras su paso por la cárcel, busca dinero para sus nuevos retos desde su laboratorio...
Viernes, 24 de Febrero 2023, 12:30h
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Ahí está otra vez, ya salido de prisión: He Jiankui, el hombre que quiso jugar a ser Dios. El hombre que experimentó con embriones humanos y creó bebés manipulados genéticamente. El hombre que desencadenó el mayor escándalo científico del siglo XXI. Tras cuatro años vuelve dispuesto a hablar.
Nos recibe en el vestíbulo de un hotel en las afueras de Pekín. Tiene 38 años y ha cogido unos cuantos kilos. A finales de noviembre de 2018 se presentó en un auditorio de Hong Kong. Expertos de todo el mundo siguieron en streaming su desglose de datos en un precario inglés. Todos querían saber quién se había atrevido a hurgar en el código genético del ser humano, el primero en saltarse el tabú ético.
El día anterior a la conferencia, He había subido a YouTube tres vídeos grabados en su laboratorio de Shenzhen. En ellos hablaba de las gemelas Lulu y Nana, nacidas en octubre de 2018, y de sus padres, Grace y Mark. Este último se había contagiado de VIH, pero él, He Jiankui, había introducido en los genes de las niñas una protección contra el virus. Ahora estaban a salvo.
Las gemelas se convirtieron en los primeros humanos cuyo genoma había sido modificado. La técnica que empleó se denomina Crispr-Cas9, un procedimiento que permite introducir cambios en los genes. Se lo suele comparar con unas tijeras con las que se puede cortar, modificar o añadir desde letras aisladas hasta párrafos enteros en el texto genético.
El científico asegura que los bebés que modificó genéticamente «están bien y viven felices con sus padres»
Crispr también permite actuar sobre óvulos o embriones, pero el método no está maduro. El riesgo de que las tijeras genéticas causen enfermedades como el cáncer es alto. He jugaba a la lotería con las gemelas. Y cuanto más iban conociendo los expertos sobre el experimento, mayor era su espanto. También en China. Más de un centenar de científicos locales tacharon de «locura» el trabajo de He.
Cláusulas abusivas
En su presentación en Hong Kong, He aseguró que había informado cuidadosamente a los padres sobre los riesgos. En el texto que les facilitó, sin embargo, solo se habla de riesgos de forma velada y apenas comprensible para un lego. Se detallan, eso sí, las cláusulas de exclusión de responsabilidad. Si los padres querían abandonar, además, se harían cargo de los gastos. De no pagar en diez días, la sanción contemplaba 100.000 yuanes (13.680 euros).
A finales de 2019, un jurado de Shenzhen condenó a He a tres años de cárcel. La sentencia decretó que se había saltado «los límites de la ética médica» y China legisló para evitar que un escándalo de este tipo pudiera repetirse. No parece que a He le afecte nada de lo sucedido.
A su lado, en una butaca del vestíbulo del hotel, se sienta un hombre espigado. Se llama Li Erge tiene 39 años y es de la provincia de Shandong, en el este de China. He le ha hecho recorrer cientos de kilómetros hasta Pekín para que lo acompañe en esta conversación.
El hijo de Li padece distrofia muscular de Duchenne (DMD), una enfermedad hereditaria que atrofia los músculos. En algún momento, ya no podrá respirar porque el diafragma también está afectado. «Nos diagnosticaron su enfermedad en 2016», explica.
Li Erge, junto con otros padres de niños con DMD, escribió una carta a He en la que le suplicaba que desarrollara una terapia genética para sus hijos. No le importa que lo hayan condenado, dice. «Cierto, aquello no fue completamente legal, pero esta vez lo vamos a hacer todo ateniéndonos escrupulosamente a las leyes y siguiendo todas las directrices éticas», dice Li. Cree que el diseñador de bebés se ha limpiado de todos sus males, que se ha purificado: «El demonio se ha convertido en un ángel». He, sentado a su lado, sonríe satisfecho.
«Los vídeos de YouTube que grabó aquellos días permiten intuir que hasta el último momento él confió en que el mundo lo recibiría como el benefactor que creía ser»
Y quiere retomarlo donde lo dejó en 2018. Seguir haciendo ciencia. Y otra vez con la técnica Crispr. «Nunca me he planteado abandonar este campo», afirma. En la primavera de 2022, apenas salido de la cárcel, le escribió un correo electrónico a Jennifer Doudna. La genetista de la Universidad de Berkeley es su ídolo. Doudna desarrolló las tijeras genéticas hace una década y recibió el Nobel por ello. En su correo, He le decía que «podía llevar a cabo una terapia genética para el tratamiento de enfermedades hereditarias poco frecuentes». No recibió respuesta.
Conoció a Doudna hace años, cuenta, y empieza a pasar fotografías en su móvil hasta hallar un selfi tomado el 18 de agosto de 2016: él, a la izquierda; ella, a la derecha; ambos sonrientes. «Es encantadora», comenta. Volvieron a encontrarse justo después del experimento con las gemelas. En una cena. Doudna y otros expertos intentaron explicarle el daño infligido a la ciencia. He se marchó del restaurante muy molesto.
Hoy prefiere no hablar de cómo se sintió al darse cuenta de que la opinión pública mundial veía en él a un diablo. Los vídeos de YouTube que grabó aquellos días, asesorado por una agencia de relaciones públicas, permiten intuir que hasta el último momento confió en que el mundo lo recibiría como el benefactor que él creía ser. Hasta tal punto insistió en ello que algunos llegaron a verlo como víctima y no como delincuente.
En 2012, cuando se conoció el desarrollo de la técnica Crispr, los especialistas sintieron que estaban ante el inicio de una revolución. Tenían a su disposición un método con el que podían manipular la información genética de manera barata, precisa y sencilla. En cuestión de meses empezó a utilizarse en laboratorios de todo el planeta.
Ahora quiere curar La distrofia muscular y plantea comenzar a ‘manipular’ pacientes humanos en 2025
El mensaje de que el Crispr iba a cambiar el mundo caló en la opinión pública. Los artistas proclamaron que el diseño genético de criaturas vivas sería una nueva forma de arte. En Internet se vendían kits de Crispr caseros. Los multimillonarios de Silicon Valley especulaban con la posibilidad de vencer a la muerte...
La ciencia compartía ese entusiasmo. George Church, prestigioso investigador de Harvard, abría sus conferencias con un listado de los genes cuya manipulación permitiría mejorar al ser humano. En laboratorios de China, Oregón y Londres se empezó a trabajar en la manipulación de embriones, aunque todos los investigadores los acabaron destruyendo. A la vista de todo esto, ¿sorprende que un científico con exceso de ambición decidiera hacer realidad aquello sobre lo que los demás hablaban?
El sueño de He no ha acabado
Aunque el debate sobre embriones de diseño se ha calmado, He sigue empeñado en su sueño. Hace cuatro meses tuvo la primera reunión con Li Erge y otros padres de niños con DMD y, poco después, alquiló un laboratorio en Daxing, a las afueras de Pekín. El traslado responde a motivos estratégicos, explica: «Shenzhen es un buen sitio para fundar empresas. Pero, para la investigación, Pekín es la mejor elección».
El calendario que se ha fijado es tan rígido como irreal: «En tres meses tendré un modelo animal», asegura. En seis meses podría empezar los ensayos con ratones; al cabo de otros seis, con monos. Para marzo de 2025, calcula, los pacientes de DMD podrán recibir su primera inyección genética.
Pero todavía no tiene el dinero. Le bastarían unos siete millones de euros para arrancar. Luego necesitaría bastante más: 137 millones. Porque He fantasea con todo un instituto científico a su disposición y 200 empleados. Todavía, sin embargo, no ha informado de sus planes a las autoridades.
He necesitaría casi 145 millones de dólares para su nueva empresa: fantasea con todo un instituto científico a su disposición y 200 empleados. Aún, sin embargo, no ha informado de sus planes a las autoridades
He se siente más cómodo hablando de finanzas que de detalles de su terapia genética. Ahora anda en busca de inversores, por eso está publicitando sus planes. Y por eso prefiere hablar de los niños que sufren por culpa del DMD, de lo urgentemente que necesitan su ayuda; del pasado no, mejor mirar hacia delante.
¿Cómo se sintió cuando pasó de ser de héroe nacional a delincuente de un día para otro? «No hablemos de eso, por favor». ¿Por qué quiso promocionar el nacimiento de los bebés con aquellos vídeos de YouTube tan llenos de autobombo? «Prefiero no hablar de eso». ¿Cómo ha sido la experiencia de la cárcel y en qué prisión concreta estuvo internado? «Mire, dejémoslo estar».
Las dos gemelas modificadas genéticamente se encuentran bien, asegura. «Viven felices con sus padres». Dice que sigue confiando en que algún día se revise y publique el artículo científico en el que da cuenta de su experimento. No termina de entender por qué no se ha hecho todavía. He no siente remordimientos. «Actué demasiado rápido», es todo lo que está dispuesto a admitir. Por lo demás, le gustaría que Jennifer Doudna fuera a visitarlo algún día. «Hey, Jennifer, ¿cómo te va? –dice que le diría si la llamara–. Eres bienvenida en China cuando quieras. Estaría encantado de enseñarte mi laboratorio».
© Der Spiegel
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