Un amor criminal 33 años en prisión por un homicidio que dice no haber cometido Jens Soering: "Estoy en libertad, pero soy un asesino"
Esta es la historia de un hombre que a los 19 años confesó por amor un crimen que dice no haber cometido. Ha pasado 33 años en prisión y aunque logró, contra todo pronóstico, la libertad condicional, lo que de verdad quiere es que le revoquen la condena y dejar de ser, legalmente, un asesino. Una nueva serie de Netflix, Hasta que el asesinato nos separe, ha devuelto el caso a la actualidad.
Miércoles, 10 de Agosto 2022
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En diciembre de 2019, a los 53 años, Jens Soering pudo cerrar la puerta del baño por primera vez desde que tenía 19 años. Había pasado los 33 anteriores en la cárcel, esposado y vigilado. Gestos tan sencillos como ese, caminar bajo la lluvia o reaprender a andar en bicicleta (sí, se puede olvidar, asegura) fueron las primeras experiencias 'asombrosas' tras un periplo penitenciario y judicial de pesadilla.
La historia se remonta a 1984, cuando Soering, nacido en Alemania, tenía 17 años. Era el hijo de un diplomático alemán destinado en Estados Unidos y un brillante estudiante un tanto 'nerd' que acababa de ingresar en la Universidad de Virginia con una beca para superdotados. Allí, conoció a la mujer de la que se enamoraría profundamente, Elizabeth Haysom, y por la que cometería el mayor error de su vida.
Haysom, dos años mayor que él, era hija de un alto ejecutivo canadiense, se había educado en internados de Suiza e Inglaterra y era todo lo contrario de él: extrovertida, alocada, dada a experimentar con las drogas, pero de una sensualidad que Jens no había conocido hasta entonces. Les unía, eso sí, una relación conflictiva con sus padres. Más grave en el caso de ella porque, según le contaría Elizabeth, su madre había abusado sexualmente de ella. Durante unos meses viajaron como felices enamorados. Hasta que se produjo el primer giro de guión.
El 3 de abril de 1985, los padres de Elizabeth, Derek y Nancy Haysom, aparecieron muertos en su segunda residencia de Virginia. Habían sido asesinados tres días antes. Derek había sido apuñalado 36 veces y estaba casi decapitado. Al principio, la Policía pensó que un asesinato tan brutal debía ser obra de una banda criminal. Pero pronto centraron las sospechas en Elizabeth, su hija. Por el tipo de agresión, aquello tenía que ser un asunto personal. Pero Elizabeth se había buscado una coartada... con su novio Jens.
El día del crimen habían alquilado un coche para pasar el fin de semana en Washington D.C. y estuvieron viendo películas en el hotel, alegaron. No contaron con que la policía comprobase los kilómetros del vehículo, que había recorrido 600 más de los necesarios, suficientes para ir y volver a la casa de los Hayson. La joven pareja inició entonces una huida por Europa y Tailandia, cometiendo pequeños fraudes para mantenerse a flote. Pero finalmente fueron detenidos en abril de 1986 en Londres. Y ahí empezó la verdadera pesadilla de Jens.
La pareja alegó que el día del crimen había viajado a Washington y estuvieron viendo películas en el hotel, pero la Policía comprobó el kilometraje del coche alquilado: no coincidía con su coartada
Cuando fueron acusados por el asesinato del matrimonio, Jens asumió rápidamente toda la culpa para salvar a su amada, porque creyó que a él, al ser hijo de un diplomático, lo deportarían a Alemanía y gozaría de inmunidad. A pesar de su elevado cociente intelectual, Jens no estaba pensando bien. Su padre era diplomático, pero destinado en un consulado, de forma que solo el diplomático tiene inmunidad y no su familia. Cuando quiso dar marcha atrás, la historia ya estaba en todas las televisiones y los instructores del caso se daban más que satisfechos con su declaración de culpabilidad.
En el juicio, el fiscal presentó dos evidencias físicas, un tanto precarias: una huella de calcetín ensangrentada que, según la fiscalía, coincidía con el tamaño del pie de Jens y una muestra de sangre de su tipo sanguíneo que se encontró en el pomo de una puerta. No había más pruebas forenses, pero estaba el testimonio de Elizabeth, que culpó a su novio del crimen. Según ella, Jens había cogido el coche alquilado, se había dirigido a la casa de los Haysom, los había asesinado, y había regresado con una sábana ensangrentada en su interior, que probaba lo que acababa de hacer. La sábana no apareció en el juicio, pero ella aseguraba haberla visto.
Con todo, ya durante el juicio, el testimonio de la joven fue cuestionado: se contradecía, dio muestras de inestabilidad emocional y finalmente fue diagnosticada con un trastorno límite de la personalidad.
Un hecho planeaba sobre su testimonio: los presuntos abusos sexuales que habría sufrido por parte de su madre. En el estrado Elizabeth lo negó aunque tras el asesinato, en casa de los Haysom aparecieron unas inquietantes fotos de ella desnuda. Las fotos nunca se presentaron como prueba. El abogado de Soering, que años después fue inhabilitado, creyó que no era la estrategia de defensa adecuada.
A pesar de ello, Jens Soering, en su infinita ingenuidad, nunca creyó que lo fuesen a condenar. El veredicto de culpabilidad, dos condenas a cadena perpetua, «fue un gran shock», contó hace unos meses a The Times Magazine: «Esa noche intenté suicidarme, pero no pude hacerlo».
«Los primeros cinco años estás en shock; los siguientes cinco estás muy enfadado. Luego, los siguientes diez años, abres los ojos», cuenta Jens tras 33 años entre rejas
A lo largo de los 30 años siguientes, Soering ha estado en ocho cárceles estadounidenses. «Los primeros cinco años estás en shock; los siguientes cinco años estás muy muy enfadado. Luego, durante los siguientes diez años abres los ojos e intentas rehabilitarte, porque el Estado o la prisión no lo harán por ti».
El actor Martin Sheen, el escritor John Grisham y hasta Angela Merkel mediaron en su favor a lo largo de los años. Sin resultado. El estado de Virginia apenas concede la libertad condicional a delincuentes violentos y nunca a los que cumplen cadena perpetua.
Fue la perseverancia de Chuck Reid, un policía que había dirigido las primeras fases del caso, lo que abrió la remota posibilidad de reabrir el caso. Reid había rociado el interior del coche de alquiler con luminol, que muestra la sangre mucho después de que se haya limpiado, cubriendo cada milímetro del vehículo, y no había encontrado nada. ¿Cómo podía encajar esto con el relato de Haysom sobre la aparición de Soering en el coche con una sábana ensangrentada? Reid también afirmaba que cuando se produjo el asesinato, un criminólogo del FBI había llegado a la conclusión de que el asesino era mujer y conocía a sus víctimas. Ni su testimonio ni el del especialista del FBI se habían presentado en el juicio. Con estos datos, en 2016 se produjo un documental, La Promesa, que volvería a poner el caso de actualidad. Lo que quedaba claro es que Soering no puede demostrar su inocencia, pero hay dudas más que razonables que cuestionan su culpabilidad.
Y, entonces, después de habérsela negado 14 veces, el estado de Virginia le concedió en noviembre de 2019 la libertad condicional. Pero no el indulto. Es decir, Soering sigue siendo legalmente culpable del doble asesinato, lo que —asegura— es duro de sobrellevar. Eso no le impidió, por supuesto, aceptar la condicional y subirse al avión inmediatamente. Ahora vive en Alemania, donde intenta rehacer su vida.
¿Y qué fue de Elizabeth Haysom? En el juicio, la joven, entonces de 23 años, se declaró culpable de cómplice de asesinato, en cuanto que había colaborado con Soering, pero negó haber apuñalado a sus padres. Fue condenada a 90 años de cárcel (45 por cada muerte). Ha pasado toda la condena en un correccional de Virginia y ha recibido tratamiento psiquiátrico para sus trastornos de personalidad. Tenía que haber salido de la cárcel en 2032. Pero también ella se ha beneficiado del criterio que le ha servido a Soering para conseguir la libertad condicional. Elizabeth fue liberada y deportada en febrero de 2020. Vive en Canadá.
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