Taxidermia Disecan a sus mascotas para mitigar su pérdida

A Pasquale (junto a la nevera) le gustan las tortugas. Especialmente las más raras, como Isabella, una Aldabrachelys gigantea con la que vivió 8 años. «Cuando la cogí, me entraba en una mano -rememora-, pero llegó a pesar 70 kilos». El animal murió por una enfermedad inexplicable y decidió embalsamarla. «Yo esperaba que viviera un siglo, que me sobreviviera —explica—. No pude resignarme a no verla más».

Achille murió una noche poco antes de Navidad. Él y Carlo, su dueño, iban juntos cada día al trabajo. «Teníamos una relación especial», cuenta este anticuario. Lo disecó y lo colocó en su tienda, donde el perro pasó toda su vida. Carlo le pidió al taxidermista que lo dejara con la mirada hacia arriba: «Estaba acostumbrado a buscar respuestas en mis ojos -dice-. Había una fuerte comunicación entre nosotros».

Deborah y Pascal, su perro, (a sus pies en la foto) vivieron juntos 9 años. Seis meses antes de su muerte, anunciada por una enfermedad, decidió disecarlo. «No podía aceptar la idea de no volver a verlo», dice. Varios taxidermistas rechazaron el encargo, alegando la imposibilidad de reproducir su expresividad. Encontró a uno en Padua (Italia), trabajó con él en la forma del hocico, de los ojos…; y ahora, al mirarlo, siente que vuelve a estar con ella. Le quita el polvo y le aplica esmalte de uñas en la nariz «para que no se estropee». Hoy tiene tres perros más y es voluntaria en una asociación que busca hogar a perros abandonados.

Rocco colecciona papagayos. Tiene unas 50 parejas y todos los animales lo llaman ‘papá’. «Son como niños adoptados», dice. La primera de la familia fue Asia. «El más hermoso que he tenido -comenta-. Una vez se escapó. Acabó en la torre de la iglesia, gritando ‘papá, papá’». Después de pasar 5 años juntos, Asia contrajo una enfermedad respiratoria y una mañana murió en sus brazos. «No podía ponerla bajo tierra como basura. Quería que se quedara para siempre conmigo».

Federico nunca puso nombre a su gallo. «Lo embalsamé hace 30 años -rememora-. Era un buen gallo y quería mantenerlo hermoso. Un día lo llevé al taxidermista, lo mató con electricidad y lo embalsamó». Hoy, Federico cría canarios y vive con su sobrino Claudio. Siguiendo el ejemplo de su tío, disecó a su gato Tito en 2018, tras morir por un ataque parasitario.

«Dinho se creía un perro», dice Alberto, su dueño. Desapareció una noche y tres días después fue hallado en dos partes junto a la vía del tren. «Embalsamé su cabeza como una forma de respeto y homenaje al estilo de los bustos de los antiguos emperadores romanos -explica-. Me la quedaré para siempre. Con la barbilla orgullosa apuntando hacia arriba y la mirada hacia la lejanía».