Aniversario de su nacimiento
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Aniversario de su nacimiento
Lunes, 22 de Noviembre 2021
Tiempo de lectura: 7 min
Lo sacan de la celda al amanecer. Lo llevan junto con otros ocho presos a la plaza. Le ponen la mortaja, le atan las manos a un poste, le cubren los ojos. Escucha la lectura de su condena a muerte y el redoble de tambores. Se estremece, sacudido por una infinita desesperación y deseos de vivir. Y entonces el oficial agita el pañuelo blanco y lee el indulto: el zar ha conmutado la pena de muerte por la de prisión en Siberia.
Esta terrible situación la vivió Fiódor Dostoyevski el 23 de diciembre de 1849 y le dejó de por vida una cicatriz en el alma. Fue una de las terribles vivencias del escritor ruso, dueño de una vida propia de «un personaje del Antiguo Testamento», tal y como dijo Stefan Zweig, que le dedica a Dostoyevski un estudio profundo en su libro Tres maestros (Acantilado). Su vida, según Stefan Zweig, «es el triunfo del hombre sobre su destino». Y no era fácil enderezar un destino que comenzó en un asilo.
Fiódor Mijailóvich Dostoyevski nació –hace ahora 200 años– en el Hospital para Indigentes Santa María, situado en Moscú. Allí trabajaba entonces su padre, médico de linaje noble y de carácter insoportable, alcohólico, tirano, avaro, violento. Su madre, sin embargo, era una mujer luminosa, que cantaba a sus hijos (Dostoyevski es el segundo de ocho hermanos) y les leía novelas. A Fiódor le enseñó a leer con la Biblia: el Libro de Job se le quedó clavado en el cerebro para toda la vida; contiene elementos de su literatura: inocentes y culpables, bondad y maldad...
Su madre muere joven. A Fiódor lo envían junto con su hermano Mijaíl al internado de Chermak. Allí recibe su primera formación literaria. Luego pasa a la Academia Militar de Ingenieros, donde se empapa de Gógol, Balzac, Dickens, Hugo y Homero.
Cuando tiene 18 años, matan a su padre. Sus siervos lo asesinan en venganza por su brutalidad. El asesinato del padre «le genera un sentimiento de culpa porque lo odiaba», explica Ricardo San Vicente, profesor de Literatura Rusa de la Universidad de Barcelona. Y todavía es muy joven. A los 22 años lo destinan al servicio de topografía del Cuerpo de Ingenieros de San Petersburgo. Cuando recibe la herencia paterna (una buena suma, cinco mil rublos), se la funde: nunca supo manejar el dinero.
Empieza a jugar. Como sus personajes, Dostoyevski es impulsivo. Él mismo lo reconoció: «Toda mi vida he excedido los límites en todo y por doquier», dijo. Le atrajo la literatura y se lanzó a ella. Su primera incursión fue la traducción de Eugenia Grandet, de Balzac, y decidió dedicarse a ello. Pide la excedencia y en 1845 termina su primera obra, Pobres gentes. Fue un debut magnífico. «El nuevo Gógol», lo llama Belinski, el crítico más prestigioso. Es el primer ascenso en el tiovivo vital de Dostoyevski. Se hace famoso. Pobres gentes contiene «descripciones magistrales de los bajos fondos y un sentido agudo de la psicología», explica el catedrático de Literatura Comparada Juan Bravo Castillo.
La psicología es el fuerte de Dostoyevski, lo que le hace sobresalir. «Sumerge a los lectores en la psique de los personajes», explica Ricardo San Vicente, editor de sus Novelas y relatos (Galaxia Gutenberg). Se adentra en las profundidades de la mente humana. Mucho de lo que muestra en sus obras lo toma de sus trágicas vivencias. Lo habían condenado a muerte por haber participado en el círculo clandestino de Petrashevski, un grupo de socialistas y nihilistas. Lo envían a Siberia y eso le cambia la ideología y le deja otra profunda cicatriz.
Tiene 28 años cuando llega al presidio de Omsk, en Siberia Occidental. A 30 grados bajo cero, vestido con un tosco chaquetón con un rombo amarillo cosido en la espalda, con la mitad de la cabeza rapada y los pies atados con cadenas que pesan cinco kilos y le provocan unas llagas supurantes, pasa cuatro años descargando gabarras en el río Irtish, partiendo granito, transportando tejas, paleando nieve junto con 250 criminales, ladrones y asesinos. Solo le consuela leer la Biblia. Siberia lo transforma: ya no es izquierdista; ahora es conservador y cristiano hasta la médula.
En los años de Siberia está la raíz de ingredientes de su literatura: el crimen, la culpa... En Siberia conoce a Orlov, jefe de un clan de bandidos; le fascina su sangre fría, su total amoralidad. Ahí –según Juan Bravo Castillo– empieza a germinar en Dostoyevski «el planteamiento del derecho al crimen en cuanto hecho filosófico o ético». De Orlov procede el yo asesino de Raskolnikov, protagonista de Crimen y castigo.
Cuando le quitaron los grilletes, no acabó su condena: pasó a ser soldado de un batallón de castigo en Semipalátinsk, en Kazajistán. Allí se casa con María Dmitrievna, una viuda con un hijo. En 1857 termina su cautiverio con la amnistía del nuevo zar Alejandro II.
Dostoyevski narra sus espantos en Siberia en Recuerdos de la casa de los muertos, que pronto es un éxito. Es su segundo ascenso; de nuevo, el triunfo lo visita. Ah, pero la caída acecha. Dostoyevski no domina sus impulsos y estos lo empujan hacia la pasión por la joven Polina Suslova y hacia el juego. Se marcha con ella a Europa. Lo pierde todo en la ruleta de Wiesbaden. En Baden-Baden vuelve a perder, en Ginebra tiene que empeñar el reloj. Recurre a la petición de adelantos a su editor, lo que lo compromete a una entrega de textos inmediata e imposible. Y, mientras, su mujer agoniza tuberculosa. Esta es otra paletada de culpa en la conciencia de Dostoyevski.
En 1864 mueren su mujer y su hermano Mijaíl. Dostoyevski se hace cargo del hijastro de su mujer, de las enormes deudas (de veinticinco mil rublos) de su hermano y del sostenimiento de su viuda y sus cinco hijos. Además, tiene que entregar lo prometido con los adelantos.
La angustia lo consume y las deudas lo aplastan. 'Regala' los derechos de edición de sus obras completas a su editor Stellovski por la ridiculez de tres mil rublos y se vuelve a Europa... a los casinos, a la ruina. En un hotel modesto de Wiesbaden empieza Crimen y castigo, hambriento y a oscuras: le quitan hasta las velas por impago. Y lo machacan los ataques epilépticos, los sufrió durante 30 años y lo dejaban varios días postrado y con la mente nublada.
Logra regresar a Rusia ayudado por amigos y porque se vuelve a comprometer con otro anticipo de locos. Tiene que escribir dos novelas en un año. Contrata a una taquígrafa y así conoce a Ana Snítkina, de 21 años. Es trabajadora y sensata. Y lo admira. Ana es crucial en su vida: se casa con él, aguanta su ludopatía, sus mentiras. Afortunadamente, Ana acaba tomando las riendas económicas de la familia tras años de miseria y dislates. Con Ana como taquígrafa termina Dostoyevski Crimen y castigo y El jugador, dos obras fundamentales. De El jugador se sirvió Sigmund Freud para sus diagnósticos; y Crimen y castigo es una obra cumbre de la literatura. Asoman aquí Orlov, Siberia, su padre tirano... y el mal. «Dostoyevski nos descubre el mal –dice Ricardo San Vicente–. Y el mal siempre atrae».
«Es el único psicólogo del que he aprendido algo», dijo Nietzsche sobre él. «Es un anunciador de la doctrina freudiana y el novelista del subconsciente», en opinión de Rafael Cansinos Assens. Dostoyevski no estaba de acuerdo: «Me llaman psicólogo, lo cual es falso; soy tan solo un realista en el sentido más elevado; pinto las profundidades del alma humana», dijo él.
En Los hermanos Karamazov, la summa final, los héroes no son monolíticos, son un enjambre de paradojas. «Dostoyevski sabe trasladar la relación de los personajes con los otros, ofrece una visión polifónica, se acerca a ellos desde varias perspectivas», explica Ricardo San Vicente. Sus personajes no convencen a todos, no gustan a Nabokov, ni a Somerset Maugham o Juan Benet. «Si se juzgan con sentido común –explica el profesor Bravo Castillo–, los hermanos Karamazov son cuatro locos y el mundo trágico de Dostoyevski es un manicomio». Pero también hay en sus obras lúcidas anticipaciones de asuntos del siglo XX como el psicoanálisis; el existencialismo; el terrorismo organizado; los catecismos revolucionarios, temas criticados en El idiota, Los demonios o Diario de un escritor.
Los hermanos Karamazov lo aupó a la cima. Es el tercer ascenso de su vida. Pero no duró. Dostoyevski murió poco después, en plena gloria: cincuenta mil personas acompañaron su féretro hasta el cementerio del monasterio Alexander Nevski. Se enderezó un destino que comenzó torcido en el asilo de su nacimiento.