La más deseada y odiada de las musas La acusaron de Incesto y asesinato ¿Quién fue Clodia, ‘la mujer más depravada de Roma’ a la que tanto atacó Cicerón?
La llamaron ‘ramera’, ‘Lesbia’; e insinuaron que mantenía relaciones incestuosas con su hermano y que había matado a su marido. Detrás de esas acusaciones estaban dos hombres poderosos: el poeta Catulo y el político Cicerón. Pero ¿quién fue realmente Clodia, la mujer que escandalizó Roma?
Enamoraba a jóvenes atolondrados y a provectos padres de familia; tenía el descaro de asistir a banquetes sin su marido; invitaba a su casa a escritores, poetas y otra gente de mal vivir; usaba su riqueza y sus contactos como arma política… No, Clodia no se ajustaba al ideal de mujer respetable de la vieja Roma. En nada se parecía a la venerable Cornelia, hija del gran Escipión, madre de los hermanos Graco y encarnación de la fidelidad, la modestia, el recato, la obediencia, todas esas virtudes femeninas que los romanos reunían bajo el término de pudicitia. A Clodia no le importaban la pudicia ni el qué dirán, vivía al margen de las normas. Pero ¿por qué ha quedado como una de las mujeres más depravadas de la Antigüedad?
Clodia nació con el nombre de Claudia en torno al año 95 a. C. y era hija del influyente patricio Apio Claudio Pulcro; no hay certeza sobre la identidad de su madre. La casaron con unos 15 años, lo normal para la época. El elegido fue su primo Cecilio Metelo Céler, un hombre poco mayor que ella y dueño de una inmensa fortuna, a quien no debió de importarle demasiado el estilo de vida de su esposa porque nunca pidió el divorcio.
El matrimonio duró casi 20 años y de él nació una hija, también llamada Clodia. Sabemos que no volvió a casarse cuando enviudó, pero no tenemos la fecha de su muerte. Hasta aquí, los fríos datos. El resto lo conocemos gracias al retrato de ella que dejaron dos de las plumas más destacadas y apasionadas de su tiempo: el poeta Catulo y el célebre político y orador Cicerón. Ahí tenemos el origen de Clodia la impúdica.
Con su interés por el arte y la política y su comportamiento libre, Clodia subvertía los roles tradicionales de las matronas romanas. Para hombres como Cicerón representaba un peligro
El primero de ellos, Cayo Valerio Catulo, era un joven de provincias que llegó a Roma dispuesto a revolucionar la poesía. Se unió a un grupo de niños bien, bohemios y letraheridos como él. Enemigos de las fórmulas literarias y sociales, eran invitados habituales de las famosas veladas que organizaba Clodia en su mansión a orillas del Tíber o en su villa de Bayas, una localidad costera frecuentada por lo mejor de la aristocracia romana. El poeta cayó rendido ante la belleza, la inteligencia y el espíritu libre de la anfitriona, e inició con ella una tormentosa relación que daría pie a una intensa colección de versos de amor.
Y de desamor. Porque su musa y amante, a la que él se dirigía como Lesbia en sus poemas, acabó cansándose de él. Si al principio el poeta la animaba a ignorar los convencionalismos («Vivamos, querida Lesbia, y amémonos, / y que las habladurías de los viejos puritanos / nos importen todas un bledo»), el despecho lo llevó a convertir a esa mujer independiente a la que antes idolatraba en una libertina («Que viva y sea feliz con sus amantes / esos trescientos que estrecha a un tiempo en sus brazos») y más tarde en una ramera que se ofrece a cualquiera («Aquella Lesbia a quien Catulo amó, / más que a sí mismo amó, más que a todo lo suyo amó, / ahora en esquinas y en callejuelas / se la pela a los magnánimos nietos de Remo»).
Pero el principal artífice de la pésima fama de Clodia fue Marco Tulio Cicerón. Aunque el insigne filósofo, escritor y orador es uno más de los que figuran en la larga lista de amantes que se le atribuyen a Clodia, el motivo de las desavenencias entre ambos lo encontramos en otro campo que también suele despertar las más bajas pasiones: la política. Sobre todo, en tiempos revueltos.
Y la Roma de mediados del siglo I a. C. estaba sumida en un torbellino de inestabilidad. La corrupción y los enfrentamientos cada vez más violentos entre los distintos grupos de poder anunciaban el final de la República y el advenimiento del Imperio.
Clodia, «en esquinas y en callejuelas, se la pela a los magnánimos nietos de Remo», llegó a escribir Catulo
El tradicionalista Cicerón era una de las principales voces de los llamados optimates, mientras que Publio, el hermano pequeño de Clodia, aspiraba a encabezar a los populares. Los optimates defendían seguir gobernando la República desde un Senado controlado por las élites, mientras que los populares eran partidarios, a grandes rasgos, de evolucionar hacia un gobierno autoritario para el pueblo, pero sin el pueblo.
Claudio incluso cambió el nombre familiar por Clodio, como manera de aproximarse a una plebe cuyo favor ansiaba conseguir. El hecho de que su hermana también cambiara su nombre refleja el apoyo que siempre le brindó y que, tras la muerte de su esposo, partidario de los optimates, se volvió más decidido. Con la fortuna que había heredado y sus muchos contactos sociales, su ayuda era enormemente valiosa.
El juicio de la maledicencia
El colofón a la larga serie de choques entre los Clodios y Cicerón llegó cuando este se encargó de la defensa de su amigo Marco Celio Rufo, involucrado en una conjura para hacerse con el poder. La acusación sostenía que Rufo había usado oro prestado por Clodia para pagar a unos sicarios y que luego había intentado envenenarla para impedir que testificara en su contra.
La estrategia de Cicerón fue desautorizar a Clodia para restar valor a su palabra. Por un lado, aseguró que todo era una invención, fruto del carácter histérico y del resentimiento de una Clodia encaprichada del joven Celio (motivo por el que algunos han querido ver en su nombre el origen de la palabra 'celos'). Por otro lado, recurrió a exagerar la realidad y convirtió a esa mujer que se negaba a atenerse a los valores tradicionales en una meretriz «desvergonzada y procaz», en una viuda alegre en cuya casa los hombres entraban y salían a su antojo.
En su crescendo de descalificaciones llegó a llamarla quadrantaria, por el cuarto de as que las prostitutas de los baños públicos cobraban por sus servicios. También insinuó que mantenía relaciones incestuosas con su hermano y lanzó la sospecha de que podría estar detrás de la muerte de su marido.
Esta es la visión de Clodia que ha prevalecido durante dos mil años, la plasmada en los enardecidos poemas de Catulo y en el venenoso discurso que Cicerón pronunció en defensa de Celio. Pero hay otra visión, también obra de Cicerón, aunque muy distinta. En unas cartas escritas años más tarde, le pide a un amigo que medie con Clodia para adquirir unos terrenos que le interesan. La que aparece aquí no es una mujer impúdica, compendio de vicios y maldades, sino una viuda que lleva una vida independiente, que gestiona su patrimonio y toma sus propias decisiones, con la que es posible hacer negocios y llegar a acuerdos.
Igual que la Lesbia de Catulo pudo ser un mero artificio literario para personificar una pasión más poética que real, el alegato de Cicerón no fue más que un recurso de abogado defensor para aprovechar en su favor los estereotipos femeninos y los prejuicios del jurado. En el fondo, el hecho de que hoy la más extendida de las dos visiones de Clodia sea la más escandalosa probablemente responda a los mismos motivos por los que Cicerón ganó el juicio de Celio. Lo que dice tanto sobre nuestro pasado como sobre nuestro presente.
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