Viernes, 07 de Octubre 2022
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Publico esta semana en XLSemanal una entrevista con Miguel Bosé que no debe tomarse por un ‘trabajo de encargo’, ni siquiera por la reunión de una ‘extraña pareja’. Fui yo quien propuso hacer esa entrevista a la directora de la revista, aprovechando la aparición de Historia secreta de mis mejores canciones (Espasa), un libro donde Bosé desgrana la intrahistoria de sesenta de sus tonadas, a la vez que brinda vislumbres insospechados y reflexiones muy jugosas sobre su propia vida. Y propuse hacer esa entrevista porque admiro mucho a Miguel Bosé, a quien considero uno de los artistas más geniales y distintivos de nuestra época, también uno de los más incomprendidos y vilipendiados por gentes de alma ruin. Hace algunos años, además, tuve la ocasión de conocerlo personalmente y de intimar con él; y, aunque nos separa todo un océano, me considero parte de lo que él llama su ‘familia frecuencial’.
Pero escribía que, antes de conocer a Bosé, lo admiraba sinceramente. Al niño que fui le gustaban mucho aquellas canciones de su primera época, que tenían una dulzura y una pureza encantadoras; y me fascinaba su parecido con su madre, una de las mujeres más hermosas del orbe. Pero creo que mi admiración auténtica comenzó con la adolescencia, cuando descubrí que Bosé había empezado a componer letras extrañamente poéticas. Recuerdo especialmente una canción de aquellos años, Cuando el tiempo quema, una saeta entreverada de imágenes surrealistas, en la mejor estirpe lorquiana, en donde Bosé llamaba «golondrina pálida» a la Virgen de la Caridad, que ante sus ojos aparecía «ataviada de novia marchita». ¡Sólo un poeta podía escribir algo así! Aquellas canciones de Bosé, llenas de una sensualidad trémula, fulgurantes de metáforas que brillaban como joyas en la noche, subyugaron por completo al joven envenenado de literatura que era yo por entonces (hoy sigo estando envenenado de literatura, gracias a Dios, aunque la juventud se haya ido a comer de otra mano). Descubrí en Bosé a un poeta en el sentido pleno de la palabra, alguien a quien le ha sido concedido el don de mirar más adentro, de metamorfosear la realidad de las cosas. Esta poiesis está en muchas de sus mejores canciones, erizadas de dolores secretos, de misterios indescifrables, de «duda y precipicio»; canciones que, además, suenan de un modo magnético y perturbador, acariciante como el terciopelo y lacerante como una espina.
Hace algunos años tuve la ocasión de conocerlo personalmente y de intimar con él; me considero parte de lo que él llama su ‘familia frecuencial’
Pero a Bosé siempre lo acompañó un éxito estruendoso. Y el éxito, por muchos que sean nuestros merecimientos, es a la postre aplauso mundano, que no celebra tanto la genialidad como la posibilidad que el mundo tiene de utilizarla en su beneficio, de domesticarla y ponerla de rodillas. El artista que alcanza el éxito tiende a emborracharse con él, convirtiéndose en un monigote que repite las consignas sistémicas, para poder seguir disfrutando pacíficamente de sus ventajas. Y aquí Bosé me ofreció un segundo motivo para la admiración: en lugar de resignarse a ese papel de monigote sistémico, como tantos otros artistas de éxito, reunió el valor suficiente para decir palabras inconvenientes, impertinentes, intempestivas; palabras que los poderosos del mundo habían catalogado como tabúes. Ahí descubrí a un Bosé que, además de poeta, era profeta; que además de mirar más adentro, tenía valor para mirar más allá, sabiendo que el destino del profeta es el castigo. Pues quienes se atreven a vivir en el futuro siempre son rechazados por los hombres que quieren disfrutar de las comodidades y los sobornos del tiempo presente. Y esos hombres rechazan instintivamente hacia la soledad y el oprobio al hombre que vive en el tiempo futuro y se atreve de alertar de los peligros que allí ha descubierto; y, llegado el caso, lo matan, literal o figuradamente.
¿Dónde halló Bosé el valor para tomar esa difícil senda, pudiendo haber disfrutado pacíficamente del aplauso del mundo? La senda del profeta ha sido transitada por muy pocos: es incómoda y áspera, porque exige humillación y en el hombre de éxito hay una tendencia natural a ascender; es cruel y oprobiosa, porque a quienes por ella se internan sólo les aguarda el vituperio, el anatema y el desprecio. Creo que Bosé, acaso sin saberlo, actuó movido por una inspiración sobrehumana: aquel quid divinum que lo alumbró para transmutar la vida en arte, lo alumbró también para acatar una misión tan ingrata. Y acatándola se ha vuelto todavía más admirable a mis ojos.
Querido Miguel, corazón valiente de armadura carey, ya has conocido el mágico impuesto que cuesta la libertad. No olvides que, tras del insulto y la persecución, viene la bienaventuranza.
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