Viernes, 27 de Septiembre 2024, 12:55h
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Es hora de preguntarse si una sociedad desarrollada y democrática, que genera la riqueza suficiente para que ninguno de sus habitantes deje de tener sobre la cabeza un techo digno, puede tolerar que haya tanta gente que no tiene cómo ejercer ese derecho y que ha de empobrecerse o apiñarse para que no le llueva encima. Es hora de plantar cara a los intereses, los cálculos y las torpezas que, sin importar el signo político que en cada momento gobierne, explican que en este siglo el acceso a la vivienda se haya vuelto cada vez más impracticable para cada vez más personas, incluidas las que trabajan, tienen un sueldo y antaño podían aspirar a ella. Alguien que afrontó la carestía de vivienda del pasado escribe sobre la imposibilidad contra la que hoy se estrellan sus hijos. Si algún asunto debe alarmarnos, es este.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
90 metros cuadrados
¡Quién los tuviera! ¿Recuerdan las viviendas de los sesenta y setenta? Vivíamos seis en un pisito de portería de 45 metros; un quinto sin ascensor y con cascadas cuando llovía. Mi padre hizo cuentas y dijo:
«Ya estoy cansado de que la mamá viva en malas condiciones». Y se embarcó en una vivienda de 90 metros cuadrados; con ascensor, cuatro habitaciones, cocina independiente y baño completo. Me veo aún con él haciendo cuentas de los plazos: «¿Hijo, crees que podremos pagarlo?». Yo tenía 18 años, me encantaba aquella casa, y mi madre estaba más contenta que temerosa, y todos confiábamos en la fortaleza y decisión de mi padre. Hoy, 55 años después, me encuentro con mi hija haciendo parecidas cuentas en busca de una vivienda para ella. Ya hemos descartado, por su exagerado precio, las viviendas nuevas (y minúsculas): 30, 40, 50 metros, como en la que me crie. Las usadas no les van a la zaga. No nos salen las cuentas: mi hija, aun con trabajo fijo, deberá seguir compartiendo piso con tres personas (los alquileres, también por las nubes). La democracia que tanto buscamos y defendimos se ha olvidado de nosotros. La vivienda es un derecho, un bien de primera necesidad; como la sanidad o la educación. Casi medio siglo y ningún gobierno ha hecho lo necesario para que las clases trabajadoras y medias (también, ahora) puedan acceder a una vivienda digna. Siguen siendo los especuladores los dueños de la tierra. ¿Tan difícil resulta ponerles límites? ¿O es que los sucesivos políticos que nos gobiernan también tienen intereses inmobiliarios? El problema no es la democracia; si acaso, los que la traicionan.
Víctor Calvo Luna. Valencia
Siempre se van
Vivo al lado de una residencia de estudiantes y estos días veo como los padres se despiden de los hijos en la puerta. Ayer acompañé a una joven a la estación camino de su 'soñado' Erasmus. Se van. Siempre se van. Hasta cuando vuelven ya se han ido. Nosotros hicimos lo mismo. Solo regresamos muy al final, en ese momento que comprendemos que las personas que más nos han querido y nunca nos han fallado son ellos. A veces volvemos demasiado tarde y ya nadie nos espera. Por eso nos acercamos por las tardes al cementerio, cuando nadie nos ve.
Guillermo Delgado. Valladolid
La voluntaria
Tengo 57 años y estoy enferma. Hace poco decidí hacerme voluntaria de la asociación a la que pertenezco por mi enfermedad. Cojo el teléfono para escuchar a personas que padecen lo mismo. Y lo que más me ha llamado la atención es lo solas que se sienten y lo tristes que están. Percibo al otro lado del teléfono la soledad y me da pena pensar que en la era de la tecnología y la comunicación estemos tan poco comunicados y solos. Animo a las personas a que hagan más voluntariados: nos necesitamos los unos a los otros.
Lidia Ruiz Sánchez. Barcelona
Vivienda
La evolución de la vivienda en España en el último siglo es un claro reflejo de las transformaciones sociales, económicas y políticas que ha experimentado el país. La Segunda República (1931-1939) buscó impulsar proyectos de vivienda social, pero los efectos devastadores de la Guerra Civil y la posguerra sumieron al país en una crisis habitacional severa. Durante la dictadura franquista, se construyeron numerosas viviendas para la clase trabajadora, en su mayoría baratas y funcionales, pero a menudo descuidando la calidad de vida y la sostenibilidad. El crecimiento económico de los años 60 trajo consigo una explosión en la construcción, sobre todo en áreas urbanas y turísticas. Sin embargo, este desarrollo fue desordenado y poco planificado, generando suburbios con infraestructuras deficientes. Con la llegada de la democracia, se mejoraron las políticas de vivienda, promoviendo las viviendas de protección oficial (VPO) y una mayor planificación urbana. Pese a estos avances, la especulación en los años 90 y 2000 provocó un boom inmobiliario que culminó en la crisis de 2008. La explosión de esta burbuja dejó a muchas familias en una situación crítica, con hipotecas impagables y una ola de desahucios. Aunque desde 2014 el mercado ha mostrado signos de recuperación, esta ha sido desigual. Los precios de la vivienda han vuelto a subir, llegando a los 1.000 €/mes de alquiler, reavivando debates sobre la accesibilidad; señalar el descenso en la contratación de hipotecas en los últimos años. Además, hoy enfrentamos retos como la gentrificación, el alquiler turístico y la precariedad habitacional, que nos recuerdan a épocas pasadas, como los años 50, cuando el alquiler por habitaciones era una práctica común, reflejada en la película El Pisito (1959). La vivienda en España, lejos de ser solo un reflejo de progreso, muestra signos de 'involución', con desafíos que requieren la atención urgente de los poderes públicos para garantizar el derecho a una vivienda digna.
Pedro Marín Usón. Zaragoza
Si fuera un error... ¿a quién le importaría?
No sé si llegaré a despertar algún interés en quién lea estas líneas, si las lee alguien. Cuando 'todo el mundo' acepta algo, pasa a ser parte de la sabiduría popular, de la normalidad y se transmite de generación en generación, pasa a ser una verdad incuestionable... pero hay que recordar que un error cometido por todos no es un acierto, sino un error con éxito. No obstante, mirando la anatomía comparada, lo que conocemos de siempre como muslo del pollo es en realidad la pierna y lo que llamamos contramuslo corresponde al muslo. Como en el Diccionario de la RAE contramuslo se define como (en las aves) «parte alta de la extremidad inferior», supongo que seguirá así por siempre. Para explicar el error desde la anatomía comparada, la articulación de la cadera en el pollo se forma entre el contramuslo (cabeza del fémur) y la pelvis... y la articulación de la rodilla se forma entre la parte distal del fémur en el contramuslo y la tibia con el peroné en el mal llamado muslo. Así, el hueso del contramuslo es el fémur, lo que en los humanos es el hueso del muslo, y los huesos del muslo en el pollo son tibia y peroné (cortito hasta media tibia), que en humanos son los huesos de la pierna. Ahí está el error, simple pero ¿incorregible?... Muy probablemente sí porque ¿a quién le importa? Así que supongo que mientras viva seré el único en algo... el que en la carnicería pida pata completa de pollo (o gallina), o sea, pierna y muslo, o pierna en vez de muslo y muslo en vez de contramuslo.
Carlos Villas Tomé. Zizur Mayor (Navarra)
La caja tonta
Cuando yo tenía la edad de mis hijos preadolescentes —soy un baby boomer— las críticas que recibía la única televisión de un canal y medio que teníamos eran feroces. Que si no educaba, que si no entretenía… y se decía de ella que era la caja tonta. No era plana y la actitud pasiva de los televidentes a la hora de sentarnos delante y tragarnos lo que nos echaran la hacían merecedora de tal sobrenombre. Aquella caja tonta nos permitió desde temprana edad, por ejemplo, saber qué era la zarzuela, quiénes eran Pedro Iturralde o Tete Montoliú (a los que de adulto tuve el interés de ir a sus conciertos), sabíamos —antes de que nos lo contaran en el aula— quién era Cela, Umbral o que tuvimos un premio Nobel que se llamaba Vicente Aleixandre; quiénes eran Plácido Domingo o un joven punki que se llama Ramoncín. Y los conocíamos porque salían en televisión. Y vimos cine. Bueno, malo y regular, pero también del bueno. Y conocíamos a todos los grandes actores y actrices. Como, además, el periódico en papel estaba en la mesa del salón, nos hicimos sin querer lectores de periódicos. Con todos sus defectos, vivíamos un mundo que nos permitía adquirir muchísima información y conocimiento interesante de uso común sin que nuestros padres tuviesen que hacer ningún esfuerzo. Los chicos de ahora con la edad de mis hijos acumulan información sobre infinidad de cosas asombrosamente grotescas y, en su mayoría, inútiles. Y si no lo creen, prueben a hacer preguntas. Ya no tienen una caja tonta, ya eligen ellos (o eso creen, porque elige el algoritmo). El resultado de su elección es una gran ignorancia.
Juan Caralt Quiroga. Tres Cantos (Madrid)
Como un tiro
El triángulo producción-consumo-evasión funciona estupendamente y la gente descansa del ensimismamiento de las pantallas para ir a los centros comerciales. Estando en uno de ellos y como intento facilitar la vida a quienes me rodean, en uno de sus pasillos atestados retiro el carro levemente para dejar pasar, ante lo que alguien que me dirige una sonrisa y un «gracias». Este inusitado gesto resulta un oasis en medio de un desierto de aborregamiento descortés donde caemos atrapados en las redes (qué término más apropiado) sociales y cada vez nos comunicamos y empatizamos menos con nuestro entorno más inmediato. Paradojas de este sistema que va «como un tiro».
José Miguel Grandal López. Los Alcázares
LA CARTA DE LA SEMANA
Por qué nadie quiere ser camarero
El turismo bate récords, pero no hay quien atienda a las masas hambrientas y sedientas. Desde tiempo ha, la canción del verano en la hostelería: no hay camareros. ¿Por qué? Dicen que las largas jornadas, el calor, el bajo salario, los alquileres donde dormir no renta, que la gente es cada vez más maleducada (y eso que la covid nos iba a hacer más humanos). Dicen y dicen. Sumemos las nuevas ofertas de trabajo: si hace años el camarero dejó la bandeja por el ladrillo, hoy por el carretillo, de Amazon o de cualquier servicio a domicilio. Añadamos que el español da menos hijos, o sea, menos gastos. Papá y mamá tienen la casa pagada, como los abuelos. Me va mal, para allá que voy: no tengo las obligaciones que tuvieron ellos. Antes me iba a Ibiza en verano y/o en invierno a Andorra. Hoy me quedo en mi entorno, no necesito ganar mucho y vivo mejor. Salvemos al extranjero, que como les dé a todos por volver a sus tierras aquí cierran locales a discreción.
Juan José Sánchez Marino. Correo electrónico
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