Viernes, 15 de Marzo 2024, 09:39h
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Como tantas otras cosas, nos lo enseñaron los griegos. Las tragedias, sobre todo si tenemos la suerte de asistir a ellas como espectadores, y no como protagonistas, nos interpelan y nos imponen la responsabilidad de darles una interpretación que conduzca a un recuerdo impregnado, ante todo, de piedad hacia sus víctimas. Nos invitan los lectores a examinar dos tragedias, una reciente y otra antigua, una que debe su desencadenamiento a la fatalidad, y ya se verá si a alguna negligencia o a un error constructivo, y otra provocada por el odio entre conciudadanos. Abordan, cómo no, la cuestión de la memoria que hemos de guardar de lo sucedido. Es más fácil, sin duda, cuando la tragedia no viene firmada por nadie. Cuando existe un verdugo, el empeño se complica. Y, sin embargo, no podemos eludirlo.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Responsabilidad en la tragedia
Hemos leído la entrevista a Ramón de la Sota Chalbaud, en la que detalla la lucha jurídica de su familia por recuperar las obras de arte que les fueron incautadas por el régimen de Franco, de las que 150 están en paradero desconocido. Defensores de la reconciliación entre los españoles y de mirar al futuro en el espíritu de concordia que culminó en la Constitución de 1978, deseamos fervientemente que recuperen los cuadros incautados. Lo que no vamos a recuperar es el daño irreparable que se causó a nuestras familias por el asesinato de nuestros abuelos, detenidos y encarcelados, sin resolución judicial, en el verano de 1936 por la Junta de Defensa de Vizcaya, presidida por el PNV (el partido de don Ramón de la Sota y Llano y de su hijo don Ramón de la Sota Aburto). Nuestros abuelos fueron Adolfo González de Careaga Urquijo (exalcalde de Bilbao, asesinado en enero de 1937 en el convento-prisión de los Ángeles Custodios) y Juan Bautista Guerra García (diputado de la CEDA por Palencia, asesinado en Cantabria en octubre 1936, tras pasar por un barco-prisión en la ría de Bilbao). Nuestras abuelas, Pilar Fontecha Epalza y María Luisa Zunzunegui Moreno, quedaron viudas con 36 años y siete hijos y con 29 años y cinco hijos, respectivamente. Nunca educaron a sus hijos en el odio ni el resentimiento. En la confianza de que se haga justicia con el patrimonio incautado a la familia De la Sota, estamos seguros de que su representante actual reflexionará también sobre la responsabilidad del PNV en la tragedia que supuso para muchas familias nuestra Guerra Civil, una tragedia que el Gobierno que apoya dicho partido parece querer que siga dividiendo a los españoles.
Rafael Matos González de Careaga. Luis Peral Guerra. Madrid
Son parte nuestra
En las tragedias más crueles y que más se han ensañado a lo largo de la historia parece haber una inteligencia que gobierna el accidente o desastre, buscando hacer el mayor daño posible. En el incendio del edificio del barrio valenciano de Campanar parece que las llamas crecieron para cumplir una misión escrita, dirigiéndose del modo más virulento contra la volátil estructura de poliuretano, pero sobre todo contra los diez fallecidos. Ante tanto dolor por un, al parecer, inesperado incidente en el mecanismo eléctrico del toldo, no cabe otra postura que sentir una gran pena por la pérdida. ¿Cómo tal cúmulo de despropósitos ha llevado a tan magno arrase de un edificio? No parece fruto del azar. Es inexplicable que hayan sucedido tales desgracias. No hay respuesta lógica, pero sí humana. Un sentimiento de comprensión y empatía máxima por lo sucedido. La pérdida es para todos porque nuestra humanidad nos hace cercanas a estas personas y sentir en gran medida el dolor de sus familiares y amigos. Son parte nuestra y no los olvidaremos.
Álvaro Gil Ruiz. Madrid
LA CARTA DE LA SEMANA
SANTUARIO
Reflexionaba hoy en la ducha sobre el mismo hecho de estar reflexionando en la ducha. Con cierta sorpresa. He seguido ese hilo de pensamiento que me ha llevado a ver que pocos espacios tengo ya para estar sola con mis pensamientos. Todo está lleno de ruido. No hay sitio para el aburrimiento. Si no estoy trabajando, estoy con gente. Si no, estoy escuchando historias de otros a través de libros o películas. Y, cuando ya por fin me tocaría escuchar las mías, el móvil —haciendo gala de su nombre— me sigue a todos lados. Y no es solo su pantalla, que busco con ansiedad en el autobús o en la sala de espera del dentista, sino también su audio, para el que me autoengaño con el pensamiento de «aprovecho el tiempo escuchando un pódcast que me hace crecer». Pero la ducha sigue siendo un santuario donde todavía el móvil no ha podido penetrar del todo, ya que el agua me impide escuchar el audio. Utilizaré este pensamiento para defender mi santuario cuando se popularicen los móviles waterproof.
Begoña Barnés Portillo. Correo electrónico
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