Viernes, 28 de Junio 2024, 08:48h
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Es humano opinar. También, en no pocas ocasiones, como ocurre con tantas otras facetas de la humana condición, resulta vano. Expresar una opinión, con carácter general, provoca en la realidad sobre la que se opina transformaciones limitadas. Puede ser irrenunciable para el que la emite, puede ser más o menos útil para otros, pero que ese acto tenga el potencial para desencadenar un resultado, incluso para promover una modificación en la conciencia ajena, resulta más bien excepcional. Reclama nuestra carta premiada el derecho a abstenerse de emitir opiniones sobre una cuestión dada, por crucial que a otros pueda parecerles. Puede no serlo para uno. Puede no tenerse opinión formada. Puede creerse que lo que uno opina nada aporta. Por qué no. Nadie tiene el deber de alimentar la hoguera de otro.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
El tiempo
Llega el solsticio de verano y ayer brindábamos por el Año Nuevo. Mañana será otoño y en dos días, carnavales. El tiempo, siempre relativo, viaja a la velocidad de la luz a través de esa inaprehensible línea que hemos llamado horizonte. Los días, del alba al crespúsculo, se desgajan del calendario como el rayo de la tormenta. Ya ni tenemos tiempo para percibir el paso del tiempo. Impávido, ordena nuestra memoria: brújula de nuestro pasado; sextante en nuestro presente. A veces, magnánimo, nos permite soñar con el tiempo que vendrá. Al tiempo, ni el tiempo lo detiene. Hoy, somos el tiempo que hemos vivido: borrasca y anticiclón. Mañana, la sombra de las saetas de un reloj de cuerda. Pocas veces se le gana tiempo al tiempo; casi siempre se pierde... el tiempo.
F. Javier Santos. Santiago de Compostela
Internet, ¿para siempre?
Pese a nuestra creencia, Internet no es un espacio eterno, y gran parte de su contenido desaparece. Webs cerradas, enlaces rotos y la falta de iniciativas de archivo son solo algunos de los factores que contribuyen a ello. Muchas veces no pasan ni cien días antes de que cambie el contenido de una página. Y las principales empresas de noticias no archivan bien su contenido, un grave riesgo para nuestra capacidad de acceder a la historia. Según un estudio de Pew, casi el 40 por ciento de las webs de 2013 ya no existen. En un mundo cada vez más digitalizado, alarma la idea de que gran parte de la información podría perderse. Necesitamos políticas públicas de preservación digital a largo plazo e incentivos a las empresas tecnológicas que inviertan en soluciones sostenibles. Debemos asegurar que las futuras generaciones tengan acceso a nuestra memoria colectiva y a este conocimiento invaluable. ¿Verán nuestros descendientes las atrocidades bélicas de hoy?
Joaquín García Andrés. Burgos
Su lengua castellana
Tres son mis nietos, Estíbaliz y Joanes, hermanos, y June. El otro día prometí a Estíbaiz que les escribiría una carta en la prensa para que cuando sean mayores puedan leerla y recordar a este aitite que los quiere con locura. Estos nietos me están haciendo pasar los mejores días desde mi jubilación con sus historias, sus medias palabras y, sobre todo, su castellano. Los dos primeros nietos hablan francés (su lengua materna), euskera (lengua paterna) y castellano del aitite. June también apuesta por su lengua materna, italiano, euskera por su aita y castellano del aitite. Es todo un juego vernáculo cuando juego con ellos. Ayer en el parque hablé con Estíbaliz. Me dijo: «los animales que más me gustan son la tortuga, que vive mucho, el murciélago que yo pueda ver y los pajaritos que vuelan alto». Pero lo que de verdad desea es quedarse toda la vida así de niña como hasta ahora. Menudo lujo de nietas y nieto, estoy orgulloso de los tres y quisiera que mi promesa a Estíbaliz se viese cumplida con la publicación de mi carta. Que puedan guardarla como yo guardo los recuerdos y escritos de mi aita.
Pedro Marín Usón. Zaragoza
El mundo perdido
Miro a mi alrededor y siento que mi mundo ha desaparecido. Que me separa un abismo del tiempo actual. Que, aunque sienta que soy el de siempre, ya no lo soy. Lo sé porque a veces en el metro me ceden el asiento, que yo rechazo amablemente. ¿Pero qué se creerán? ¿Que no puedo aguantar de pie? ¿Cuántos años creerán que tengo? Aún soy joven: camino, asisto a clases, leo, escribo teatro, toco el piano, voy a la ópera, a conciertos, al teatro, al cine y viajo para escuchar a Verdi y a Puccini. ¿Os creéis que soy un inútil? Pues sabed que compro las entradas on-line y sé solicitar cita previa para la declaración de la renta sin ayuda. Aun así, qué terrible abismo me separa de estas generaciones tatuadas y anilladas atrapadas en las redes del móvil. Miro atrás y no veo mi mundo. Lo peor es que adelante tampoco veo el futuro. Ese mundo pasado no es que fuera mejor, es que yo era más joven.
Pedro Catalán. Madrid
LA CARTA DE LA SEMANA
DERECHO A NO OPINAR
Reclamo mi derecho a no opinar, y ya es triste sentir la obligación de hacerlo. El entorno hostil y polarizado, en redes sociales y fuera de ellas, casi le obliga a uno a opinar de todo y de todos. «Libertad de expresión», dicen unos; «no es lo que ha dicho, sino lo que no ha dicho», dicen otros. La condena, por no hacerlo, es la consideración de 'tibieza', de 'neutralidad injustificada' o de tener una opinión que no sería aceptable socialmente. Aquí y allá salpica la polémica y tú has de pronunciarte: o eres 'fascista' o 'antifascista'. O te pronuncias para que unos te alaben y otros te critiquen o, si no lo haces, te critican todos. Queridos adalides de no sé muy bien qué, déjennos en paz: a algunos no nos interesan las polémicas ni esa guerra a la que queréis arrastrarnos. No somos 'pacifistas de salón', sino trabajadores honrados, con familias, que conocen la educación y el respeto. Y, a veces, hasta disentimos o no opinamos. No pretendan que nos movamos en sus lodazales o en sus fábricas de odio, confrontación y crispación: sabemos a qué abocan y no nos interesan.
Samuel García Moreno. Logroño
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