El pintor holandés más fascinante La exposición del año La magia de Vermeer, bajo la lupa
Pintó obras pequeñas y pocas. Sin embargo, sus lienzos han protagonizado películas, novelas, falsificaciones millonarias y, sobre todo, despiertan fascinación. Ahora que va a protagonizar la exposición más esperada del año, desvelamos su magia.
Viernes, 03 de Febrero 2023
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Un cuadrito pequeño, de apenas 25 centímetros por 20, se vendió por cinco veces el precio de salida. Casi 28 millones de euros pagó un comprador anónimo por Joven sentada al virginal hace 19 años. Fue una ganga. Es el único Vermeer en manos privadas del mundo. Los otros 34 cuadros que se conservan de este pintor holandés del siglo XVII los atesoran museos e instituciones y, por supuesto, no se venden. Johannes Vermeer es una superestrella del mundo del arte. Protagoniza novelas y películas. Enloquece al público y lo adoran los críticos. Provoca colas interminables en los museos y, ahora que el Rijksmuseum de Ámsterdam reúne 28 Vermeers en una exposición que es un festín único, se llenan los hoteles de la ciudad.
¿Qué tiene Vermeer para despertar esta admiración universal? Al fin y al cabo, sus cuadros son sencillos, con pocos personajes y, casi todos, de pequeño formato. Muestran una escena doméstica, pero de la que emana silencio. Las vidas que refleja parecen simples, pero se perciben como fotogramas de una historia que los espectadores completan en su mente. Esa es una de las explicaciones de por qué fascina tanto: porque el cuadro engulle al espectador, lo introduce en un relato. Le sucede, por ejemplo, a la historiadora del arte Manuela Mena cuando contempla Mujer leyendo una carta: «Ella ha dejado las labores del hogar para leer una carta que, por supuesto, es de él y es posible que él esté en la guerra, porque la guerra estaba entonces en todas partes». Todo eso cuenta Vermeer en un cuadrito de apariencia sencilla. Es uno de sus trucos. Todos los espectadores sienten sus cuadros como algo propio. Todos leen una historia.
Amor por la ciencia
Johannes Vermeer era un creador lento y meticuloso. Y llegó a ser relativamente conocido: cobraba unos 300 florines por cuadro, lo que no estaba mal. Contó, además, con un mecenas, Pieter Claesz van Ruijven, que le compraba obra y le daba una asignación para sacar adelante a su prole: tuvo 15 hijos con su mujer, Catalina Bolnes, de los que sobrevivieron 11. Completaba sus ingresos con su trabajo como marchante de arte. Y arropaban la economía familiar las rentas de la suegra, Maria Thins.
El siglo XVII es el siglo del telescopio, del microscopio, de la gravitación universal... Y Vermeer era un hombre de su tiempo. Lo demuestran su dominio de la cámara oscura que utilizaba para pintar, su interés por la óptica y su afán por los nuevos saberes. Todo ello nos lo cuentan obras como El astrónomo y El geógrafo. Incluso hay quien dice que el sabio retratado en ambos óleos es nada menos que Anton van Leeuwenhoek, el pañero holandés que miraba sus telas con lentes de aumento y que es el padre de la microbiología. Es una interesante coincidencia: Vermeer, Leeuwenhoek y el filósofo Baruch Spinoza nacieron en Holanda con pocos días de diferencia. No hay pruebas de que se conocieran, pero Spinoza pasó por Delft, donde residían Vermeer y Leeuwenhoek, una ciudad próspera de unos 25.000 habitantes, con una burguesía floreciente por su producción de cerveza, tapices y cerámica.
Esta burguesía tuvo mucho que ver con la evolución del arte holandés. Mientras que en España e Italia se hacía pintura religiosa y la Iglesia era el cliente principal de los artistas, en Holanda los pintores mostraban escenas cotidianas que los burgueses compraban para adornar sus casas.
El tiempo, detenido
Los interiores de Vermeer los habitan mujeres, pero él las retrató de otra manera. Protagonizan el 90 por ciento de sus obras: Lectora en azul, Mujer con una balanza, Mujer con collar de perlas, Mujer con laúd... Pintó a unas 40 mujeres, mientras que solo retrató a 12 hombres; y los niños –a pesar de ser padre de una familia tan numerosa– están casi ausentes en sus cuadros.
«Fue sensible a la aparición de un nuevo tipo de mujer, más educada y absorta en su vida interior. También hay mujeres en los cuadros de otros artistas como Pieter de Hooch o Nicolaes Maes, pero ellos las muestran como madres o haciendo trabajos domésticos, mientras que Vermeer las pinta ensimismadas, en su mundo interior. Las mujeres de Vermeer parecen poseer la intensidad moral e intelectual que se asocia a la introspección psicológica», explica Alejandro Vergara, especialista en pintura flamenca del siglo XVII del Museo del Prado.
Nos conmueve con la esquina de una habitación, la luz y el enigma de las relaciones humanas
Vermeer pintó casi siempre en su estudio. Lo imaginamos en esa habitación del primer piso de la calle Oude Langendijk con ventana a la calle trabajando lento, cuidando los detalles (hay obras en las que se aprecia hasta un pequeño clavo casi escondido en las paredes), aplicando capas de pintura al óleo. Con sus extrañas perspectivas, el hábil Vermeer logra hacernos mirar donde él quiere que lo hagamos. Dirige nuestros ojos gracias a la disposición de las baldosas o con los puntos de fuga. Nos conmueve. Y lo consigue con la esquina de una habitación. Porque, como dice el pintor Robert Cumming, con un par de excepciones trabajó siempre sobre el mismo tema: «La esquina de una habitación con una única y exquisita observación del espacio, la luz y las enigmáticas relaciones humanas». «Sus obras emanan misterio y parecen habitar un mundo en el que el tiempo apenas discurre», corrobora Miguel Zugaza, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao.
La vida plácida, con cierto desahogo, de Vermeer se torció al final. Lo atropelló la debacle económica que se desencadenó en 1672 por la guerra contra Francia. Sabemos por su mujer que cayó en la desesperación. «En un día o día y medio pasó de estar sano a estar muerto», dijo Catalina. Murió en 1675. Arruinado. Su viuda tuvo que vender sus obras para sobrevivir.
Luego vinieron 200 años de sombra y silencio. Hasta que en el siglo XIX renació. Ascendió al olimpo de los más grandes. Y ahí sigue. Mantiene su poder de evocación. Su magia.
UN VERMEER BAJO LA LUPA (I)
'Callejuela de Delft', de 1658. Es una de las pinturas más inusuales del pintor: la mayoría de sus obras son interiores.
1 | La casa
Es donde vivía su tía. Aunque hay varias figuras y niños jugando, la escena evoca silencio.
2 | El encuadre
Parece una fotografía moderna. Vermeer encuadra sus obras de modo que estimulan la imaginación.
3 | Obsesión por el detalle
Grietas, desconchones... La rugosidad de los ladrillos contrasta con el encalado liso.
4 | La profundidad
La consigue al añadir el callejón y los edificios del fondo.
5 | Excepciones
Es uno de los tres cuadros que firmó (en la esquina inferior izquierda) y uno de los pocos en los que pintó el cielo.
6 | Las mujeres
Las mujeres están absortas en sus tareas. Los niños son una rareza en sus obras.
UN VERMEER BAJO LA LUPA (II)
'El arte de la pintura', hacia 1666. Hitler se la apropió y se la llevó a su habitación de su refugio alpino en Berghof.
1 | La luz
Como es habitual en Vermeer, entra por una ventana a la izquierda.
2 | La lámpara
Está adornada con el águila bicéfala de los Habsburgo, pero no lleva velas. Así indica el poder menguante español allí.
3 | El mapa
La arruga vertical señala la frontera entre la Holanda protestante y el Flandes católico. Figuran con detalle las 17 provincias.
4 | La trompeta
Símbolo de la fama. Quizá nos dice que la fama se puede lograr con la pintura.
5 | La musa
Clío, musa de la historia. Así confirma el estatus de la pintura.
6 | El caballete
Apunta a la nueva república holandesa.
7 | El suelo
Las baldosas conducen la mirada del espectador.
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