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Cómo dominar el temor Supervivencia y logenvidad Elogio del miedo: la llave oculta para el éxito profesional

A las personas temerosas siempre se las ha considerado débiles y al terror, algo que reduce nuestra capacidad. Sin embargo, los últimos estudios destruyen mitos: el miedo puede ser clave para lograr el éxito profesional y el secreto de una vida longeva.

Miércoles, 08 de Marzo 2023

Tiempo de lectura: 7 min

Steven era un chico bajo y delgado, sin amigos. Sus compañeros de clase se metían con él. Le avergonzaba su nariz, que le parecía enorme, y le hubiese gustado ser invisible. «Le tenía miedo a casi todo –recuerda Leah, su madre–. Cuando las ramas golpeaban la casa, se hacía un ovillo a mi lado, en la cama.»

¿Es posible que el miedo fuese la clave de su éxito? Esta es la sorprendente conclusión a la que han llegado psicólogos, neurólogos y genetistas con los más modernos métodos de investigación. Varios estudios a largo plazo realizados por la Universidad de Harvard concluyen que, ya cuando somos bebés, se decide si perteneceremos al grupo de los más o los menos miedosos. El psicólogo del desarrollo Jerome Kagan, de 81 años, inició en Cambridge sus investigaciones con niños hace más de 30 años, buscando establecer de qué forma las influencias externas y las experiencias vitales podían modificar el carácter innato de una persona. Cuanto más se iba prolongando su estudio, más claro tenía que la variable más determinante y fascinante era el miedo.

«Hemos hecho del miedo una enfermedad, como la diabetes, y eso es terrible», dice el experto que más ha investigado el tema

Desde aquellas investigaciones los expertos coinciden en lo importante que es para la supervivencia sentir miedo ante determinadas situaciones... siempre que ese miedo no supere a la persona. Es una sensación que agudiza los sentidos y posibilita que el cuerpo reaccione más rápido que el cerebro; unos milisegundos que pueden salvarnos la vida. Si no conociésemos el miedo, dicen los expertos en evolución, nos habríamos extinguido hace ya mucho.

No obstante, al miedo aún se lo considera un síntoma de debilidad y de falta de hombría, algo que reduce nuestras capacidades. Y si se vuelve muy poderoso, puede incapacitarnos y hacernos enfermar. La frontera entre el miedo normal y el patológico es imprecisa.

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Sentimiento primario. Es mucho más fácil asustar a un niño que conseguir que se relaje en una situación complicada. «El miedo puede dominar completamente al cuerpo», afirma el neurólogo J. LeDoux. «En este sentido es mucho más poderoso que la alegría y la felicidad».

Los estudios de Harvard demuestran lo pronto que el miedo se ancla en nuestras vidas. Los psicólogos han estudiado el crecimiento de cientos de bebés y niños pequeños durante décadas y uno de los primeros descubrimientos del citado Kagan fue que se puede saber ya desde la cuna si una persona tendrá, de adulto, un comportamiento temeroso o arrojado. La propensión innata al carácter temeroso es una característica de la personalidad sorprendentemente estable... e influye en el transcurso de la vida como pocas otras. Pero, ojo, no siempre en sentido negativo.

El psiquiatra alemán Borwin Bandelow, uno de los más prestigiosos de Europa, está convencido: «Hay que tener miedo para conseguir cosas grandes». Solo el miedo puede hacer que el ser humano libere las energías inagotables que los mayores retos exigen. Las personas con miedo al fracaso, a quedarse en la mediocridad, trabajan duro y durante el tiempo que haga falta. Y aquellos que sufren habitualmente alguna forma de fobia pueden encontrar alivio en ejercitarse, componer, pintar o escribir hasta el agotamiento.

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Grandes miedosos. Es lo que tienen en común estos cuatro hombres. Steven Spielberg salió corriendo de clase a vomitar cuando le pidieron disecconar una rana. Bill Gates de pequeño fue a psicoterapia por su extrema timidez. Lawrence Oliver sufrió fobia social a pesar de estar en la cima de su carrera. Darwin temía a casi todo: a las serpientes, a las multitudes, a estar solo, a ir de viaje...

¿Pero a qué se debe que algunas personas se sientan más inseguras ante los diversos imponderables de la vida? ¿Y cómo es que algunos consiguen utilizar su miedo como resorte y motor para alcanzar sus logros mientras que otros desarrollan trastornos psicológicos? ¿Cuál es la línea que separa el miedo de la fobia? Kagan quiere dejar una cosa bien clara antes de empezar: «Hemos hecho del miedo una enfermedad, como la diabetes..., y eso es terrible. Si tu médico te dice que tienes diabetes y tú le contestas que es molesto, pero que no afecta a tu día a día, él te responderá que vale, pero que sigues teniendo diabetes. Con el miedo es diferente: solo es una enfermedad si te hace infeliz y si te impide hacer lo que quieres. Únicamente entonces deberías buscar ayuda».

Las personas temerosas suelen ser exitosas en la investigación y en el arte y es menos probable que sean criminales

estos momentos aún prosiguen dos grandes estudios a largo plazo que Kagan empezó en 1979 y 1989, respectivamente. El primero, con 400 niños de menos de dos años; el segundo, con 500 bebés en su decimoséptima semana de vida, cuyas madres pertenecían a la clase media, habían terminado en su mayoría los estudios y habían pasado un embarazo y un parto sin complicaciones. El psicólogo Nathan Fox, de 62 años, dirige dos estudios similares en la Universidad de Maryland, en College Park. En esencia, ambos equipos de investigadores han llegado al mismo resultado: entre el 15 y el 20 por ciento de los bebés reacciona con especial sensibilidad a objetos, personas y situaciones extrañas cuando tienen cuatro meses; es decir, lloran, agitan brazos y piernas y arquean la espalda. Estos bebés, a los que Kagan denomina 'altamente reactivos', se convertirán más tarde en niños, jóvenes y adultos temerosos, vulnerables al estrés.

El 40 por ciento de los bebés son justo lo contrario: animosos, equilibrados y tranquilos desde su nacimiento. El resto de los niños se encuentra en algún punto entre ambos extremos.

La cuestión es: ¿cuánto dice sobre la posterior personalidad de un adulto el hecho de que, de bebé, le asustaran los peluches? Los investigadores en torno a Kagan y Fox creen que los distintos temperamentos se pueden rastrear hasta llegar a unos circuitos innatos presentes en el cerebro. Dicho de manera más sencilla: nuestra forma de reaccionar a situaciones de alegría, tristeza o amenaza está en buena medida determinada por el 'cableado' de nuestro cerebro. Y en el aspecto en el que más se aprecian esas diferencias innatas es precisamente en el del miedo.

No sobreproteger a los niños, educarlos de modo sano pero firme y hacer que vivan experiencias nuevas los hace menos miedosos

La amígdala –una estructura cerebral clave en la regulación del miedo, algo así como el interruptor que lo enciende ante la menor señal que creamos registrar como de peligro– también ocupa el centro de la atención de los científicos. «Partimos –dice Kagan– de que los niños altamente reactivos reaccionan con hipersensibilidad a todo lo novedoso porque nacen con una química de la amígdala especial, que hace que este órgano sea especialmente activable. Y hemos encontrado pruebas de que la situación no cambia con el tiempo.»

Un experimento decisivo en este aspecto se realizó en el Massachusetts General Hospital de Boston. Cuando los participantes en el estudio de Kagan cumplieron 18 años, fueron sometidos a un escáner cerebral. El doctor les enseñó varias fotos, midió su actividad cerebral y comprobó que la amígdala de las personas altamente reactivas reacciona con mayor violencia a las imágenes nuevas y necesita más tiempo para reducir su actividad a niveles normales. Pero el psiquiatra descubrió algo aún más significativo: no solo era diferente la actividad cerebral de las personas temerosas, sino también su anatomía. «El cerebro de los altamente reactivos ya es, en el momento del nacimiento, algo distinto al de los demás.»

Cómo vencer un carácter demasiado temeroso

La conclusión de Kagan fue que los niños cuyos padres no los protegían en exceso, sino que los educaban de forma sana pero firme y que, además, acumulaban experiencias nuevasmy variadas, demostraban un comportamiento menos miedoso al cumplir dos años. Por el contrario, la impaciencia de los padres o la crítica constante reforzaban la inseguridad de los niños.

Los investigadores no hallaron ninguna diferencia entre sexos en los primeros años de vida, pero sí ya en la edad escolar. Para los niños es cada vez más difícil superar su miedo porque los compañeros de clase suelen meterse con ellos o marginarlos con más frecuencia que en el caso de las niñas.

Estudios realizados durante 30 años muestran ahora que el miedo es la característica más determinante de nuestro carácter

En los test posteriores, siempre acababa saliendo a la luz el carácter reflejado por los niños en la cuna. A los cuatro años, la probabilidad de que los niños altamente reactivos mostraran miedo era cuatro veces mayor. A los siete años, casi la mitad de ellos había desarrollado miedos específicos, ya fuera a las tormentas, la oscuridad o el fracaso escolar. Alrededor de un tercio de los bebés altamente reactivos llegó incluso a desarrollar síntomas de enfermedad a lo largo del estudio. No obstante, muchos de los altamente reactivos aprendieron a igualar su comportamiento al de los demás niños.

Revertir el miedo en algo positivo

Eso sí: para que la tendencia innata al miedo pueda influir positivamente en la vida de alguien, resulta decisivo –según Kagan– el papel que desempeñan el entorno personal y las experiencias positivas de esa persona. «En nuestra cultura se considera deseable ser extrovertido y lanzado –dice Kagan–, pero las personas temerosas suelen ser extraordinariamente exitosas en campos como la investigación o el arte, ganan mucho dinero y gozan de reconocimiento social. Además, presentan menos probabilidades de caer en conductas criminales, son mejores a la hora de entender los sentimientos de los otros, no se exponen a peligros a la ligera y por eso viven más tiempo.»

Ahora bien, ¿cómo se consigue controlar la ansiedad, utilizar el potencial del miedo de una forma productiva? La respuesta, en el fondo, es sencilla: la mejor defensa consiste en desarrollar las propias capacidades personales. Para las personas altamente reactivas es mucho más importante que para las demás encontrar un campo propio, una pasión y luego trabajar... como hicieron Steven Spielberg y Bill Gates.


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