Los talibanes obligan a la población a rezar para que llueva contra una sequía que amenaza a 23 millones de afganos.
Es este un país sin tregua. Victoriosos los talibanes, Afganistán se enfrenta ahora a un enemigo mucho más terrible: la sequía. Lo advierten organizaciones como la Media Luna Roja o el Programa Mundial de Alimentos: más de la mitad de la población, unos 23 millones de
Es este un país sin tregua. Victoriosos los talibanes, Afganistán se enfrenta ahora a un enemigo mucho más terrible: la sequía. Lo advierten organizaciones como la Media Luna Roja o el Programa Mundial de Alimentos: más de la mitad de la población, unos 23 millones de afganos, sufren «inseguridad alimentaria aguda y se enfrentan a la inanición». Es decir, que no comen suficiente a diario. Y ante la llegada del crudo invierno, podríamos asistir a «una de las peores crisis humanitarias de la historia», insisten.
Lleva un año sin llover en más del 80 por ciento del territorio y ya hay zonas donde el agua queda a días de (letal a veces) viaje en burro. Así ocurre en aldeas como Haji Rashid Khan, en el remoto distrito de Bala Murghab, fronterizo con Turkmenistán. Mullah Fateh, el jefe local, cuenta que para conseguir agua deben organizar excursiones de dos días de viaje y que, hace poco, dos pastores jóvenes murieron de sed por el camino. También que, de las 300 ovejas que poseía su comunidad en 2018, cuando el país ya sufrió los estragos de un fenómeno similar, apenas les quedan 20. «Vendimos unas cuantas para comprar comida y las demás se han muerto de sed», revela.
El propio líder supremo, Mullah Mohammed Omar, dio la orden por la radio: todos deben orar para pedir la lluvia de Dios durante tres días seguidos
Cerca de allí, en un caserío de precarias casas de adobe llamado Haji Rashid Khan, muchas familias se han visto obligadas a vender su ganado. Una veintena de ellas, incluso, ha vendido a sus hijas, apenas unas niñas, para casarlas y conseguir dinero con el que comprar comida. Es lo que hizo Bibi Yeleh, madre de siete, con su hija de 15 años. «El resto de los niños tenía hambre y sed», explica Bibi, cuya otra hija, de siete años, pronto podría seguir sus pasos.
Historias como estas son comunes en un país a cuya desolación, acentuada por 44 años de violencia, se suma ahora la peor sequía en décadas. Un desastre agravado por la victoria talibán que, en medio del agostamiento, acabó por derrumbar la precaria economía local. Así las cosas, el gobierno de los fundamentalistas, inexperto y con escasos recursos, enfrenta un desafío de dimensiones nacionales. Congelados sus activos en el exterior y cerrado el grifo de la cooperación internacional, parece no disponer de más armas que la religión.
El propio Mullah Mohammed Omar, su líder supremo, dio la orden a todo el país a través de Radio Shariat, un ente que solo emite programas religiosos, decretos y anuncios oficiales. Todos los fieles debían orar la Istisqa, una rogativa islámica para pedir y buscar la lluvia de Dios, durante tres días seguidos. Y así se hizo. Hubo rezos masivos en mezquitas y explanadas por todo el país, aglomeraciones siempre vigiladas por milicianos armados. La lluvia, sin embargo, no llegó.
Según los expertos de la ONU, no lloverá ni por esas, porque el responsable de todo esto es un evento de La Niña que ha cambiado patrones climáticos en todo el mundo y que, predicen, todavía continuará en este 2022.
Millones de personas, mientras tanto, dedican su tiempo a sortear como pueden la tragedia de vivir en un país donde están desapareciendo los trabajos y medios de subsistencia. La agricultura, advierten desde la oficina de la FAO en Afganistán, podría colapsar pronto. Al fin y al cabo, demasiado tiempo ha resistido, ya que la sequía actual se inició inmediatamente después de dar por concluida la anterior. Un desastre que vino a sustentar un informe de esa misma organización advirtiendo hace dos años de que el cambio climático haría más frecuentes e intensos este tipo de fenómenos climáticos en la región.
Cada vez más familias venden a sus hijas, apenas unas niñas, para conseguir dinero con el que comprar comida
No hay que ser vidente, como se ve, para prever que el éxodo afgano proseguirá. En los últimos cinco meses, informa Naciones Unidas, más de 100.000 han cruzado a Pakistán, de los más de 700.000 que han abandonado este año sus hogares. Desde 1979, estallido de la guerra contra los soviéticos y punto de partida de sus actuales males, cerca de ocho millones de afganos han dejado su país, milenario lugar de intercambio y comunicación cultural y comercial, para irse a vivir, la gran mayoría, a Irán y Pakistán.
Es el sueño de muchos en una tierra donde la vida parece un castigo. ¿Exagerado? Así describe la situación Matiul Haq Khalis, presidente de la Media Luna Roja Afgana, una de las pocas ONG que siguen trabajando en el país. «La gran mayoría de las familias no tiene provisiones de alimentos adecuados, dinero para las necesidades básicas y kits de supervivencia para pasar los duros meses de invierno que se avecinan».
A lo que Alexander Matheou, director de Asia-Pacífico de la Federación Internacional, añade: «Esta es la peor crisis de hambre y sequía que se recuerda en Afganistán. Se necesita una acción internacional rápida para evitar una catástrofe humanitaria en los próximos meses. La gente ya está pasando hambre y las condiciones continúan deteriorándose. Ya se ha detectado un aumento de los casos de desnutrición aguda entre los niños. Y esto solo empeorará en las próximas semanas».
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