Islamismo El terror de la primera 'break dancer' afgana
La primera bailarina de 'break dance' en Afganistán representa los avances femeninos en su país y teme la vuelta de los talibanes.
Volar cometas, las telenovelas, las carreras de palomas, los cortes de pelo no convencionales, tocar música o bailar break dance (cualquier baile en realidad); auténtico sacrilegio si quien baila es una mujer. Todas estas prohibiciones, y unas cuantas más, rigieron en Afganistán cuando allí mandaban los talibanes. Fueron cinco años, de 1996 a 2001, bajo estrictas interpretaciones islámicas y una guerra declarada al libertinaje y las influencias occidentales. 20 años de desahogo legal después, Manizha Talash es la primera bailarina afgana de break dance. Es también la única chica del club al que pertenece, fundado hace menos de un año en Kabul, con más 30 miembros, que se reúne tres veces por semana para afinar esos acrobáticos pasos distintivos de la disciplina.
A sus 19 años, sueña con representar a su país en París, donde el breaking (como lo llamaban, en los 70, los pioneros del hip-hop en el Bronx y Brooklyn) será deporte olímpico. De hecho, ya se ha calificado para los Juegos de 2024. La fecha, sin embargo, se antoja demasiado lejana para ella ante el avance talibán –ya controlan más de la mitad del territorio nacional– tras la retirada de las tropas internacionales y las estancadas negociaciones de paz en Qatar. «Quiero ser un ejemplo, ser diferente, una mujer afgana que ha realizado su sueño –dice Talash–, pero sé que si regresan los talibanes no podré bailar».
Aunque recibe amenazas de muerte y teme el regreso de los talibanes, Manizha sueña con participar en los Juegos Olímpicos de 2024
Incluso bajo el régimen actual, muchos afganos (y afganas) desaprueban con vehemencia la entrega de Manizha a su gran pasión. Ella se ha acostumbrado, de hecho, a recibir amenazas de muerte. Es el día a día de las mujeres en un país donde las escuelas de niñas y los lugares donde se promueve la inclusión social femenina son atacadas con frecuencia. El odio hacia las mujeres que se desvían de ciertas normas es capaz de barbaridades extremas como el ataque a una maternidad de Médicos Sin Fronteras que, en mayo de 2020, sesgó la vida de 25 personas, 16 madres, en Kabul. El centro, por cierto, acabó cerrando sus puertas, tan necesarias en un país –tercero del mundo en mortalidad infantil– donde más de 100 niños de cada mil no llegan a cumplir un año de vida.
Una ley protege a las mujeres desde 2009, especialmente en las zonas urbanas, pero en Afganistán, donde el 90 por ciento de la población vive en zonas rurales, las costumbres y las reglas patriarcales suelen imperar sobre cualquier legislación. Muchas mujeres, de hecho, las asumen como irrefutables; que sus esposos abusen de ellas es parte de su vida, de su educación. Por llamarla de algún modo, ya que el porcentaje de mujeres alfabetizadas ni siquiera alcanza el 30 por ciento. Tampoco ayudan la pobreza (un tercio de los afganos no comen todos los días) ni el desempleo (del 70 por ciento) ni los miserables salarios ni la ausencia generalizada de acceso a agua limpia, electricidad o asistencia médica.
Cierto es que algunas cosas son distintas en Kabul, pero ni siquiera la capital escapa al peso de las tradiciones locales. En el barrio donde tiene su sede el club de break dance, en el oeste de la ciudad, los extremistas ya han atacado gimnasios y centros educativos y culturales. A Manizha y sus colegas B-Boys, de hecho, les han llegado a advertir de un ataque suicida contra ellos «para acabar con todos». ¿Su crimen? Bailar. Tal cual.
Echarse un baile en Afganistan no está prohibido, pero puede causarte serios problemas. ‘Bazingar’ y ‘raqasa’ son insultos que reciben con asiduidad; términos despectivos que designan a quienes bailan en las bodas por dinero, personas con una bajísima consideración social. Otra consecuencia más de los delirios extremistas de quienes interpretan a su antojo el islam –según algunos relatos, Mahoma prometió que Alá convertiría a músicos y bailarines en monos y cerdos–, en un país cuyos días en que fue célebre por la riqueza de sus danzas sufíes y sus derviches quedan demasiado lejos.
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