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La mujer que acusa a Assange de abuso sexual Anna Ardin rompe su silencio "Me sentí indefensa"

Los años de encierro y encarcelamiento de Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, comenzaron cuando fue acusado de abusar sexualmente de dos mujeres en Suecia en 2010. Una de ellas, Anna Ardin, rompe ahora su silencio y cuenta su versión de los hechos, con absoluto detalle.

Domingo, 07 de Noviembre 2021

Tiempo de lectura: 12 min

A las dos horas de conversación con Anna Ardin surge de pasada la pregunta de si está casada. Sonríe y enseña con orgullo su anillo: sí, está casada, tiene dos hijos. Ha conseguido dejar atrás los años de soledad, años de insultos constantes, en los que se culpaba a sí misma. «Era terrible».

Hoy, el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, está en una cárcel londinense y antes vivió años encerrado en la Embajada de Ecuador de la capital británica. Anna Ardin tiene algo que decir sobre ello.

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La fascinación del personaje. Anna Ardin reconoce que en un principio se sintió fascinada por la figura de Assange (en la foto, en 2010), que se había convertido en una celebridad mundial tras filtrar cientos de miles de documentos de la Administración de Estados Unidos. Gtres / Cordon

Todo empieza en 2010. En aquellos días, WikiLeaks sorprendió al mundo con revelaciones sobre las interioridades de Estados Unidos, y el australiano se convirtió en un personaje conocido en todo el mundo. En paralelo se lo acusó de haber abusado sexualmente de dos mujeres y de haber violado a una de ellas, imputación que siempre rechazó. La Fiscalía sueca emitió una orden de búsqueda internacional contra él tras la declaración en una comisaría de Estocolmo de dos mujeres. Una de ellas era Anna Ardin, que se convirtió en la principal destinataria del odio de los seguidores de Assange. Para ellos, le había tendido una trampa. Unos veían en ella a una secuaz de la CIA; otros, a una feminista radical o incluso una simple enamorada de Assange. En Internet se desencadenó una persecución. «Querían convertirme en una bruja», dice.

Durante muchos años, Anna Ardin guardó silencio. Ahora publica un libro elaborado a partir de fragmentos de diarios, mensajes privados y documentos. «Escribir fue como una terapia», asegura. Assange prefiere no hacer declaraciones sobre el libro, nos transmite su abogado.

Sobre la sábana se extiende una mancha grande y húmeda. En ese momento se da cuenta de un detalle: «Lleva la uña del pulgar de su mano derecha larga y en punta». ¿A lo mejor es para rasgar condones?

Hoy, Anna Ardin tiene 41 años. Trabaja en un proyecto contra el racismo mientras termina su tesis doctoral.

En el verano de 2010, en el entorno político en el que ella se movía, surgió la idea de invitar a Julian Assange a un seminario. «No sabía casi nada de él como persona, pero sí que los dos estábamos en el mismo bando», recuerda Ardin.

Assange viajó a Suecia porque confiaba en establecer allí una base segura para WikiLeaks. Su participación en el seminario se fijó para el 14 de agosto, sábado.

Por aquella época, Assange temía la reacción de Washington a las filtraciones de WikiLeaks y evitaba alojarse en hoteles. «Desde su entorno, me preguntaron si podía ayudarlos con eso», cuenta Ardin. Como esos días ella iba a estar en un festival cristiano fuera de Estocolmo, decidió dejarle su casa, de apenas 30 metros cuadrados, hasta el sábado. Su idea era volver a la ciudad ese mismo día, justo a tiempo para el seminario.

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Feminista y religiosa. Cuando sucedieron los hechos, Anna Ardin colaboraba con una organización religiosa vinculada a la socialdemocracia sueca. Se encargaba de las relaciones con los medios de comunicación. @ Pierre Eriksson, Argument Förlag

Sin embargo, al final volvió el viernes. ¿Por qué? En su libro se extiende sobre esta cuestión y sobre lo que ocurrió en la noche del viernes al sábado en su casa.

Cuenta que regresó antes de tiempo porque el ambiente del festival no le terminaba de gustar y porque, además, ante el gran interés que estaba generando la presencia del fundador de WikiLeaks le daba la sensación de que hacía falta en Estocolmo. ¿A Assange le parecerá bien compartir esa noche el diminuto piso?, preguntó. Uno de sus colaboradores le dijo que no había problema. Así que Anna fue a su casa. Assange, que estaba allí, la saludó y, según Ardin, al cabo de unos instantes apareció con uno de sus sujetadores en la mano. Le dijo que había estado echando un vistazo en el cajón de su ropa interior y que, cuando vio la talla de la copa, pensó: «A esta mujer me gustaría conocerla».

Ardin optó por obviar la torpe insinuación de Assange y se fue a cenar con él a un tailandés. Allí, él se mostró como un interlocutor «interesado y atento».

Sobre lo que ocurrió después hay pruebas materiales que acabaron en poder de la Policía: una sábana con una mancha seca y un preservativo roto. También las declaraciones de Anna Ardin y Julian Assange, coincidentes en la mayoría de los aspectos, pero no en el punto determinante.

Lo sucedido, al minuto

Ardin dedica nueve páginas de su libro a la descripción de esa noche. Según su versión, lo que sucedió fue lo siguiente:

Ardin cambia las sábanas de su cama y prepara el colchón de invitados para Assange. Cuando él se acerca a ella, en un primer momento duda, pero luego se deja llevar y pasan un rato besándose y charlando en el sillón. Assange se queda dormido, ella va al baño y se pone un camisón. Cuando sale, Assange está despierto e intenta desnudarla, ella se resiste sin mucha energía y los dos caen sobre la cama. Él le aprieta el hombro contra el cuello, a ella le cuesta respirar, se siente «totalmente indefensa». Finalmente le pone una condición: tiene que usar un preservativo. Assange obedece a regañadientes.

El comportamiento de Assange le parece rudo, percibe en él cierta «disposición a la violencia». Sin embargo, prefiere no decir que no ni protestar, sigue adelante a pesar de lo desagradable que se ha vuelto la situación. Una de las estrategias a las que recurre para no agravar las cosas «consiste en tratar de satisfacerlo».

Assange apareció con uno de los sujetadores de Anna en la mano. Le dijo que había estado echando un vistazo en el cajón de su ropa interior y que, cuando vio la talla de la copa, pensó: «A esta mujer me gustaría conocerla»

De repente, Assange se aparta de ella y se oye «un claro sonido de reventón, como si hubiese estallado un globo». Pero una rápida comprobación por parte de ella certifica: «El condón sigue ahí». Al cabo de un cuarto de hora, todo ha acabado. Sobre la sábana se extiende una mancha grande y húmeda. Ella pregunta cómo es posible, a lo que él responde: «Estabas muy mojada». Pero no es verdad. En ese momento se da cuenta de un detalle: «Lleva la uña del pulgar de su mano derecha larga y en punta». ¿A lo mejor es para rasgar condones?

Hasta aquí la versión de Anna Ardin. Según lo cuenta ella, terminó la noche con un collar roto, un condón rasgado y el esperma de Assange dentro de su cuerpo. A la mañana siguiente tiró el condón a la basura e intentó olvidar lo que había pasado.

En su declaración ante la Policía, que tuvo lugar el 30 de agosto, Assange confirmó que había pasado la noche con Anna Ardin. Y que había usado preservativo. ¿No es cierto que se rompió? «No, no lo es». Según esa misma declaración, cuando Ardin le preguntó por la mancha en la cama, él le contestó: «Tiene que ser cosa tuya». Y Assange añadió que ella no le dijo nada sobre el presunto condón roto y demás detalles hasta varios días más tarde, que fue una sorpresa para él y que, además, había «algunas afirmaciones falsas».

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El día después del supuesto delito. Assange acudió a Estocolmo para participar en un seminario el 14 de agosto de 2010, sábado. Ardin se hizo cargo de organizar el acto y reservó un espacio en la imponente sede central de la LO, la Confederación de Sindicatos Suecos (en la foto, Assange a su llegada al acto aquel día). La supuesta agresión sexual ocurrió la noche anterior. La denuncia se produjo una semana después. Hoy, desde un punto de vista judicial, en Suecia no hay ninguna causa pendiente contra el fundador de WikiLeaks.Getty images

La sorpresa que alega Assange puede resultar comprensible. Ardin lo tuvo como invitado durante varios días más, incluso se lo llevó a una fiesta con sus amigos. Esa noche escribió en Twitter: «Sentada fuera con la gente más cool e inteligente del mundo, es sencillamente increíble». Más tarde lo borraría.

Anna Ardin ha reflexionado mucho sobre su comportamiento esos días. Habla de la vergüenza que sentía «por Julian», pero también de la sensación de euforia que le provocaba estar cerca de un hombre tan extraordinario. «Es una persona fascinante», dice. Pero añade que se sintió manipulada por él.

¿Lo que ocurrió esa noche en su casa fue una agresión? ¿Abusó de ella? ¿O la culpa fue suya por mandar mensajes confusos en vez de un no rotundo? Anna Ardin dice que estas preguntas la torturaron durante mucho tiempo. Pero que ahora es diferente, asegura. Ahora tiene mucha más información sobre la dinámica de las agresiones sexuales, está segura de que muchas mujeres han pasado por lo mismo. Espera que su libro las anime a no seguir avergonzándose, a no culparse de lo que los hombres les hicieron.

Desde un punto de vista judicial, en Suecia, Assange está limpio. Para sus partidarios, se lo ha perseguido injustamente. Uno de sus defensores es el suizo Nils Melzer, relator especial de la ONU sobre la tortura. En su opinión, las investigaciones probablemente fueron parte de una conspiración contra Assange orquestada por varios países.

No es solo Anna Ardin

El caso Assange acabó archivado por la Justicia sueca. Los presuntos delitos habían prescrito y, además, la fiscal llegó a la conclusión de que no era posible esclarecer lo sucedido. A pesar de ello, el procedimiento que en su día abrió la Policía de Estocolmo puede ser el verdadero motivo de que Julian Assange lleve años sin ser un hombre libre.

Todo empezó a raíz de un mensaje de texto que llegó al móvil de Anna Ardin el 20 de agosto de 2010, varios días después del seminario en el que participó Assange. Según cuenta Ardin, solo conocía superficialmente a la remitente, una joven que había colaborado en la organización del acto de Assange y que lo había buscado activamente.

La otra presunta víctima le envió a Anna un mensaje: «A la policía parece gustarle la idea de echarle el guante». Los defensores de Assange ven en estas palabras una prueba de su teoría de la conspiración

Maria es el nombre con el que figura en el libro. En aquel mensaje, Maria le preguntaba si podía ponerla en contacto con Assange. Tal y como Ardin intuyó, había mantenido relaciones sexuales con él, en parte consentidas, pero en parte no. Igual que le había pasado a ella. Según la versión de Maria, Assange la habría penetrado sin preservativo mientras estaba dormida. Previamente, ella le había recalcado que consideraba muy importante usar protección. Y ahora temía que Assange le hubiera contagiado el sida. Cuando Anna Ardin llamó a Maria en respuesta a su mensaje, esta le contó que había estado en el hospital. «Allí le habían dado el kit de violación y antirretrovirales».

Maria quería que Assange se hiciera la prueba del sida a toda costa. Él se negó rotundamente. Según Ardin, sus palabras fueron: «Estoy bajo mucha presión. No tengo tiempo para esas cosas. Además, no voy a dejar que me digáis lo que tengo que hacer. ¿Quién os creéis que sois?». Ante eso, Anna Ardin le aconsejó a Maria que fuera a la Policía, no para denunciarle, sino para presionarle y que se hiciera la prueba.

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¿Evitar la extradición porque la CIA lo quiere matar?En estos momentos, Assange se encuentra en una prisión de alta seguridad en Londres, a la espera de que los británicos decidan si lo extraditan a Estados Unidos, opción contra la que el fundador de WikiLeaks está luchando con todos los medios a su alcance. Su miedo a ser entregado a Estados Unidos podría no ser exagerado: el año pasado, una investigación de Yahoo  News sacó a la luz que, durante la Presidencia de Donald Trump, la CIA trabajó en diferentes planes para asesinarlo.Getty Images

Para entonces ya hacía una semana del primer encuentro de Ardin con Assange. Nada quedaba de su encanto inicial. «Me trataba como si fuese una criada y se portaba como un cerdo». Apenas se lavaba, se duchaba poco y nunca tiraba de la cadena. Tras la conversación con Maria, Ardin metió las cosas de Assange en la maleta y se la dejó en la escalera.

Esa tarde, Maria le envió un mensaje en el que le decía: «A la Policía parece gustarle la idea de echarle el guante». Los defensores de Assange ven en estas palabras una prueba de su teoría de la conspiración. Pero esa no es la única explicación posible.

Lo único que está claro es que nadie en la Policía sueca se interesó mucho por la idea de obligar a Assange a someterse a la prueba del sida. En vez de eso, iniciaron un procedimiento por violación. En Suecia se trata de un delito que el Estado tiene que perseguir, aunque la víctima no presente denuncia.

La acusación se hizo pública y provocó un escándalo. Mientras que Maria consiguió mantenerse en un segundo plano, Anna Ardin ni siquiera lo intentó. Periodistas de todo el mundo querían hablar con ella. En Internet se desató una ola de odio contra ella, la Policía le puso protección. La falta de medios suficientes para garantizar su seguridad llevó a que se decidiera sacarla temporalmente del país. Como Ardin habla español, el lugar elegido para esconderla fue Barcelona, hasta donde viajó con un nombre falso y el pelo teñido.

En Internet se desató una ola de odio contra ella, la Policía le puso protección y la sacó temporalmente del país. Como Ardin habla español, el lugar elegido para esconderla fue Barcelona

Assange ya llevaba bastante tiempo en Inglaterra. Al principio, sus abogados hablaban de una «trampa» que había usado a las mujeres como cebo y detrás de la que estarían los servicios secretos. Pero, de un día para otro, Assange cambió su relato y aseguró: «Me he metido en un avispero del feminismo revolucionario».

La Fiscalía de Estocolmo presionó para conseguir su extradición: en diciembre de 2010, Assange fue detenido en Londres, pero quedó en libertad pocos días más tarde tras depositar una cuantiosa fianza.

En junio de 2012, el Tribunal Supremo británico decidió entregar al acusado a las autoridades suecas, sin posibilidad de recurso. Pero Assange, en una sorprendente maniobra evasiva, se refugió en la Embajada de Ecuador en Londres. Allí viviría durante seis años, hasta que en 2019 perdió la protección de sus anfitriones y se vio de nuevo entre rejas.

Su decisión de buscar asilo en la legación ecuatoriana suponía una vulneración flagrante de las condiciones establecidas por el tribunal. Assange la justificó en su miedo a que Suecia lo entregara a Estados Unidos.

¿Era una razón plausible? Anna Ardin cree que no. «Los británicos mantienen una colaboración más estrecha con los americanos que los suecos, a pesar de lo cual él se quedó en Inglaterra». Para ella, la realidad apunta en otra dirección: «No quería asumir la responsabilidad por lo que nos había hecho a nosotras dos».

El deseo de reproducirse

Anna Ardin sigue dándole vueltas a por qué Assange les hizo lo que les hizo a Maria y a ella. No le parece descabellado pensar que hubiera buscado premeditadamente dejarlas embarazadas: «Sería una demostración de poder, significaría que no solo estaba ejerciendo poder sobre mi cuerpo en ese momento, sino también en el futuro, y que yo tendría que cuidar de su bebé».

Durante los trabajos de documentación para su libro, Ardin se topó con el antiguo perfil en una web de citas de un tal «Harry Harrison», seudónimo bajo el que pudo haberse ocultado Assange. En él decía que no quería una relación seria, pero que sí quería «engendrar hijos». Ardin también encontró un comentario recogido por un escritor británico que había seguido de cerca a Assange durante un tiempo. Según contaba, una persona de confianza de Assange estaba leyendo un libro sobre él y le dijo: «Aquí pone que has intentado dejar embarazadas a varias mujeres. Y que a una le propusiste llamar al niño Afghanistan. Sí, suena típico de ti».

Ardin asegura que ha perdonado a Assange. Los sucesos de aquella primera noche, dice, no fueron tan malos como todo lo que ocurrió después, su comportamiento tan grosero y asqueroso en su casa, su manera de humillarla. «Pero una cosa está prohibida y la otra no. Y eso es lo que importa».


© Der Spiegel


Etiquetas: Abusos sexuales
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