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El colegio en el que los alumnos 'mandan' Agora (Países Bajos) ¿Dejarías a tus hijos estudiar aquí?

En Roermond, en la frontera holandesa con Alemania, hay un colegio público donde los alumnos son los que deciden qué estudiar, cuándo y cómo. Una apuesta pedagógica radical que empezó con 30 estudiantes y que, gracias a sus resultados, ahora cuenta con lista de espera. Entramos en Agora, el colegio más extraño del mundo.

Sábado, 11 de Junio 2022, 01:40h

Tiempo de lectura: 7 min

Una barriada deprimida en Países Bajos. Media docena de adolescentes están subiéndose a un coche. Se encaraman al capó mientras la música de la radio suena a todo trapo. Su comportamiento no puede ser más descontrolado y antisocial. Pero estos jóvenes están a las puertas de un instituto, y todo esto forma parte de su educación.

El profesor de Ciencias ha planteado un desafío a sus alumnos: transformar este monovolumen en una autocaravana. Los chicos van a pasarse los próximos seis meses aprendiendo sobre voltajes, velocidad y aerodinamismo, carpintería y diseño. Sobre matemáticas, química, física y arte.

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Un colegio nada ordinario.Agora sorprende desde la entrada. En el vestíbulo te encuentras ante un kayak colgado del techo. El interior está construido en torno a un atrio con una pared de escalada (a la derecha). «Queremos un entorno divertido y que plantee preguntas, porque esto último es lo fundamental», dice el gerente.

Nos encontramos en Agora, quizá el colegio más extraordinario del mundo. Aquí no hay aulas, horarios, cursos ni programas de estudios. Los alumnos deciden qué estudiar, y todo el aprendizaje se realiza a través de proyectos que obligan a elaborar cosas, a reunirse con especialistas, a salir de excursión. En lugar de un maestro, los alumnos tienen un mentor. Trabajan en salas compartidas, con sofás, sillones y mesas comunales. Si uno de los muchachos quiere un escritorio, su formador lo anima a fabricarlo. Este instituto público tiene biblioteca, pero también impresora 3D, un taller de carpintería y otro de confección textil.

Rob Houben, el 'gerente' (lo más parecido a un director que hay en Agora), explica que este colegio es una combinación de universidad, donde es posible acceder a conocimientos de toda clase; de monasterio budista, en el que descubrir qué importa en la vida; de parque temático, donde los chicos se divierten; y de mercado, un espacio para intercambiar ideas. Lo primero que hacen es preguntar a sus alumnos de entre 12 y 18 años: «¿Qué es lo que queréis aprender? ¿Cuáles son vuestros intereses?».

La función primordial del Agora es despertar la curiosidad. "Si un chico no quiere aprender, algo estamos haciendo mal nosotros"

Todo esto está en las antípodas del sistema educativo tradicional, pero este método cada vez tiene mayor aceptación entre los padres de Holanda, un país donde la felicidad personal está tan valorada como las notas de estudios. El centro de Roermond abrió sus puertas en 2014 con 30 alumnos, como un proyecto experimental dependiente de otro instituto más convencional. Hoy cuenta con 295 y una larga lista de espera. En los Países Bajos existen ahora 12 colegios Agora, y su método educativo despierta interés en todo el mundo.

La función primordial del colegio es provocar la curiosidad. Para ello se centra en dar con aquello que apasiona a los alumnos y a partir de ahí activar así sus ganas de aprender, en vez de apabullarlos con datos y más datos. En lugar de ser agrupados en aulas por edad, los alumnos se encuadran en grupos de formación. «Hay chicas de 13 años que se comportan como si tuvieran 16 y chicos de 13 que actúan como si tuvieran 11 –reflexiona Houben–. Si hay algo que te interesa de verdad, tienes que arreglártelas para trabajar hombro con hombro con otros que comparten ese mismo interés. Si te encuadro en un grupo de edad, la posibilidad se complica… Preferimos que los grupos sean una mezcla, de manera que hay chicos de 12 y de 18 años en una misma clase, de nivel educativo 'bajo', entre comillas, o alto. Digo lo de las comillas porque tenemos claro que no hay un nivel bajo y alto. Lo que nos interesa es quién está dispuesto a explorar y a hacer progresos».

No existen los castigos ni 'profesores policías'

Los alumnos de Agora pueden entrar y salir con flexibilidad, siguiendo los horarios que mejor les van, en función de las actividades concretas que realizan. Todos tienen su ordenador personal y organizan entrevistas con expertos o tutores que anotan en sus diarios en Google. No hay castigos al uso, no se obliga a los revoltosos a quedarse en el colegio más horas de la cuenta. «Aquí nos atenemos a una regla muy simple: 'Pórtate con los demás tal y como quieres que ellos te traten a ti'», dice Houben. Pero ¿qué pasa cuando un alumno se porta mal? «Al principio, ellos mismos nos decían que los castigáramos con más horas por las tardes. Me negué. Les dije: 'Pensad en algo mejor'».

Houben reconoce que las cosas no siempre salen según lo previsto. Tres semanas después de la apertura del centro, el suelo estaba sembrado de avionetas de papel. «Nos entró el pánico. Hasta que surgió una idea: si cada uno estuviera enfrascado en algo que le apasionara, nadie perdería el tiempo en construir los dichosos avioncillos. Los díscolos tan solo resultaban irritantes porque no sabían lo que les gustaba de verdad. Tan pronto como tenemos claro qué es lo que les gusta, los animamos a seguir por ese camino. Y ya no me veo obligado a hacer de policía».

No todo es diversión. Los alumnos estudian todas las materias exigidas por el ministerio de Educación. Un programa informático creado por los propios estudiantes mide sus progresos

Los alumnos están absortos en sus proyectos; los hay que de vez en cuando se acercan a consultar y pedir consejo a los adultos sentados en algunos de los sofás en derredor. ¿Los chicos no se distraen? «Claro que sí –responde Houben–. Distraerse es normal, a todos nos pasa. La cuestión es darse cuenta de ello y buscar una solución. Y si ahora no lo aprenden, ¿cuándo lo harán entonces?». Por eso tienen permiso para usar los teléfonos móviles en clase. «A mi modo de ver, la educación secundaria ha de prepararte para desenvolverte en el mundo».

No todo es diversión. En Agora se estudian todas las materias exigidas por el ministerio holandés de educación. Durante los dos últimos cursos, los alumnos estudian con maestros especializados en preparación para los exámenes finales de alcance nacional. Además, los formadores se cuidan de que todo proyecto encierre elementos educativos. «Si uno de los chicos me dice que quiere fabricar un monopatín, le pregunto si tiene claro cómo va a enfocar el proyecto. Si nos parece que la iniciativa incluye diferentes aspectos y facetas, le dejamos seguir adelante». Porque, como explica, crear un monopatín puede implicar conocimientos de química, para utilizar la cola para madera más indicada, y de geometría, para calcular los ángulos de las ruedas.

Lobke Pollen y Calista Long, dos alumnas de 16 años, me cuentan que acaban de terminar un proyecto de repostería. Estuvieron investigando las pastelerías existentes en la ciudad belga de Lieja. Estudiaron francés, hablaron con cocineros, grabaron un vídeo y, como trabajo final, hornearon 150 tartas de manzana. Su idea: crear una cafetería perfecta. «Tuvimos que recurrir a las matemáticas para calcular a cuánto teníamos que vender las porciones de tarta. Teníamos un plan de negocio, y el aspecto económico era importante. Aquí aprendes mucho más que en un colegio normal».

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Gestionar más que dirigir.Rob Houben es el gerente del colegio, lo que vendría a ser el director. En la planta baja hay bustos de Homero, Sócrates... «La enseñanza tradicional no tiene nada de malo, pero la aplicamos una vez que el chico está dispuesto a absorberla», explica.

Pero ¿tiene que haber chicos que, sencillamente, no tienen interés en aprender? «Si eso ocurre, es que estoy haciendo algo mal», es la respuesta de Houben. Pero reconoce que a veces pasa. Un alumno llamado Noah hacía gala de absoluto desinterés. «Mis compañeros decían que estaba pegado a la alfombra, porque se pasaba el día sentado sin moverse. Siempre le habían dicho que nunca iba a llegar a nada y había interiorizado que era el tonto del colegio. Lo pusimos a trabajar en unos proyectos, pero siempre los dejaba correr».

Houben se convirtió en su mentor personal y al cabo de un par de meses descubrió que Noah es un loco del fútbol. De inmediato hizo que pasara una semana en otro centro de la zona que ofrece actividades deportivas. Noah era cinco años menor que los demás alumnos, pero estaba entusiasmado. Al final de la semana estaba lloroso, pues daba por seguro que nunca iba a obtener las notas exigidas para seguir con aquel curso. Houben lo persuadió de que sí que podría si se ponía a trabajar de verdad. «No había estudiado matemáticas ni biología durante los dos primeros años, pero aprobó los exámenes nacionales. Tenía motivación para aprender».

El noventa por ciento acaba el bachillerato

La absoluta personalización de la enseñanza es una labor ardua, agotadora, pero Houben dice que la cultura imperante en Agora también resulta liberadora para los maestros, que tantas veces se sienten desalentados por la burocracia.  Los progresos hechos por los alumnos se miden por medio de un programa informático diseñado por tres estudiantes, que acaban de fundar su propia empresa con intención de comercializarlo y venderlo a otros colegios. Las inspecciones del ministerio hablan muy bien de Agora, pero aún es pronto para juzgar los resultados académicos concretos.

En Holanda se encamina a los niños por la senda de la formación profesional o por el bachillerato al final de la enseñanza primaria. El año pasado, el 89 por ciento de los alumnos de Agora obtuvieron el título de bachiller ajustándose o superando el nivel que de ellos se esperaba. La escuela también registra mayor porcentaje de alumnos que cursan estudios superiores.

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