Los nueve consejeros del primer Gobierno Andreu con la presidenta, con los rostros borrados de los que ya noestán en el Ejecutivo. Juan Marín

El juego del calamar

CRÓNICA ·

De los nueve consejeros que integraban el primer Gobierno de Andreu ya solo quedan tres: la responsable de Agricultura, el de Hacienda... y Raquel Romero

Pío García

Logroño

Jueves, 6 de enero 2022, 01:00

Alguna vez habrá que recordar al emperador Caracalla, hijo de Septimio Severo y hermano de Publio Septimio Geta, y este parece un buen momento.

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Cuentan ... las crónicas que tras la muerte de Septimio Severo, en febrero del año 211, sus dos hijos se ciñeron los laureles imperiales. Caracalla –sobrenombre de Lucio Septimio Basiano– era el hermano mayor y Geta, el menor. Se llevaban a matar. Algunos historiadores sostienen que intentaron dividirse el imperio, aunque su madre, la siria Julia Domna, una mujer de armas tomar, se lo impidió. Al final, Caracalla decidió cargarse a su hermano. Hay en algunos museos cuadros muy relamidos que muestran a Geta agonizando en brazos de su madre.

Caracalla no se conformó con haberlo despachado, sino que además quiso borrar su memoria. A los más jóvenes habrá que explicarles que los romanos aún no conocían las ventajas del Photoshop, así que hacían los tachones a las bravas, sin preocuparse demasiado por la finura de los resultados. En el llamado «tondo severiano», un medallón de madera pintado que se guarda en un museo de Berlín, se ve a la familia del emperador Septimio Severo con la cara de Geta –curioso retruécano– borrada con saña, como si jamás hubiera existido.

Maquiavelo disfrutaría de lo lindo al saber que el nivel de intrigas palaciegas en torno al poder se mantiene estable desde el Imperio romano

No sé si ustedes conocen el Palacete de Vara de Rey por dentro. Detrás de esa fachada serena y de aire neoclásico, que se asoma grácilmente al Espolón, se esconde un confuso y barroco laberinto de pasillos, escaleras y despachos. Maquiavelo disfrutaría de lo lindo al saber que el nivel de intrigas palaciegas en torno al poder (aunque este de La Rioja sea un poder pequeñito, un poder casi de juguete) se mantiene estable desde las remotas épocas del Imperio romano. Hay algo vertiginoso en la forma de gobernar de Concha Andreu, una extrema voracidad a la hora de deglutir consejeros y directores generales que recuerda a las mejores épocas de Jesús Gil en el Atlético de Madrid. Puede que Eliseo Sastre sea el Simeone de Concha Andreu, pero por debajo de él todo resulta movedizo y peligroso. Un alto cargo de La Rioja se levanta todos los días con la duda de si acabará la jornada metiendo sus cosas en una caja de cartón.

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A Sara Alba le llegó el turno ayer, víspera de los Reyes Magos. Una bonita fecha, muy útil para las metáforas. Los consejeros han ido cayendo uno tras otro de diferentes modos y no conviene meterlos a todos en el mismo saco. De los seis cesados, José Ignacio Castresana es el único que puede presumir de haber pasado a mejor vida: dejó la cartera de Desarrollo Autonómico para gestionar los fondos europeos Next Generation, con lo que ahora tiene más poder y muchas menos sujeciones. Los demás no han tenido tanta suerte. Quedará para los anales de la política la sorprendente peripecia de José Luis Rubio, el Benjamin Button del Gobierno Andreu, que pasó de consejero a director general de esa misma Consejería en un movimiento retráctil que ríase usted de los cangrejos.

Recordemos que Concha Andreu había llegado al Palacete aupada por el entonces secretario general del PSOE, Francisco Ocón, que apostó por ella como cabeza de cartel electoral. En aquel lejano agosto de 2019, doña Concha lo nombró consejero de Gobernanza. Se lo cargó sin contemplaciones un año después, en verano, de una manera que recordó mucho al modo en que Caracalla solventó su querella fratricida con Geta. Además de defenestrar a Ocón, toda su memoria quedó borrada por completo del organigrama gubernamental y más tarde del partido entero. Por fortuna, como en algo se tienen que notar los dos mil años de civilización, el exsecretario general del PSOE no solo sigue con vida, sino que pronto acabará en el Senado, ese sitio encantador y apacible que todos los españoles pagamos a escote para que nuestros próceres se laman las heridas.

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Y así llegamos a Sara Alba, la última en desaparecer del mapa. La antigua mano derecha de Andreu, exportavoz del Gobierno, hacía meses que había caído en desgracia. Para una vez que no se explica una destitución «por motivos personales», es altamente probable que la causa del cese hayan sido precisamente los motivos personales. Lo de la pandemia y Ómicron y los contagios y la vacunación..., todo eso importa poco.

El caso es que este vibrante juego riojano del calamar afronta ya su penúltima temporada y la tensión se está volviendo insoportable. Qué buenos guionistas. Solo quedan tres competidores en liza: Eva Hita (Agricultura), Celso González (Hacienda) y Raquel Romero (Igualdad).

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Yo apuesto por Raquel.

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