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No encontrarás aquí respuestas. Ni siquiera preguntas. Solo estupor, miedo, rabia. Cuando uno se encuentra con la maldad en estado puro (la maldad sin paliativos, sin excusas, sin justificaciones), la tierra firme sobre la que creemos estar pisando se resquebraja de repente y por ... sus grietas se atisba el abismo de lo que podemos llegar a ser.
A Isam lo mataron varios jóvenes en el parque del Ebro. Le dieron patadas y golpes, lo abandonaron sangrando en el suelo, le robaron la bici, le quitaron el móvil y la cartera. Isam tenía 34 años. Era un hombre amable y educado, sonriente. Vivía en Oyón. Había llegado a España en 2005. Antes trabajó con su padre de soldador y también en el campo. Ahora repartía hamburguesas con su bicicleta; una bicicleta de 200 euros.
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Lo mataron entre seis. Cuatro adultos y dos menores, aunque esa raya jurídica me resulta a veces insoportablemente caprichosa. Tenían antecedentes penales. Solemos caer en la tentación de llamarlos 'monstruos', pero eso solo contribuye a crear una falsa sensación de alteridad: no son monstruos ni animales, sino seres humanos que han tenido padres, que han ido a la escuela, que alguna vez fueron bebés simpáticos y niños juguetones. Y eso acrecienta nuestro estupor: por qué esa maldad, por qué esa cobardía, por qué esa miserable ruindad.
También siento miedo. Miedo de saber que esa gente andaba por Logroño, merodeando por el parque del Ebro. Miedo de intuir que quizá haya más como ellos. Miedo de saber que aquel día pudo ser mi hijo el que anduviera por ahí, tan tranquilo con su bici. O yo mismo. O cualquiera. Todos podríamos haber sido Isam, todos éramos Isam.
Pero le tocó a él y eso hace que este crimen sea especialmente abyecto: matar a golpes a un repartidor, robarle la bici y el plumas. Dejarlo sangrando y agonizante sobre el suelo. Regresar para cogerle el móvil y la cartera. Darle más patadas.
Está es una carta de actualidad política y quizá esperes de mí que diga algo más. No puedo. No sé. Los detenidos entran ahora en el territorio de la justicia. Me gustaría encararme con ellos, mirarlos a los ojos y preguntarles quiénes son, qué vida de mierda llevan, de qué cojones van. Quizá sean, como aquellos 'payasos justicieros', simplemente imbéciles, pero hay que tener el alma muy encallecida para descender a esas simas de crueldad.
La violencia es la verdadera raya roja, la que no podemos nunca pisar. La que no podemos permitir que nadie pise.
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