Cada cosa tiene su momento y cada tiempo, su afán. Cuando uno se fuerza a rebuscar en el baúl de los recuerdos escenarios que nunca volverán solo halla la camisa impertinente de la frustración y, acaso, la chaqueta del desengaño... Sin alternativa. Así de trascendente ... cavilaba uno de madrugada hacia el catre tras la comprobación empírica de tales tesis que ni notó que la noche se fue y no hubo nada (como en el estrambote de Cervantes). Una noche que no debía de haber sido una noche cualquiera, pero lo fue. Una noche de los sanmateos, por dios, que para nada evocaba, ni siquiera por aproximación, aquellas noches preñadas de risas, de alcohol, de excesos y hasta desparrames. Aquellas noches que, en efecto, jamás volverán.
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San Juan y Laurel sobreviven justo hasta la medianoche. Luego la gente se evanece y el bullicio se disuelve como un azucarillo en el café y da paso a una resaca de silencio que se antoja demasiado prematura cuando aún quedan unos días para enterrar la fiesta. Será que su día grande, el día del santo, había resultado exagerado, casi excesivo. Con personal hasta para aburrir y vermús que se alargan cada año más y funden sin solución de continuidad los crianzas y el condumio con los cafés y los gintonis. Será que los tragos largos desbordan las mesas de las terrazas de la ciudad, que no son pocas, demasiado pronto. Las cajas y los balances de cuentas de los hosteleros lo habrán de agradecer. Mucho más que las cabezas serranas de los valientes hijos de los 60 y los 70 que hoy se vienen arriba, que un día es un día, y a estas horas aún penan el exceso etílico y concupiscente.
En fin, que todo acaba casi antes de empezar, aunque la noche aún tiene tiempo para confundirnos en un par de locales de la mejor reputación donde en otros momentos lo dimos todo. Hoy son un páramo. Un desierto con luces psicodélicas y hasta humo de atrezzo para camuflar la vergüenza de presentarse como un erial en una noche de San Mateo.
Las expectativas, que tampoco eran exageradas, no se engañe el lector, han saltado por los aires, reventadas, hechas añicos. Y con ellas, acaso, los recuerdos de las noches de otros tiempos pasados que fueron... anteriores.
Decidido. Hasta aquí hemos llegado. No salgo más. A lo loco. El año que viene me apalanco en el concierto de Vanesa Martín y que sea lo que Dios quiera.
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