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Todos los días de la Semana Santa logroñesa tienen algo de especial. Miércoles Santo con su llamativo Encuentro, Viernes Santo y su multitudinaria procesión ... del Santo Entierro, Domingo de Ramos y La Borriquilla que llena de niños las calles, y un Jueves Santo que se define con una única palabra, intensidad, tal y como ha vuelto a quedar demostrado.
La tarde de Jueves Santo es una de esas que a los amantes de la Semana Santa apasiona. Huyen de la monotonía y pueden ir de un lado a otro, de una procesión a otra, disfrutando de los múltiples pasos y cofradías que salen a la calle. Unos conservan su esencia ancestral, otros han ido cambiando algún ingrediente como el recorrido, pero cada uno de ellos cuenta con algo que los convierten en especiales.
La primera parada del día ha sido en las Escuelas Pías, desde donde ha partido la procesión de las Siete Palabras con el Cristo Yacente de Vicente Ochoa. Siete palabras por cada una de las siete frases de Jesús antes de morir y por las siete cruces de madera que acompañan a la comitiva de otra cita con muchísimo arraigo en la ciudad.
Los minutos previos a la salida del paso se han vivido con intensidad y ciertos nervios. No amenazaba lluvia y eso aportaba muchas dosis de tranquilidad, pero la tensión y la responsabilidad de que todo salga bien resultan inevitables en momentos como este. Y eso se dejaba notar.
El patio de Escolapios pronto se ha teñido de verde y blanco, los colores de la cofradía, mientras el rojo mandaba en el paso del Cristo Yacente gracias a los claveles que lo rodean. Nada se ha dejado a la improvisación y todo estaba listo para, unos minutos después de la hora estipulada, ponerse en marcha tras una canción al Cristo de Escolapios.
Casi al mismo tiempo que eso sucedía, ha arrancado el Vía Crucis de Nuestra Señora de la Piedad desde la iglesia de Valvanera, que ha recorrido, junto al Cristo de la Reconciliación, buena parte del centro de la capital riojana. Este paso ha vivido uno de los instantes más reseñables de la jornada junto al de Jesús Nazareno 'antiguo', que había partido de la iglesia de Santiago el Real para la procesión que lleva por nombre Jesús Camino del Calvario.
La Piedad, tras salir de Valvanera, no ha tardado en encarar Murrieta para poner rumbo al centro. Encabezados por la banda de cornetas y tambores Stella Maris de Santander, los capirotes de color vino se han abierto paso entre los abundantes logroñeses que han querido acompañarles. Mientras, Jesús Nazareno hacía lo propio por Portales tras abandonar su templo.
Ambos pasos iban hacia la misma dirección, pero en sentido contrario, y eso ha hecho que vivieran su propio 'encuentro' en la confluencia de las calles Once de Junio y Portales. Primero ha llegado la Virgen y luego lo ha hecho Jesús, con su cruz al hombro.
Ese cruce de pasos ha coincido con la tercera estación del Vía Crucis de la Piedad. Los miembros de ambas cofradías han escuchado el audio de dicha estación, mientras ambas imágenes permanecían una junto a la otra. Así han estado unos minutos para después 'bailar' juntas al ritmo de la música y retomar su propio camino hacia sus respectivos puntos finales.
Así se ha dado continuidad a una jornada que tenía programadas dos paradas más, con la noche ya como ya como testigo: el Sagrado momento del Descendimiento de Cristo y el Silencio y Dolor de María Magdalena. El primero de ellos ha dejado una de esas imágenes para el recuerdo que solo la Semana Santa brinda: la salida del paso del Descendimiento de la iglesia de Santa María de Palacio.
Los primeros minutos de la penúltima procesión de Jueves Santo han resultado intensos y emocionantes. El fervor de la banda de tambores, el fuerte olor a incienso, una preciosa canción y el rezo de un Padre Nuestro han puesto el marco a un inicio marcado por ese momento en el que los portadores del paso han tenido que salvar la altura de la puerta de la iglesia para poder salir. Del hombro, al brazo; y del brazo a la mano, el ritual ha acaparado la atención de los presentes, quienes han roto a aplaudir cuando el paso se ha elevado al cielo. Un recuerdo más de un Jueves Santo plagado de instantáneas.
Pero aún había tiempo para más. Con la llegada de la medianoche partía la última procesión del día (o la primera de Viernes Santo, según como se mire): Silencio y dolor de María Magdalena. Un nombre que no está elegido al azar, ya que si algo la caracteriza es su procesionar en silencio.
Lejos del estruendo de los bombos de otras cofradías, la de María Magdalena avanza sin hacer ruido ya desde su salida. Un punto de partida en el que tuvo lugar un nuevo encuentro. El Descendimiento de Cristo hizo parada en su camino para ponerse frente a frente con el paso que partía desde La Redonda. Los miembros de ambas cofradías compartieron así un tiempo conjunto, con intercambio de portadores y de ramos incluido.
A continuación, el Descendimiento de Cristo encaró la recta final de su trayecto, dejando el centro de la capital para María Magdalena y su caminar silencioso por Logroño antes de que la ciudad se marchara a dormir.
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