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Sobrevolar el Logroño de 1523 es hacerlo sobre una pequeña ciudad castellana de población franca y libre, lugar de paso del Camino de Santiago. Fronteriza con el Reino de Navarra, dispone de un corregidor de capa y espada, una fortaleza con su alcaide, una muralla con foso y media docena de puertas, y un puente fortificado con tres torres que es su seña de identidad en el escudo concejil. En el interior de la muralla, su irregular arquitectura atravesada por vías angostas, acequias y riachuelos, convive con obras por todos los rincones, como en la propia muralla (se estaba construyendo el Cubo del Revellín), en iglesias (Santiago y La Redonda) y en algunas casas de la oligarquía.
La ciudad venía de pasar años difíciles marcados por la peste (1519), las malas cosechas (1520) y el asedio francés (1521), por lo que en las fechas en las que el emperador Carlos V giró su segunda visita a Logroño se encontró con una pequeña urbe que empezaba a levantar cabeza y cuya población apenas superaría los 3.000 habitantes. Aunque la prosperidad vendría más tarde, sí eran años de gran convulsión intelectual en esta ciudad fronteriza, foco de intercambio comercial y cultural. Como apunta la doctora en Historia del Arte María Teresa Álvarez Clavijo, una de las personas que más ha investigado sobre el Logroño de la época, en esta visita Carlos V «vio muchas cosas que no hemos conservado, y muchas de las que hemos conservado entonces estaban en obras».
Logroño se asienta paralela al Ebro y al amparo de una irregular muralla, que dos años antes había sufrido los embates del ejército francés. En su límite norte, la muralla discurre paralela al Ebro; por el oeste, la vieja muralla medieval abierta por la Puerta del Camino se encuentra en obras para su desplazamiento una decena de metros (hasta alcanzar la actual calle Once de Junio); al este se prolonga desde Muro del Carmen hasta Muro de Cervantes (sin llegar a la hoy avenida de Navarra); y por el sur coincide con la actual calle Bretón de los Herreros y Muro de la Mata.
Este gran lienzo de sillería que envuelve la ciudad se abre al exterior por cinco puertas: la mencionada Puerta del Camino, la Puerta Vieja o de San Blas (sur), la Puerta Nueva o de la Herventia (este), la Puerta de las Tenerías (norte) y la Puerta de San Francisco (noreste).
Tras el cerco francés Logroño reforzó su relevancia política y militar, lo que obligó a renovar sus fortificaciones. La principal actuación fue el Cubo del Revellín, en estos momentos en construcción (las obras se prolongaron de 1522 a 1524), proyectado para resistir mejor los efectos de los cañones. En este cubo artillero intervino el maestro Lope de Ysturyçaga, el mismo cantero que había ideado un cubo muy similar en la muralla de San Sebastián, apunta Álvarez Clavijo.
Procedente de Nájera, es posible que Carlos V llegara a Logroño por el oeste. Si así fuera, su primera visión de la ciudad sería la del convento de Valbuena, las ermitas de San Gil y la de San Sebastián, y el hospital de Santa María. El convento de los frailes dominicos lo vería en obras, dado que en ese momento se trabajaba en la construcción de su iglesia, sobre el templo medieval de Nuestra Señora de Valcuerna. Hoy se conservan las ruinas de la planta de esta iglesia de una sola nave. A pocos metros, el hospital de San María, en pie desde 1511 y donde años después, en 1572, se instalaría el Tribunal de la Inquisición.
La ermita de San Sebastián se construyó en 1507, ya que los estragos de una de las epidemias de peste llevaron a buscar en este templo el amparo del santo protector. En cuanto a la de San Gil -apunta María Teresa Álvarez Clavijo-, fue quemada por el concejo en 1521 para impedir que los franceses la utilizaran como lugar de defensa, y reconstruida un año después por Rodrigo de Cabredo. En el extremo opuesto de la ciudad, y también extramuros, se ubican el Convento de San Francisco y el Hospital de Rocamador.
La ciudad venía de dos ampliaciones: hacia el sur y hacia el este, esta última dando lugar al barrio Mercado-La Villanueva, entre el castillo y la desembocadura del Río Mercado, cuyas aguas eran aprovechadas para el vecino molino papelero. Era un lugar de huertas, corrales y edificios rústicos donde se celebraba el mercado franco semanal y que ahora tomaba forma como nuevo barrio.
Junto a él, otros barrios o quiñones articulaban el Logroño del siglo XVI, algunos de cuyos nombres aún perviven. En el estudio y publicación sobre 'El cerco de Logroño', María Teresa Álvarez Clavijo refleja que en 1500 existían los barrios de la Costanilla, Santiago, Rúa Vieja, la Rúa Mayor, San Pedro, de la Puerta Vieja, de la Puerta Nueva, de Martyn Vergara, del Horno de los Abades, de Caballería y de Barriocepo. Aproximando la lupa sobre ellos, las calles principales discurren en dirección este-oeste; son Rúa vieja, Rúa Mayor, Herbentia (Portales) y, aunque de menor dimensión, también Herrerías.
De norte a sur se abren vías más cortas y estrechas, muchas sin salida y donde los edificios sobresalían de forma irregular. Con el tiempo las calles se irán ensanchando y se abrirán plazas (como la del Mercado) y nuevas salidas. De aquel callejero de 1523 aún se conservan nombres como las calles Albornoz, Barriocepo, Boterías, Caballería, Cadena, Carnicerías, Cerrada, Herrerías, Juan Lobo, Laurel, Ollerías, Mercaderes, Puente, Rúa Vieja, San Gil, Santiago, Travesía de Palacio, Triperías o Hierros.
Doce arcos se abren en el puente medieval que da acceso a la ciudad atravesando el Ebro. Lo coronan tres torres, una de ellas compartida con el castillo, que se levanta en su cabecera y que protegía Logroño del límite con el vecino Reino de Navarra. Esta fortificación disponía de dos torres y un puente levadizo para salvar un foso, del que fue testigo Carlos V. Unos años después esta plataforma quedará inoperativa tras romperse uno de sus brazos de madera, lo que impedía subir y bajar la puerta del castillo, derivando esta circunstancia en un pleito entre el Concejo y Álvaro de Luna, entonces alcaide de la fortaleza, para asumir su arreglo.
Como explica la historiadora Álvarez Clavijo, «ambos se pasaban la pelota y los vecinos tiraron por el camino de en medio; en 1531 la zona se rellenó y se hizo un paso lateral para acceder directamente al puente». Pero esto es otra historia posterior, como también lo es el hallazgo de los restos del torreón del castillo en 2000 (durante las obras del paso subterráneo de San Gregorio), cuyos sillares se desmontaron y aún continúan almacenados en el Parque de Servicios.
La imagen de una ciudad en obras que Logroño arrojaba en 1523 se debe, en gran medida, a la construcción de dos de sus principales iglesias, Santiago y La Redonda, cuyos primigenios templos medievales se habían derribado por completo para hacer otros nuevos, mientras que Santa María de Palacio fue ampliada por la cabecera, al igual que su vecina Santa María la Vieja (hoy fundidas en un mismo templo). En San Bartolomé se cambiaron por completo la cubierta de las naves y la capilla levantada a los pies en el lado de la epístola.
En la conferencia titulada '¿Qué vio Carlos V en Logroño en 1523?' e impartida hace unos meses por María Teresa Álvarez Clavijo en el Ateneo, la historiadora nos introduce así en la iglesia de Santiago de entonces. «Olvidémonos de la sacristía, la sala capitular, la torre y la mitad de la iglesia, que estaba más que cerrada por obras. El maestro Juan de Regil intervenía en la construcción de la iglesia, a cuyos pies había un claustro donde los fieles seguían los oficios durante las obras. El claustro era pequeño, las obras iban lentas, los fieles se sublevaron y decidieron llamar a otro maestro cantero, Martín Ruiz de Álbiz (trabajaba en La Redonda), para que diera otra traza de la obra. Aquello fue motivo de un largo pleito que arrancó en 1519 y que nos ayuda a conocer las idas y venidas de ambos canteros». En 1522 aún estaban dibujando los pilares de la cabecera de Santiago, apunta la investigadora, aunque «el emperador sí pudo ver el maravilloso retablo tabernáculo y la imagen de Santiago. También se conservó el cristo en la cruz del siglo XIII y la imagen de la Virgen de la Esperanza del XIV».
La Redonda, también muy en obras, se levanta por entonces sobre otro templo medieval que, a pesar de su denominación, no era de planta redonda. Trabajaba allí el cantero Martín Ruiz de Álbiz, donde perdería la vida en 1529 tras caer de uno de los andamios. Durante los trabajos en este templo, sus parroquianos celebraban los bautizos en la cercana iglesia de San Bartolomé, completamente rodeada de casas y constreñida por la primigenia muralla medieval. De hecho, su cabecera formaba parte de esta muralla y su torre no alcanzaba la altura de la actual.
Sí lo hacía la aguja de Palacio, templo contiguo a Santa María la Vieja (actual capilla de Nuestra Señora de la Antigua). Santa María de Palacio había ampliado su cabecera (en 1520), obras que dieron lugar a un gran transepto, un ábside central y dos capillas laterales, todas cubiertas con bóvedas estrelladas. Ante su altar mayor se arrodilló Carlos V en su primera visita a Logroño (en febrero de 1520) y allí juró guardar los privilegios concedidos por sus antepasados a la ciudad.
Logroño también presumía en 1523 de las iglesias de San Blas y San Salvador (donde hoy se ubica el Mercado de San Blas), San Pedro (en la actual plaza de San Agustín) y Santa Isabel (en el edificio del Parlamento de La Rioja).
A comienzos del siglo XVI en Logroño se concentraba un buen número de familias de orígenes diversos, tanto llegadas desde Navarra como de los pueblos de la sierra riojana. Aquí estaban los Cabredo, los Vergara, los Jiménez de Enciso, Yanguas, Anguiano, Falces, Soria, etc. con un importante peso intelectual y poder económico, fruto de actividades centradas fundamentalmente en el comercio. Sus viviendas, edificios sin una tipología común, respondían al gusto del propietario, a su poder económico y tamaño de la parcela. Las fachadas principales eran de piedra de sillería o alternada con ladrillo enlucido en las plantas superiores; las puertas se abrían bajo arcos de medio punto; rejas en jaula remataban ventanas y balcones, y en los techos asomaban alfarjes de madera plana. En el interior, un zaguán y las habitaciones distribuidas en plantas.
De la casa de Rodrigo de Cabredo (actual sede de la Universidad Popular de Logroño), que abarcaba un amplio solar entre la calle Mayor y Rúa Vieja, se conservan dos columnas, una de ellas con el escudo de los Cabredo. La casa-palacio de la familia Jiménez de Enciso, entonces una de las familias más adineradas y poderosas de la villa de Logroño, es hoy la sede del Instituto de Estudios Riojanos (en la calle Portales) y conserva vestigios del siglo XVI como el alfarje de madera decorado a la entrada del inmueble y cuatro columnas con fuste de estrías retorcidas que antaño formaban parte de un patio central.
La vivienda de la familia Tejada (en la esquina de Herrerías con San Bartolomé) acabó siendo la del Marqués de Monesterio por herencia y ampliándose con las centurias hasta la iglesia de San Bartomolé. En su fachada (por Herrerías) se aprecia el arco de medio punto y el escudo familiar. Justo enfrente, donde hoy se ubica el restaurante Herrerías, la casa de los Anguiano. En el nº 9 de Rúa Vieja se mantiene aún en pie la conocida como 'Puerta gótica', entrada de la que fue la casa de Juan de Vergara (gran prior de la Orden del Santo Sepulcro), con su arco apuntado y dos escudos.
Nada se conserva y poco se conoce de otros inmuebles civiles de 1523, como el Palacio Episcopal vecino de La Redonda (en la plaza del Mercado) o del edificio destinado al Concejo -y también cárcel-, junto a la cabecera iglesia de Santiago.
Dirección: Teresa Cobo
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