Borrar
Suicidio: En la primera mitad de 2022, en La Rioja se quitaron la vida tres personas al mes

Una decisión sin vuelta atrás

Suicidio ·

En la primera mitad de 2022, en La Rioja se quitaron la vida tres personas al mes, un dato que confirma los avisos de psiquiatras alertando sobre los efectos emocionales de la pandemia

Carmen Nevot

Logroño

Domingo, 15 de enero 2023, 01:00

Cortocircuitan, la vida es ese lastre insoportable de llevar y deciden terminar con su sufrimiento. No es fácil hablar del suicidio porque entre otras muchas cuestiones todavía no ha dejado de ser un tabú. Pese a los avances de los últimos años, siguen siendo esas muertes silentes de las que las familias, los autodenominados supervivientes, se sienten culpables ¿Por qué no me di cuenta antes de que fuera demasiado tarde? Todos son víctimas. Lo cierto es que el suicidio es un problema de salud pública cada vez más grave a nivel mundial.

En La Rioja, en el primer semestre de 2022, de acuerdo con los últimos datos difundidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE), 16 personas se quitaron la vida, es decir, prácticamente tres al mes. Una cifra preocupante que enciende todas las alarmas de expertos y autoridades y que confirma los avisos que médicos de Atención Primaria y psiquiatras han lanzando en los dos últimos años alertando del empeoramiento de los problemas mentales detectados en la población debido a los efectos de la pandemia, a los confinamientos, a la crisis económica y al aislamiento social al que nos vimos obligados por el COVID.

En esta tragedia, los que se quedan aquí, los supervivientes, deben afrontar una pérdida que en ellos desencadena la incesante búsqueda de un porqué. «Necesitas ponerle una razón. En un accidente de tráfico sabes que ha muerto por accidente, lo mismo por una enfermedad», explica Romina Pérez, presidenta de la Asociación de Personas Afectadas por el Suicidio de un Ser Querido, Color a la Vida. No ocurre lo mismo cuando alguien se quita la vida. «La causa no la tienes clara y la necesitas», detalla, así que prácticamente en el 100% de los casos aparece la culpabilidad: «No he sabido leer las señales, le he fallado, le tenía que haber acompañado más, tenía que haberle escuchado». Al final se autoinculpan para despejar los múltiples porqués que les asaltan, pero si se transita bien el camino del duelo, apunta, «la culpabilidad debería desaparecer» y dejar paso a otra afirmación: «No es culpa de nadie pero sí es responsabilidad de todos».

Romina Pérez y su hermana Yoryina pasaron por este terrible trance. En 2016 su madre «murió por suicidio», precisa Romina, y se enfrentaron a un sistema de salud en el que este tema «estaba en pañales. Ahora hay más visibilidad, pero entonces ni se nombraba». Lamenta que su madre no recibió una buena atención médica ni tampoco con la frecuencia necesaria. Su progenitora murió y ella se quedó con el alma hecha jirones. Tampoco había una puerta a la que llamar y como favor «nos atendieron psicólogas especializadas en paliativos pero que poco o nada tenían de formación en suicidio». Se informaron y descubrieron que había una asociación en Pamplona, Bersakada (abrazo en euskera), integrada por personas como ellas, afectadas por la pérdida de un ser querido, guiadas por un psicólogo voluntario. Al cabo de dos años, de la mano del Teléfono de la Esperanza, les presentaron a otra pareja que había perdido a su hermano y entre los cuatro decidieron crear la Asociación Color a la Vida para que lo que les había pasado a ellos no se repitiera. Para que las personas que sufren esta situación tengan acompañamiento emocional, ya sea en terapia de grupo o individual, que sepan que pueden ser escuchados, que se «reconozcan en el otro, se sientan validados y sepan que les entiendes», apunta. Además, es importante que vean a personas que han pasado por lo mismo y «son capaces de sonreír, de tener una vida normalizada, que hablan del tema sin temor y sin ese peso tan fuerte que tiene la palabra, entonces se plantean que en un futuro ellos también pueden acabar estando como estas otras personas».

Los nuevos supervivientes cuando llaman a la asociación llegan «devastados, rotos por dentro. Muchos no pueden ni hablar, vienen diciendo que esto no son capaces de hablarlo con la gente de su alrededor. En ese momento se abren en canal y te cuentan todo». Pero como cada persona es un mundo, hay otras que vienen en shock, «que están demasiado bien para lo que ha pasado, pero realmente están fatal, están disociadas y no son capaces de mirar de frente lo que ha ocurrido, es como si el tema no fuese con ellos».

Noticia Relacionada

Son situaciones a las que lamentablemente se enfrentan cada vez más padres de familia. Un dato constata esa dura realidad: el 80% de los usuarios de Color a la Vida son padres o madres que han perdido a un hijo y necesitan que alguien, como así hacen en la asociación, les escuche y les entienda.

Al otro lado del Teléfono de la Esperanza también han constatado un repunte de las peticiones de ayuda de adolescentes. Tal es así que en estos momentos, según explica su presidenta, la psicóloga Magdalena Pérez Trenado, están desarrollando nuevas vías de acceso y de comunicación más ajustadas a la forma que tienen de comunicarse a través de medios escritos, tipo chat. Se ha observado también un aumento significativo de las autolesiones que no tienen como objetivo el suicidio, «pero nos hablan de sufrimiento y, sobre todo, de pocos recursos internos para gestionar situaciones de la vida difíciles».

En el caso del suicidio, las personas mayores son el grupo de edad en el que es más frecuente. ¿Por qué? Según explica Pérez Trenado, algunas experiencias, como una enfermedad crónica y hospitalizaciones recurrentes o prolongadas, entre otras, pueden generar una marcada vulnerabilidad en personas mayores afectando su salud mental e influyendo en su percepción de la vida en esta etapa. Estas, sumadas a otros aspectos, como la soledad, se convierten en importantes factores de riesgo. «Cuando una persona mayor vive alguna de estas situaciones, debemos estar especialmente atentos a la aparición de señales de alerta», alerta.

No hay un perfil específico de persona que llama al Teléfono de la Esperanza, puede ser cualquiera que se encuentra en un momento difícil a nivel emocional y «que necesita compartirlo y que alguien le escuche». «Nos llaman adolescentes, jóvenes, personas mayores, pero la mayoría son de personas adultas en la franja de los 30-55 años, esa franja en la que aparecen más responsabilidades y situaciones difíciles».

¿El suicida da pistas de lo que va a hacer? Pérez Trenado asegura que nueve de cada diez personas que tienen conducta suicida dan señales, «lo que suele suceder es que no sabemos leerlas», apostilla. Algunas son verbales como hablar de que la vida no tiene sentido, de sentirse vacío, de sentir que no hay salida, de querer dejar de ser un estorbo o claramente expresar que me quiero morir o me voy a matar; otras pueden ser físicas o conductuales como alteración del sueño, enfado u hostilidad que parece estar fuera de lugar o fuera de contexto, agitación o irritabilidad, aumento del consumo de medicamentos, consumo de drogas y/o alcohol o buscar medios. «Señales muy importantes tienen que ver con la sensación de baja pertenencia e implicación social, ausencia de vínculos afectivos o de baja calidad y escasas razones para vivir».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

larioja Una decisión sin vuelta atrás