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«Yo tenía un hijo, ahora tendría 44 años, hace 19 que se murió. Era verano. El 23 julio de 2003». Se llamaba Pedro Antonio Gutiérrez Pombo y sufría una enfermedad mental. Era la segunda vez que lo intentaba, cuenta su madre, Nieves Pombo. «Fue ... muy triste y la tristeza está allí siempre y cuando hablo de estas cosas me afloran las lágrimas y eso que han pasado 19 años».
Era un joven cariñoso, ameno... «pero no sé por qué ni por qué no me sucedió a mí como a otras personas», lamenta Nieves, que entonces emprendió la búsqueda incesante del porqué. «En un principio es un shock terrible, vas buscando, crees que va a volver, vas y vienes, hablas con personas que sabes que te quieren y te van a decir las cosas como son».
Entonces no existía la asociación Color a la Vida, sí había algo parecido, pero de apoyo a padres que han perdido a un hijo bien por enfermedad, por accidente... Pero era diferente. Al final, a través de unas compañeras de trabajo, que eran trabajadoras sociales, contactó con la asociación Crisálida. Estaba en Bilbao y allí le facilitaron el teléfono de una psicóloga de Logroño que trabajaba estos temas. Al principio le costó marcar su número, «aunque igual no tanto, era primavera y se me había muerto el verano anterior», pero pesaba mucho hablar del tema. «Todo esto es muy callado, no quieres que la gente se entere porque no entienden. Somos personas totalmente normales, no teníamos ningún trauma, salvo las discusiones de una familia normal y corriente y no entendemos por qué tenemos que ocultarlo. Parece que existe la creencia de que algo pasaba en nuestras casas y no es cierto ni más ni menos que en otras».
duelo
En las primeras sesiones no podía hablar demasiado. «Lloraba mucho y tuvo mucha paciencia conmigo». En esos momentos se preguntaba cómo se podían mantener las ganas de vivir y cómo podía aceptar que no lo iba a volver a ver. «No encuentras ningún sentido a nada».
Encontró un apoyo enorme en la psicóloga, pero al final «eres tú y te dicen: venga, que hay que vivir, pero ¿cómo? No sabes. Se te han roto todos los esquemas de familia y de todo». La constancia fue su gran aliado en esos momentos porque «yendo y yendo, porque fui mucho, dices que hay que salir, seguir adelante y trabajar. Van pasando los años y duele y duele mucho».
ESTIGMA
Hay días que «por lo que sea», cuenta Nieves, «piensas en la trascendencia, porque no lo voy a volver a ver o a sentir. Mi marido dice que a veces sentía su olor, yo no». Él también dice que «sufre mucho su ausencia. Yo, aparte de su ausencia, es esa necesidad de verlo cuando yo me muera».
Otro tema que tuvo que trabajar mucho fue el sentimiento de culpabilidad «que es muy grande». A ella, describe, le inmovilizaba y superarlo lleva tiempo, pero nunca no se sabe cuánto. «Él se fue pero hoy pienso que él quiere que viva», asegura Nieves en una conversación trufada de recuerdos del pasado, del viaje truncado a Mojácar para celebrar las bodas de plata al que iban a ir los tres o los partidos de fútbol en Los Pajaritos, el viaje en AVE a Sevilla...
En aquellos momentos llegó a hacer de todo: «Creo que he bebido a veces demasiado, ya no lo hago, he fumado demasiado, ahora menos». Cuando iba a la iglesia, «si es que iba», confiesa, «miraba a la cruz y pensaba, menuda putada», sentencia Nieves, recientemente jubilada, tras cerrar su etapa como celadora en urgencias del CARPA.
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Ahora se siente más valiente, dice, «a pesar de que lloro». «El tiempo hace no que olvides, sino que veas otras fuentes para seguir con fuerza y con esperanza». El objetivo es buscar esa fuerza y la esperanza, «aunque en ocasiones se nos caiga». Una de las cosas que le dice Magdalena Pérez Trenado, su psicóloga y presidenta del Teléfono de la Esperanza, es «que esto es como una herida que hay que ir curándola y que de vez en cuando, aunque esté cerrada, hay que pasar un algodón suavemente, y eso hago».
Cuenta que hizo un curso de duelo de un fin de semana. Encendían velas y hablaban con sus hijos. Allí les dijeron que les pidieran perdón, pero que ellos también nos lo pidieran y «en cierto modo también es cierto».
Desde hace algo más de un año acude a la Asociación Color a la Vida donde encuentra el apoyo de personas que han pasado por lo mismo que ella. Allí también le están ayudando a decir suicidio porque «yo solía decir que se tiró por la ventana, pero ellos me decían que era más crudo. No sé», duda.
Por encima de todo, quiere transmitir «el amor, la esperanza y la confianza en vivir y también la fuerza que, aunque se nos vaya, vuelve». Y lucha por que no se estigmatice a las familias supervivientes de un suicidio. Sigue siendo más fácil para la sociedad aceptar que ha sido un accidente, una enfermedad, que se ha caído y se ha dado un mal golpe y ha quedado mal. «Todo es dolor y del dolor –asegura– quería sacar algo positivo y todavía voy buscando».
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