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Tengo la intuición de que es el canapé, que falta el plato principal», vaticinaba ayer Yolanda Castillo, hija de Guillermo Castillo, el restaurador de Cuzcurrita de Río Tirón asesinado el pasado 2 de mayo en su vivienda. Mientras ella atendía a los medios de ... comunicación, en los calabozos de la Policía Local de Haro, el detenido Á. D. G., de 52 años, respondía a las preguntas de la Policía Judicial de Guardia Civil, encargada de la investigación, a la espera de pasar a disposición judicial (el plazo máximo de detención es de 72 horas aunque se puede prorrogar 48 más por orden del juez).
Un testimonio largo y pormenorizado que se presenta, tres meses y medio después del homicidio, como la antesala del cierre de la investigación.
Pero en el entorno del restaurador se mantienen los interrogantes. ¿Por qué un delincuente habitual de Logroño llegó a Cuzcurrita ese día?¿Quién eligió a Guillermo Castillo como víctima?¿Por qué un ladrón con 22 antecedentes penales (hurtos, robos con violencia...) traspasó la línea del asesinato y acabó con la vida de Guillermo al que, a priori, no conocía? ¿Cómo llegó al pueblo y cómo salió? ¿Por qué a pesar de su largo historial delictivo se encontraba libre? Y, sobre todo, ¿pudo acuchillar a Guillermo, esconder su cuerpo en una despensa y huir sin la compañía de un cómplice?
Esas preguntas y otras martillean en las cabezas de los familiares de la víctima. Sobre todo porque el perfil del detenido, un hombre de estatura media, no muy corpulento, drogodependiente, lleno de tatuajes (especialmente significativo y visible uno en el cuello) y, sobre todo, desconocedor de los hábitos de Guillermo, chirría.
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«La policía me dice que esté tranquila y sigo confiando en su trabajo. No sé nada, pero creo que no está terminado, que puede haber algo más», explicaba la hija de la víctima en compañía de su hermano a las puertas del domicilio del asesinado, aún precintado por la Guardia Civil. «Me ha hecho ilusión que hayan empezado las detenciones, pero creo que quedan cosas por resolverse», añadía. Yolanda califica el trato policial como «maravilloso»: «Aunque igual suene raro, les he llegado a querer porque eran lo único que tenía para conocer la verdad. Tengo un montón de preguntas que hacerles y espero y creo que las responderán».
La familia también aguarda la entrega del cadáver de Guillermo, que sigue en el Instituto de Medicina Legal de Logroño para poder «darle sepultura como él se merece». «Pienso que hay alguna pieza clave que desconocemos y por la que es necesario que lo tengan todavía», analizaba.
A la espera de ver al detenido sentado en el banquillo de los acusados solo o en compañía y de que iluminen todos los rincones oscuros de esta trágica historia, la familia respira «un poco aliviada porque se va a hacer justicia por un hombre bueno» y espera «que el culpable o los culpables lo paguen y les caiga todo el peso de la ley».
Como la familia respira Cuzcurrita, inmersa en sus tareas estivales, llena de veraneantes y entregada al descanso y al vermú, una escena agosteña solo alterada por la presencia de cámaras de televisión. «A ver si detienen a los responsables y dejan enterrar a Guillermo», sentenciaba una vecina.
La familia Castillo quiere que la investigación se cierre para poder empezar a rehacer su vida. Y en esa vida, como en la de Guillermo, el restaurante es un eje principal. Yolanda Castillo, tras meses de zozobra, tiene claro que las puertas se reabrirán, para alegría de sus fieles:«Seguirá, lo primero por mí, porque es lo que sé hacer y me gusta. Segundo, por mi padre, porque sería un homenaje muy bonito; y, tercero, porque la gente me lo pide». Y en Bodega Guillermo, la hija del asesinado encontrará lo que busca, que son «las historias que los clientes vivieron con él» y que le harán «sentir bien». «No me veo en otro espacio que no sea el cercano a él», resumía.Y también tocará reabrir las puertas de la casa de Guillermo, precintadas desde el homicidio. «No sé qué nos encontraremos. Va a ser duro», preveía ayer la hija del hostelero.
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