Hace ahora dos años la consejera de Salud Sara Alba salía en rueda de prensa para llamar a la calma. Lo hacía con rictus serio, circunspecta, como quien camina sobre arenas movedizas. El virus que había explotado en Italia y antes en Whuham se acercaba ... peligrosamente a la Península y en La Rioja las primeras sospechas se fueron desechando con el alivio de quien sabe que cada jornada que la región libraba era una batalla ganada. Tal día como hoy, pero de 2020, la Consejería descartaba ocho casos, recordaba lo que se creía entonces, que el sistema estaba preparado, y entraba en funcionamiento el teléfono Salud Responde, que tantas miles de llamadas ha atendido después.
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Pero la tensa calma tardó poco en esfumarse. El 2 de marzo, la misma consejera que apenas dos días antes lanzaba mensajes de tranquilidad anunciaba los dos primeros casos de COVID en La Rioja. Un sanitario que trabajaba en el hospital Txagorritxu, en Vitoria, y un vecino de Casalarreina, natural de Haro, que había asistido a un sepelio en el cementerio de El Salvador de la capital alavesa el 24 de febrero, se convirtieron en los pacientes cero en la región.
El virus acababa de llegar a nuestras vidas, lo que no sabíamos todavía era lo despiadado que se mostró después. Los gobiernos de España y La Rioja mantenían la ilusión de tener todo bajo control y con esa idea, un convoy de los Grupos de Acción Rápida de la Guardia Civil (GAR), con efectivos ataviados con trajes NRBQ, se desplegó en Haro para notificar a más contagiados en aquel funeral que debían permanecer en sus casas. Aquella imagen que dio la vuelta hasta quemarse en los informativos nacionales se erigió en el símbolo de la fragilidad de una vida que creíamos asentada sobre unos cimientos sólidos.
906 fallecidos.
489 ingresados en UCI.
3.789 personas hospitalizadas.
88.769 casos totales.
El 6 de marzo Salud notificaba 38 positivos y una incidencia de 12,5 casos por cada 100.000 habitantes –en la sexta ola se han superado los 5.600– y el Ministerio que pilotaba Salvador Illa ponía el foco en una región que sin quererlo se había convertido en el epicentro de la pandemia en Europa.
El coronavirus no tardó en saltar a la red escolar y el 10 de marzo llegaron las peores noticias. El COVID se cobraba la primera víctima en la región. Una mujer de 73 años con patologías previas perdía la batalla frente al SARS-CoV-2. Los casos se elevaron a 155 y esa misma jornada el entonces consejero de Educación, Luis Cacho, anunciaba el cierre por 15 días de los colegios a partir del día siguiente. Ese curso no volvieron a abrir.
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Los contagios se precipitaron y el 14 de marzo el Gobierno de Pedro Sánchez decretó el primer estado de alarma. En una entrevista concedida a este diario esa misma semana Sara Alba, quien ha declinado hacer declaraciones con motivo del segundo aniversario del COVID, reconocía que nos movíamos en un escenario de incertidumbre y, por tanto, «tratar de dar certezas es muy complicado». En cualquier caso ya avanzaba que no dudaría en tomar medidas contundentes si fuera necesario. Y lo fue.
Lo que vino después pocos se lo podían imaginar. Los aplausos de las ocho, la Unidad Militar de Emergencias (UME) desinfectando residencias e infraestructuras críticas de la región, sanitarios al borde del colapso y de la extenuación y las calles en silencio, silencio hasta para morir en soledad.
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Han pasado dos años desde que el COVID marcó los primeros compases de una pandemia que se resiste a dejarnos. La Rioja empieza a doblar el brazo de la sexta ola, que vino de la mano de la variante Ómicron, la más virulenta hasta el momento. Pero hasta llegar aquí hemos recorrido gran parte del alfabeto griego, que ha dejado una nómina desgraciadamente todavía incompleta de fallecidos, 906 en total, de los que 328 vivían en residencias de mayores.
Las cifras hablan por sí solas. En estos veinticuatro meses, 88.769 personas se han infectado en la región, es decir, casi tres de cada diez riojanos. 3.789 han necesitado cuidados hospitalarios y 489 han tenido que ser atendidas en la UCI del hospital San Pedro. Estremecedor.
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