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Algún día, tal vez no tanto los periodistas como los historiadores detallarán los vericuetos por donde transitaron los hacedores del primer Gobierno de izquierdas en casi un cuarto de siglo en La Rioja. Será cuando haya pasado un tiempo y las heridas cicatricen. Cuando ... desaparezca la desconfianza alumbrada durante unas negociaciones de diseño y ejecución mejorables. Batallitas con rico anecdotario contadas al amor de la lumbre, como un cuento de Navidad ocurrido durante el sofocante verano del 2019. Inaugurado para la vida política de La Rioja el 20 de junio, cuando casi del brazo llegaron al Parlamento desde el reservado del café Moderno donde acababan de sellar su acuerdo las tres protagonistas de esta historia: Concha Andreu, ganadora incontestable de las elecciones del 26 de mayo al frente del PSOE, en alegre comandita con las entonces aún integrantes de Unidas Podemos, Henar Moreno y Raquel Romero. Sonrisas para la prensa, sonrisas para el resto del hemiciclo y sonrisas triunfantes cuando el contenido de su flamante acuerdo convirtió al socialista Jesús María García en nuevo presidente del Legislativo riojano. El reloj de la investidura se puso a andar.
Y a continuación se paró. En apenas unos días, el minucioso rompecabezas que empezaron a trabar las tres formaciones en su primer encuentro (en el logroñés pub Bogart, en Gil de Gárate) estalló en tantos pedazos que recogerlos y reconstruir con ellos la confianza perdida se convirtió en una utopía. Como dice el clásico, la pasta de dientes no puede volver a meterse en el tubo. Hubo que reinventar sobre la marcha el acuerdo alcanzado apenas unos días antes. Y en consecuencia no podía tratarse del mismo acuerdo, aunque en lo programático el documento que este jueves se presente ante la opinión pública diferirá sólo en detalles residuales de aquel primer papel donde estamparon su firma Andreu y Moreno. La diferencia radical no es de contenido: tiene que ver con la pretensión de Podemos de ingresar en el Ejecutivo. El rol que Izquierda Unida no quiso jugar pero que se convirtió de repente, para sorpresa y enojo socialista, en la condición inexcusable que su socio morado esgrimía para darle al PSOE la llave del Palacete. Si las señales de que esa era su pretensión no habían llegado a Martínez Zaporta con la claridad suficiente, Romero no tuvo inconveniente en verbalizarlo en uno de los primeros encuentros en que participó formando parte de la delegación de su partido: sin su escaño, Andreu no sería presidenta. Con el mismo desenfado con que desde el atril del Parlamento le leyó la fábula famosa de Esopo, con la metáfora de la zorra y el cabrón que dejó temblando los muros del antiguo Convento de la Merced, la diputada de Podemos se adueñó de las negociaciones. Una suerte de chantaje que el PSOE encajó de muy mala manera. Negándose a aceptar lo que finalmente ha tenido que transigir: un Gobierno de coalición.
Entre los socialistas prendía la indignación para entonces: no detectaban entre sus sobrevenidos compañeros de baile la idea tan enraizada en su seno y entre el resto de la izquierda riojana de la imprescindible conveniencia de pasar página de las mayorías parlamentarias del PP. Décadas de gobiernos de la derecha que habían hecho más mella entre los socialistas que en los dirigentes de la nueva izquierda. Como entre Podemos no se fraguó esa misma idea que era una suerte de mantra para los socialistas, el acuerdo se fue convirtiendo en imposible. Y a medida que avanzaban los contactos, el ambiente se veía presidido por una tensión que aún complicaba más el final feliz. Ayudó muy poco que la delegación de Podemos estuviera liderada por un recién llegado a La Rioja, el asesor manchego Mario Herrera, cuyo nivel de conocimiento de la realidad regional ponía muy nerviosa a la delegación socialista. Donde afloraron los nervios y un indisimulado malestar a medida que cristalizaba la sensación dominante en aquellos contactos iniciales: la sensación de haber sido engañados. Se fiaron de Unidas Podemos cuando compartían sus dos diputadas el mismo mensaje y no salieron de ahí, de aquella noche de finales de mayo cuando reciente todavía la euforia que siguió a la jornada electoral llegó el comunicado de la formación morada según el cual favorecería la formación de un Gobierno del PSOE «en solitario».
¿Qué ocurrió desde aquel martes 28 de mayo hasta que la tercera semana de julio, cuando Podemos se desdijo e hizo fracasar la investidura de Andreu? La versión difundida desde el PSOE habla de la imposición de una nueva estrategia desde Podemos: su único escaño se había convertido no sólo en necesario, sino en imprescindible. Francis Gil, enviado desde la dirección nacional con ese mensaje, trasladó a la delegación socialista el cambio de táctica, se marchó por donde había venido, dejó a Herrera al mando de las operaciones y no le importó ningunear a la gestora regional ni alentar la indignación del resto de fuerzas de izquierda, incluyendo las filas propias: numerosos antiguos dirigentes y un llamativo ramillete de militantes se movilizaron en contra de las tesis oficiales, dictadas por cierto por una gestora cuyo nivel de legitimación no dejaba de perder autoridad interna. Con algún detalle ilustrativo de cómo se gestionaba el acuerdo: Romero ni siquiera participó en las primeras reuniones. Sólo cuando su ausencia empezó a ser clamorosa sus compañeros la integraron en la mesa negociadora.
Tal milagro ocurrió durante el encuentro que ambas partes mantuvieron el 17 de julio. Al día siguiente, estaba convocada la segunda intentona de investidura de Andreu. En una salita del Parlamento, durante más de tres horas se encerraron las dos delegaciones. El acuerdo era imposible. Se trataba tan sólo de escenificar la liturgia que permitiera a unos y otros culparse mutuamente de la falta de consenso a la que estaba condenada esa reunión. A cuyo término, los socialistas anunciaron una oferta a la desesperada (un par de viceconsejerías, una dirección general, competencias en el ámbito social) que Podemos desdeñó. No había en realidad negociación posible: como había expresado con claridad meridiana Romero, el acuerdo se basaba en entrar en el Palacete. De lo contrario, no habría investidura. Y Andreu pasaría a la historia como una Alicia Izaguirre bis: como aquella candidata socialista que ganó las elecciones de 1987 pero no gobernó por una alianza de la derecha, también la aspirante socialista se quedaría en la antesala del Palacete.
De modo que no pudo extrañar a la comitiva de periodistas que hizo guardia en las horas previas al nuevo intento de Andreu que resultara fallido como el anterior. El 18 de julio, Romero dio su particular golpe. Ni siquiera se abstuvo. Ni un guiño, ni una señal de que el acuerdo era factible. La investidura se quedaba para septiembre y se desbarataba el castillo de naipes levantado por el PSOE desde la noche del 26 de mayo.
Sus señorías recogieron sus papeles y optaron por darse un respiro. Esas vacaciones (vacaciones con todos los actores colgados del móvil) que tanto criticaron los dirigentes de la oposición durante las cuales, paradójicamente, se deshizo el nudo. Tomaron distancia de sí mismos los responsables del desacuerdo y, sobre todo la parte socialista, asumieron que el desenlace era inevitable. Ya lo había profetizado días atrás Francisco Ocón, encargado como secretario general del PSOE de desplegar la estrategia de su partido, cuando se permitió una tautología a las puertas del Parlamento: «Un Gobierno de coalición es un gobierno de coalición». A cada delegación le perseguía su particular hemeroteca, pero ninguno de sus integarnes se dio por aludido. El fin (acabar con la hegemonía del PP) justificaba no sólo los medios: también aconsejaba ser muy caritativo con las consecuencias de las palabras propias. Las promesas de ayer cuya rotundidad se desvanecerá mañana.
Francisco Ocón
Un mañana imperfecto. Donde quedará la sensación de que algunos de los firmantes llegan al día clave arrastrando los pies y siguen en el aire interrogantes de algún peso, la cuestión fatal: por qué ahora sí y por qué antes no. Una pregunta que admite varias respuestas: la esencial apela a la conveniencia de convertir la necesidad en virtud. El PSOE se tapará los ojos para admitir a su vera a un consejero no deseado, en Podemos se taparán la nariz para compartir aventura con unos compañeros de viaje a quienes en realidad detestan y ambas partes caerán en algún momento en la cuenta de que los mejores matrimonios siempre son los de conveniencia. El tipo de certeza que nació de su última reunión de la semana pasada, cuando para pasmo del PSOE los dirigentes morados se tomaron el puente para reflexionar en la fresca de sus casas de que el acuerdo era inevitable. la Virgen de agosto obró la proeza. El lunes ya sonaba el papelito que se firmará este miércoles; esa misma noche no se descartaba un acuerdo en cuestión de horas, como así ocurrió. Diario LA RIOJA adelantó que quedaba sólo pendiente decidir el número de integrantes del futuro Consejo de Gobierno, que presidirá por primera vez en la historia de la región una mujer. Andreu conseguirá lo que no pudo Izaguirre. Gracias a una negociación de alta intensidad que este martes definía en estos términos tan elocuentes uno de sus protagonistas: «Ha sido como un pacto con fórceps». Un parto que dentro de un tiempo nos tendrán que explicar los historiadores.
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