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Abilio del Campo y de la Bárcena (1908-1980), sacerdote burgalés, tomó posesión de la diócesis de Calahorra y La Calzada en 1953. Relevó en la cátedra a Fidel García, obispo poco complaciente con el franquismo cuya suerte se selló cuando lo pillaron con prostitutas ... durante un congreso eucarístico en Barcelona. De Abilio del Campo no consta que incurriera en pecados de la carne, pero, al contrario que su predecesor, se comportó como un férreo ariete del nacionalcatolicismo fascista y manejó con turbidez los bienes histórico-artísticos de la diócesis.
No fue don Abilio el único obispo español que se dedicó a la venta de obras de arte. Algunos prelados aprovecharon los mensajes depurativos del Concilio Vaticano II, que postulaban una liturgia más desnuda, y se dedicaron a desprenderse –previo pago– de muchas piezas de arte sacro que agonizaban en sus almacenes o en las parroquias de los pueblos. Ladrones como René Alphonse van der Berghe, Erik el Belga, hicieron su agosto en aquella España ignorante, mísera y polvorienta. «Esto era una mina, un escándalo. Había arte por todas partes. El país entero estaba lleno de piezas que la gente ni siquiera valoraba. Los únicos que traficaban con ellas eran los gitanos, pero a su modo, a pequeña escala; ni siquiera había anticuarios. Había sitios que eran un paraíso», recordaba Erik en sus memorias, cínicamente tituladas 'Por amor al arte'. Ahí relata cómo le hablaron del obispo de Calahorra, que vendía de todo a buen precio. Dice que pagó 81 millones de pesetas por sacar legalmente tres camiones llenos de piezas y que el propio don Abilio, satisfecho con el negocio, le ofreció a unas monjitas para que le ayudaran a cargarlos. «Todo el mundo hacía entonces negocios con Calahorra», aseguraba Erik en una entrevista al diario 'El Correo' en 2012.
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