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No fue un acto impulsivo de dos toxicómanos que necesitaban dinero para comprar droga, sino un hecho premeditado, «ideado» no espontáneo. Así lo ha asegurado este martes un miembro de la policía judicial de la Guardia Civil, secretario del atestado, que ha declarado en la segunda sesión de juicio por el crimen de Cuzcurrita. Los dos acusados utilizaron guantes y grilletes, de modo que Guillermo Castillo «no tuvo ninguna posibilidad de pedir auxilio. Estaba encerrado, con los grilletes y no podía escapar. No podía salvarse», ha insistido.
Este testigo, que también ha declarado en calidad de perito, ha detallado, gracias a la geolocalización de los móviles de los procesados, el recorrido que hicieron hasta llegar a Cuzcurrita, con una parada en Lardero para consumir, parada que contradice la versión de A.D.G, quien aseguró que se habían desplazado directamente hasta el municipio del hostelero. Una vez en el lugar del crimen, este testigo ha asegurado que la agresión se produjo nada más franquear la puerta. «Fue inmediata y no tuvo ninguna posibilidad de defenderse», ha subrayado. En ese momento Guillermo Castillo cayo sobre un mueble y todos los restos hallados, así como la localización de las zapatillas de la víctima a ambos lados, descartarían la implicación de una sola persona en la agresión.
Además, en la entrada se ven pisadas con sangre detrás de una puerta acristalada desde la que se podría ver el exterior y que, según su versión, indicaría que alguien se quedó vigilando. El hostelero también tenía lesiones por el arrastre del cuerpo.
«Una vez que se produce la agresión le arrastran, lo agarran de los grilletes y le llevan hasta la zona del baño de la planta baja. Es muy difícil que una única persona lo hubiera arrastrado sola y lo pusiese en la posición en la que fue encontrado en el aseo», ha descrito.
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Guillermo Castillo tenía dos o tres costillas rotas, señal de que mientras uno le arrastraba, otro le propinaba golpes en las costillas. El hombro derecho estaba luxado y una vez en el baño le siguieron golpeando. Allí «le dejaron cerrado y le privaron de cualquier posibilidad de escapar, de pedir ayuda y de nada», ha declarado.
Sobre las 00.44 horas salieron de Cuzcurrita, hicieron una parada a las afueras, siempre según la geolocalización del móvil de C.S.R. -el de A.D.G. estuvo apagado hasta la mañana siguiente- para, según el agente de la policía judicial, cambiarse de ropa «porque si les paran y les ven con las manchas de sangre les iban a descubrir». Esto también indicaría que «estaba preparado, no fue un impulso, porque llevaban ropa para cambiarse después».
Tras al crimen, ambos procesados siguieron manteniendo contacto, pese a que A.D.G. dijio que había roto todo tipo de relación.
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Dos meses después del asesinato, una persona, actual testigo protegido pero que se encuentra en paradero desconocido, contactó con la Guardia Civil para «darnos información». Les ofreció datos compatibles con los indicios que ya tenían. Les relató que un hombre les había comentado que habían cometido un asesinato y se encontraba mal por ello. «Dijo que se había cometido a golpes y no a cuchilladas, como se había publicado erróneamente en prensa». Y aquello coincidía con la versión que ya estaba en manos de la Benemérita.
También les comentó que sólo se habían llevado 600 euros, el dinero que tenía en la cartera Guillermo. El testigo protegido señaló al portugués C.S.R. y a través de los repetidores de telefonía comprobaron que también se había conectado el teléfono de A.D.G.. Luego comprobarían la relación entre los procesados. Ambos se habían conocido en la cárcel y quedaban habitualmente para consumir.
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