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«Yo no soy la misma persona, me han quitado a mi padre, a mi amigo, nunca más voy a volver a ser hija, me han quitado la vida, el trabajo y sigo con la vida patas arriba, no hay derecho», ha lamentado este martes Yolanda Castillo, hija del hostelero asesinado en la madrugada del 2 de mayo de 2023 en Cuzcurrita.
En la segunda sesión, que se ha reanudado con la declaración de C.S.R. que tuvo que ser suspendida este lunes para que le pudiera ser suministrado su tratamiento de metadona, la hija ha relatado cronológicamente lo ocurrido desde la tarde del 1 de mayo hasta que hallaron el cuerpo de su padre en el interior de su vivienda.
En concreto, el 1 de mayo estuvo con su padre y un amigo en Miranda y sobre las 22.30 horas le dejó en su casa. Ese mismo día su padre recibió una llamada anónima, de unos 3 o 4 segundos, sin que nadie contestara al otro lado de la línea. Después supo que la habían efectuado desde el restaurante propiedad del hostelero en el momento en el que el establecimiento estaba cerrado. También ese día, pero por la mañana, un hombre que conocía a uno de los procesados -se seguían en facebook-, acudió al restaurante a pedir dinero a su padre. Ese mismo hombre «desapareció muy pronto, a los 15 días del crimen se fue del pueblo».
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Al día sigiente, sobre las 08.00 horas, un trabajador agrario le llamó por teléfono porque no lograba contactar con su padre, necesitaba su coche. Ella acudió, la puerta no estaba cerrada con llave y nada más abrir se encontró con las zapatillas de su padre, un charco de sangre de arrastre y un jarrón en el suelo. Se puso nerviosa pero siguió pensando que posiblemente se habría tropezado. Le dijo al trabajador que entrara al salón, allí no vio nada, salvo que todo estaba revuelto y llamó a su amigo y al 112. «Vino la Guardia Civil y ya no nos dejaron acceder a la vivienda, entré en shock. Me acuerdo que los agentes decían: Guillermo, Guillermo, y luego ya me quede sorda, vi la cara de un agente descompuesta».
El día de las detenciones de los acusados, ha relatado que «engañó» a dos amigos para ir a Pradillo, era la feria de las almazuelas. Alguien le describió como éra la pareja de C.S.R., el portugués, y una vez allí se la encontró en el bar del pueblo. La mujer confundió a uno de los amigos con los que iba Yolanda Castillo con el narcotraficante de Lardero y a partir de esa momento empezaron a hablar. «Ella me confesó que su novio había asesinado a un viejo, y le dijo no te preocupes, que es un viejo, que es mala persona y nadie le quiere en el pueblo».
Días después, cuando se la volvió a encontrar en los juzados de Haro, la pareja de C.S.R. le pidió perdón, le dijo que estaba «enamoradísima» de su novio y que el culpable de todo era A.D.G.
Yolanda Castillo también ha relatado un episodio que le ocurrió hace unos 20 días, en concreto, el pasado 18 de octubre de este año, y que abundaría en la tesis de que hay más personas implicadas en el crimen. Ese día un coche se paró en la ventana de su cocina, «mi calle es de paso, no para pararse» y en el interior había dos persona dentro, «no le di importancia, cené y luego me llegó una amenaza anónima». Recibió un whatsapp «para que en el juicio no se hablara de una persona anónima». Al parecer, ha dicho, «Una persona de aquí le había pagado 100 euros para que me mandara el mensaje».
Por su parte, C.S.R., que ha sido el primero en declarar en la sesión de este martes, ha relatado las amenazas que recibió su mujer, con la que convivía en Pradillo de Cameros, semanas después de que él ingresara en prisión provisional por esta causa.
Marcos García Montes, abogado de la acusación particular que representa a Yolanda, hija de Guillermo Castillo, le ha preguntado por la posible implicación de un tercero en el suceso, algo que, según ha dicho, escuchó en el patio de la cárcel, aunque «allí sólo estábamos dos». Durante el tenso interrogatorio, C.S.R., portugués de 39 años, ha repetido que está diciendo la verdad. «He colaborado siempre», ha defendido.
Ha insistido, como hizo el lunes, que al poco de que Guillermo Castillo abriera la puerta de su casa, A.D.G., de 55 años, se abalanzó sobre la víctima. En ese momento intentó apartarlo, pero se quedó «en shock» y «bloqueado», «no contaba con esa reacción», «A.D.G. tenía la cara descompuesta, como un psicópata». «El hombre -en referencia al hostelero- no pudo reaccionar y se dio contra un mueble». «Yo iba con la intención de encontrar dinero, salir de allí y darnos otra fumadita». Preguntado por qué en la declaración policial pidió perdón a la familia, ha asegurado, mientras señalaba a A.D.G. con las manos esposadas, que lo hizo porque «pasó eso porque yo le llevé allí».
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La Fiscalía pide para cada uno de ellos de 23 años de cárcel por asesinato con alevosía y ensañamiento y cuatro años más por robo con violencia en casa habitada para C. S. R. y cuatro años y nueve meses en el caso de A. D. G.. En total, 27 años y 27 años y nueve meses de internamiento, a los que el Ministerio Público suma otros diez años de libertad vigilada y una indemnización a los dos hijos de la víctima cifrada en 300.000 euros. Mientras, la acusación particular solicita la prisión permanente revisable para ambos por los delitos de asesinato consumado, robo con violencia, con el agravante de alevosía y ensañamiento; robo con violencia y organización criminal, con el agravante de armas. Las defensas, la absolución.
Los hechos que están siendo juzgados, según la versión de la Fiscalía, se remontan a la noche del día 1 de mayo de 2023. Ese día C. S. R., y A. D. G., puestos de común acuerdo y con ánimo de enriquecerse ilícitamente, se dirigieron conduciendo un vehículo propiedad de la pareja de C. S. R., a Cuzcurrita, al domicilio de Guillermo Castillo, ubicado en la calle Travesía del Puente número 11, a quien C. S. R. conocía con anterioridad. Creían que en su domicilio encontrarían una gran cantidad de dinero.
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Una vez allí, sobre las 00.00 horas del 2 de mayo, y después de que la víctima les abriera la puerta, «con sorpresa y ventaja», le propinaron múltiples golpes en distintas partes del cuerpo, incluida la cabeza y el dorso. Guillermo Castillo no tenía ninguna posibilidad de defenderse puesto que se acababa de despertar y también por la diferencia de edad entre él y los acusados. Acto seguido, y cuando el hostelero estaba ya moribundo, le pusieron unas esposas en las manos, lo arrastraron y lo dejaron encerrado en el aseo de la planta baja para registrar la casa en busca de dinero, pero sólo se llevaron el dinero que tenía en la cartera.
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